EL PAISAJE
TENÍA UN SABOR AMARGO
Llegando a la esquina, dobló pegado a la pared. El
viento gélido elevaba el borde de su saco. Aunque no era el frío lo que le
preocupaba. Miró hacia atrás y sólo siguió cuando la calle estuvo vacía. Su
cuerpo era una sombra que se dibujaba en la pared. Su cabeza parecía insertada
en el cuello doblado de su atuendo.
Caminó hasta el muelle.
Los barcos estacionados balanceaban lánguidos en la
semi-penumbra de la noche, aunque las aguas
erguían y vociferaban en cada ola.
Damián quedó extático sin saber qué hacer. Allí
estaba “El Valparaíso”, junto a otros. Silencioso, solitario. Raúl aún no vino,
pensó nervioso. Trató de llegar hasta él y subirse y tuvo que tenerse para no
caer.
Sentado sobre una viga esperó media hora y comenzó a
cabecear.
El frío, el cansancio, la situación por la que
atravesaba no lo dejaban descansar.
De pronto todo se llenó de luz, ruido de sirenas,
gritos aislados. Entonces Damián se encontró rodeado. Raúl había arribado al
fin. Pero no sólo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario