martes, 22 de octubre de 2013

Nélida Vschebor-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2013



EL PAISAJE TENÍA UN SABOR AMARGO


Llegando a la esquina, dobló pegado a la pared. El viento gélido elevaba el borde de su saco. Aunque no era el frío lo que le preocupaba. Miró hacia atrás y sólo siguió cuando la calle estuvo vacía. Su cuerpo era una sombra que se dibujaba en la pared. Su cabeza parecía insertada en el cuello doblado de su atuendo.

Caminó hasta el muelle.
Los barcos estacionados balanceaban lánguidos en la semi-penumbra de la noche, aunque las aguas  erguían y vociferaban en cada ola.
Damián quedó extático sin saber qué hacer. Allí estaba “El Valparaíso”, junto a otros. Silencioso, solitario. Raúl aún no vino, pensó nervioso. Trató de llegar hasta él y subirse y tuvo que tenerse para no caer.
Sentado sobre una viga esperó media hora y comenzó a cabecear.
El frío, el cansancio, la situación por la que atravesaba no lo dejaban descansar.
De pronto todo se llenó de luz, ruido de sirenas, gritos aislados. Entonces Damián se encontró rodeado. Raúl había arribado al fin. Pero no sólo.

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