RUBÉN
Te lo cuento a vos, gomía, porque
conocés la calle, igual que yo. Yo anduve mucho en la calle. Anduve tirado,
pero tirado, tirado, de dormir a cielo abierto.
También tuve otra vida. Anduve
por Nueva York. Allí la viví. Conozco la noche de Nueva york. Te podría contar
tantas cosas que ahora no vienen al caso, pero una desgracia me trajo de
vuelta, y quedé en la lona.
Y en esa racha, cuando no tenía
para comer y revolvía la basura en el mercado de San Telmo, lo conocí a Rubén.
—Vení— me dijo un día—Tomá. Y me
dio una bandejita de rotisería. Yo, hacía rato que no veía una comida decente.
Me puse en un rincón a comer con la mano.
De ahí en adelante, todos los
días me convidaba. Al poco tiempo, me dijo:
—No comás con la mano— y me
regaló un juego de cubiertos.
Era bueno ese hombre. Era raro
encontrar gente así en la selva de Buenos Aires.
Otra mañana, en el parque, se me
acercó.
— ¿Qué te pasa, pibe?
—No, nada, quería tomarme un vino
pero no tengo un mango.
— ¿Te alcanzan diez?; ¡Mejor
quince!
Cuando le dije ¡Gracias!, él ya
se había ido. Así pasó varias veces. Le quería preguntar sus razones.
Rubén limpiaba los baños del
mercado. Ponía mucho empeño en su labor, era meticuloso y tremendamente pulcro.
Todos los días él me acercaba
tímidamente la comida y me daba algo de guita para un vino o una cerveza. Nunca
se quedaba, enseguida desaparecía antes de que pudiera agradecerle.
Una tarde me decidí. Lo esperé
hasta que terminó su trabajo.
—Rubén, ¿Por qué sos tan bueno
conmigo? Me das la comida y hasta para los vicios y no siquiera me dejás que te
agradezca.
El me respondió:
— ¿Sabés? Yo tenía un hijo sano y
hermoso más o menos de tu edad. Era muy parecido a vos. Pero lo descuidé. No le
di los gustos y casi no lo veía. Un día se enfermó y… lo perdí para siempre.
Ahora cuando te veo, me hago la ilusión de que vos sos él, mi hijo, que no
murió. Trato de darte los gustos que a él no le pude dar.
Me abrazó. Lloramos.
Justo fue el tiempo en que estuve
en un comedor y me surgió la posibilidad de irme a Necochea. Estaba atareado, aturdido, todo
pasó tan rápido. De la noche a la mañana me fui sin despedirme de nadie.
Pasó un tiempo hasta que me
acordé de Rubén. A las cosas buenas se las aprecia cuando ya no se las tiene.
—Andá a verlo— Le dije a mi
hermana por teléfono— Contale que estoy bien, que en cualquier momento me le
aparezco.
Y mi hermana no pudo encontrarlo.
Cuando fui a la capital, lo
busqué en el mercado.
—No sabemos nada. Hace meses que
no viene— me dijeron.
Traté de conseguir su dirección.
Nadie me supo decir. Nunca más supe de él.
Miramar, 3 de octubre de 2013.
2 comentarios:
No se puede preguntar: ¿Quién lo escribió? Tiene el sello "Marquiano"
Tiene la calle, el submundo y la emoción en el alma como a mí me gusta. Felicitaciones amigo.
El escritor en sus escritos indaga su interna realidad. No es necesario que los hechos sean vividos, pueden llegar a ser presentidos. Desde ese génesis, es que este escritor nos elata la vida de un personaje humilde pere de un tierno y gran corazón Acaso en Marcos no han existido instantes de vivencias propias o de otras personas como la del relato?
El escritor Marcos conserva el arte de armar las plalabras...pero no deja al dolor estoqueando en el olvido. Es entonces cuando surge la espleranza manifiesta en este delicioso cuento. Abel Espil
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