viernes, 4 de diciembre de 2009

Lilia Elena Durand-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2009

Buenos Aires, 18 de febrero de 2009


Querido Oscar

Otra vez llueve. Cruzo corriendo la calle buscando refugio en lo que era La Franco Inglesa ¿te acuerdas? Igual que aquella noche. Se me encoge el corazón con el recuerdo. Esa noche, la misma lluvia, la misma soledad, la soledad que quebraste con tu gigantesco paraguas, con tu compañía sin especulaciones. No se por qué te acepté, no era mi estilo. Estabas ahí, solícito, tratando de protegerme de la crueldad de esa lluvia fría, tal vez no, tal vez sentiste mi soledad y te quedaste ahí, mirándome, y yo, de pronto me sentí indefensa y confié en vos, oh, Dios, cómo confié en vos. Me invitaste a un café en la Richmond, acepté. Tus ojos acelestados (después supe que eran gris verdosos) se clavaron en mí. Inesperado, un temblor desconocido me estremeció, creo que lo percibiste porque tu mano se apoyó en la mía, y sonreíste. Entonces te amé. Nunca había amado antes. Tampoco me amaron. Era de esas “chicas” que no se notan, casi gris, te podría decir. Tomamos el café en silencio, solo me mirabas, no me cortejaste, no trataste de seducirme. Y el temblor que no se iba. Preguntaste mi nombre, te lo dije, preguntaste mi edad, te la dije; solo comentaste, creí que eras más joven, pareces una adolescente. Conversamos un rato, como viejos amigos, me contaste de tu música, tocabas en un grupo, yo te hablé de mis poemas. Ambos trabajábamos, ambos estudiábamos. Cuántas coincidencias.

Miré la calle, ya no llueve, te dije. Me acompañaste al subte. Sacaste una libretita, anotaste un teléfono, llamáme, quiero volver a verte. Me diste un beso. Te vi alejarte cuando el subte tomó la curva.

Dejé pasar una semana. Nos encontramos en Belgrano, llevabas tu guitarra, nos sentamos en la placita de Ciudad de la Paz. Estabas feliz, cantabas y me dedicabas cada canción. Aprendí a saber en qué lugar estaba el corazón, a conocer el mensaje de cada latido, a desobedecer las órdenes de los prejuicios. Aprendí a vivir.

Camino a la placita, te vi. Llevabas el paraguas. El corazón me lo dijo. Volví sobre mis pasos (renació mi timidez, o mi orgullo, no lo sé). No te busqué. Tampoco vos (¿o sí?)

Ya lo ves, sólo quería decirte, quería que supieras….la lluvia terminó. Camino las calles y te abrazo en cada esquina del ayer.

Como siempre

Helena

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lilia: un relato con la simpleza de la timidez y el respeto. De la soledad que hizo surgir una esperanza unilateral, la que llevó a vivir otra soledad distinta: la de saber qué es lo que falta, porque -antes-conocimos la ilusión. Un fuerte abrazo, Laura Beatriz Chiesa.