solo 5 minutos, una vida
Salimos del hotel alojamiento, como siempre caminando, después
que pagué y me llevé dos bombones. Paré un taxi, le abrí la puerta
a mi compañera y me despedí con un leve movimiento de la mano,
jamás nos besamos en la calle. No sé, una vez por semana ya
hace como 10, 12 años, la misma rutina, el mismo placer,
irrenunciable para ambos.
A mi gusta volver caminando al trabajo, no más que unas 20 cuadras,
me hace bien ya que vuelvo a mi imagen natural, infeliz, aburrido
sin mayores novedades y sin placeres.
De pronto se larga a llover, un inesperado chaparrón que me obliga
a entrar al primer bar que encuentro. Autoservicio, bastante lleno,
pero con el café en la mano encuentro una mesita libre en la ventana,
ideal para esos momentos, ver qué pasa afuera.
Una bella mujer, con su café en la mano, me pide permiso para sentarse
a la mesa, diciendo con una sonrisa, que le encanta mirar por la
ventana cuando llueve.
Gentilmente me pongo de pie, indicando con la mano la silla y diciendo algo
así como: por supuesto, un placer compartir la mesa con tan bella mujer.
Ella no miró la ventana para nada, miraba profundamente mis ojos, sonreía y
me hablaba de lo sorprendente de la lluvia, de que a diferencia de los ingleses
jamás salímos con paraguas y otra sarta de idioteces.
Se pone de pie con rapidez y me da una sonora cachetada, no alcanzo a
reaccionar y ya no estaba más. Toda mi relación, no más de 5 minutos.
Esta loca la gente, me levanté y como con lluvia imposible conseguir
un taxi me fui en colectivo al trabajo, le comento a la secretaria que
no sólo no logré cobrar la cuenta, también me agarró la lluvia.
Tres horas después llega un mensajero con dos cartas y me obliga
a firmar su recibo: Una: demanda de divorcio acompañada de una foto
de una mujer dándome una cachetada. La segunda, carta de despido
de la empresa firmada por el padre de mi esposa.
Salimos del hotel alojamiento, como siempre caminando, después
que pagué y me llevé dos bombones. Paré un taxi, le abrí la puerta
a mi compañera y me despedí con un leve movimiento de la mano,
jamás nos besamos en la calle. No sé, una vez por semana ya
hace como 10, 12 años, la misma rutina, el mismo placer,
irrenunciable para ambos.
A mi gusta volver caminando al trabajo, no más que unas 20 cuadras,
me hace bien ya que vuelvo a mi imagen natural, infeliz, aburrido
sin mayores novedades y sin placeres.
De pronto se larga a llover, un inesperado chaparrón que me obliga
a entrar al primer bar que encuentro. Autoservicio, bastante lleno,
pero con el café en la mano encuentro una mesita libre en la ventana,
ideal para esos momentos, ver qué pasa afuera.
Una bella mujer, con su café en la mano, me pide permiso para sentarse
a la mesa, diciendo con una sonrisa, que le encanta mirar por la
ventana cuando llueve.
Gentilmente me pongo de pie, indicando con la mano la silla y diciendo algo
así como: por supuesto, un placer compartir la mesa con tan bella mujer.
Ella no miró la ventana para nada, miraba profundamente mis ojos, sonreía y
me hablaba de lo sorprendente de la lluvia, de que a diferencia de los ingleses
jamás salímos con paraguas y otra sarta de idioteces.
Se pone de pie con rapidez y me da una sonora cachetada, no alcanzo a
reaccionar y ya no estaba más. Toda mi relación, no más de 5 minutos.
Esta loca la gente, me levanté y como con lluvia imposible conseguir
un taxi me fui en colectivo al trabajo, le comento a la secretaria que
no sólo no logré cobrar la cuenta, también me agarró la lluvia.
Tres horas después llega un mensajero con dos cartas y me obliga
a firmar su recibo: Una: demanda de divorcio acompañada de una foto
de una mujer dándome una cachetada. La segunda, carta de despido
de la empresa firmada por el padre de mi esposa.
1 comentario:
Buenisimo este cuento May, sorpresivo el final
Me gusto, felicitaciones
Josefina
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