DE RIELES Y DURMIENTES
(Prosa poética)
Avanza
como imagen de alma en pena, atravesando ciudades y poblados, llanuras y
montes, con su serpenteante y raudo
deslizar, tomando pasajeros aquí y allá, con destino a la eternidad. Sinfonía
de rieles y durmientes, acompasado sonido que marca el tiempo.
El
primer pitazo, largo, agudo, potente, sacará de su letargo al brioso fogonero,
para que alimente sin parar la insaciable caldera con paladas de hulla, una
tras otra, una tras otra, como nutriendo su recuerdo. El esfumado convoy corre
como el viento, devorando distancias en su viaje al infinito. Mientras el maquinista
vigila con atención su marcha. Bielas y pistones en movimiento sincrónico
mueven las pesadas ruedas, en su carrera sin fin, sobre aquellos rieles
radiantes. De pronto, la chimenea resopla un agudo pitazo que más parece un
potente suspiro, dejando una estela de humo, anunciando su presencia por las
praderas de la ilusión.
Equilibrándose
con maestría de vagón en vagón, pasa el inspector calando los boletos con su
misterioso instrumento. Luego, balanceándose al ritmo de las curvas pasa el
mozo, con su bandeja en alto, surtida de jarras y tazas, y un canasto con tentadores emparedados de
queso y jamón, un apetitoso “tentempié”. Más tarde, asomará ofreciendo bebidas
con sorbetes de trigo. El convoy ya está próximo a penetrar en el túnel del
pasado, al otro extremo, los pasajeros gozarán con el recuerdo de sus días
color rosa, colmados de sueños e ilusiones.
Otro
leve pitazo anuncia una solitaria estación. Algunos equipajes esperan en el andén,
maletas colmadas de rostros olvidados y canastos desbordando anhelos no
realizados. Manos invisibles se encargan; todo es incorporado al vagón de
carga.
Y
así como el largo vuelo de una golondrina, el tren por fin ha llegado a
destino. La máquina frena al gemido de mil violines, con su rechinar metálico.
La desierta estación pintada a la cal, tan blanca como el alma de los pasajeros
que descienden, espera silenciosa. Sujeto a su pared, una vieja y adormilada
glicinia florida, les da la bienvenida.
En
un paseo cualquiera, queda tan sólo el cascarón de la anciana locomotora que nostálgica
suspira bajo su gastado abrigo, cubierto de herrumbre.
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