lunes, 24 de septiembre de 2012

Sol Baral-Provincia de Mendoza, Argentina/Septiembre de 2012


El juramento de Ana

Ana era la más chica de la familia, conformada por seis hermanas, su padre y una tía soltera que  vivía con ellos. Su mamá había fallecido cuando ella tenía dos años.
Igualmente la nostalgia por la madre ausente no había habitado las paredes de su cuarto ni siquiera durante la adolescencia, ya que para Ana la hermana de su padre era la mujer más maternal que había conocido, la queria más que al recuerdo de su progenitora.
Tal vez por eso cuando supo sobre el sufrimiento de su tía Matilde, juró que nunca se enamoraría, que jamás lloraría por el desamor de un hombre, que eso de andar lamentándose por algo tan banal como el amor de pareja no era para ella. Asi que desde que a los dieciséis años vio a Matilde derramada entre lágrimas y sangre junto a la bañera, después de haber intentado cortarse las venas porque su amante de turno la dejó plantada con el bolso y los pasajes a Uruguay para irse a vivir a Chaco junto a su familia y una novia de la juventud, Ana se miró en el espejo empañado por su propio aliento y con una mano en el corazón prometió no relacionarse con un mismo hombre más de dos veces en la vida. Y lo cumplió hasta que quedó embarazada accidentalmente del amigo de un compañero de trabajo, cuando ya pisaba los treinta y cuatro años y hasta ese entonces no sabía lo que era el amor por un hombre , más que un poco de pasión y de mariposas en la panza en el momento del primer feedback.
Pero cuando nació Amadeo, Ana lo llamó a Federico para avisarle, tal como habían quedado según la decisión de ella de no compartir su embarazo con él.
Y fue ahí, en ese momento tan poco preciso para estas cuestiones, que Ana sintió por primera vez en su cuerpo una sensación parecida al deseo pero desconocida, cuando lo vio a Federico tierno, inofensivo, vulnerable, comportándose como padre no como amante. Pensó en Matilde, pensó en aquél juramento y decidió aguantar hasta donde pudiera sin expresar lo que sentía.
A los pocos días  su padre le comentó que había llegado una carta para la tía, de parte de ese viejo amor por el cual ella había intentado quitarse la vida, no sabía bien qué decía pero Matilde tras leerla, hizo la maleta y partió quien sabe adónde, sólo dijo que no la buscaran, que ella se comunicaría, pero que esta vez todo saldría bien.
Ana entonces se miró al espejo, acercó sus ojos al cristal y por primera vez desde que tenía dieciseis, sintió miedo por lo que iba a hacer…



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