El Incubo
La
criatura estaba sobre mí, sentía su respiración en mi rostro, la presión
agobiante que ejercía en mi pecho me impedía respirar. Sabía que era un sueño,
pero no podía despertarme; la desesperación se instalaba en mi estómago, en mi
corazón. ¡Intenté gritar! Nada salía de mis labios, mi garganta reseca se
inundaba de pánico causándome aún más opresión. Recordé cuentos oídos en mi
infancia campesina acerca del incubo en forma de mujer que duerme sobre sus
víctimas y les roba el aliento de la vida. Creí enloquecía, debía ser la
oscuridad la que me hacía estas jugarretas. Cómo una persona educada creía en
esas cosas. Sin embargo, ¿quién otra, sino ella estaba sorbiéndome de a poco la
existencia? Mi pecho desesperado apenas respiraba. Pensé: «Esos son cuentos de
viejas, pero, si no es posible... ¿por qué siento algo encima que no me permite
moverme y me asfixia?» Fue inútil intentar mover los dedos de las manos
agarrotadas. Seguí tendida, me di cuenta que no era mi cama habitual, ¿dónde
estaba?, ¿por qué mis brazos no respondían?, ¿por qué mi voz no resonaba?
Recordé que dormía en mi habitación de soltera, pasaba a visitar a mis padres,
debía ser que comí demasiado y tenía pesadillas, ese pensamiento me contento
por unos minutos, no obstante analicé qué no se relacionaba la comida con ese
algo vivo sobre mí. !Dios mío!, si me atreviera a abrir los ojos tan sólo, pero
no, era demasiado el miedo, quizás qué vería, ¡Demonios!, si no me atrevía a
mirar, cómo iba a terminar esa agonía, no pude mantenerme en ese estado, ya sudaba
frío, se deslizaba agua sobre mi piel, debía ser el miedo. Había oído que a
algunas personas se les ponía blanco el pelo con el terror o se les caía; yo no
quería tener canas y tampoco quedar calva.
Me
armé de valor intenté abrir los ojos para saber de qué se trata, estaba bien despierta,
por lo menos así podría hacer algo, mas el terror me impedía abrirlos, seguía
con los ojos herméticos, acalorada y sudando frío. Mis sentidos, al límite, escudriñaban
los sonidos de la noche, mi corazón agitado retumbaba ¡bum, bum, bum! como un tren
loco descontrolado. Debía atreverme, abriría los ojos por fin.
Cuando
miré sólo vi oscuridad y justo sobre mi pecho, descubrí dos ojos verdes,
brillantes, aterradores, que me miraban fijamente.
Entonces
saqué con brusquedad las manos de la ropa de cama y dí un golpe magnífico a la
criatura que tenía encima. El ser, tomado por sorpresa, no atino a atacarme. Se
sintió el ruido de un cuerpo chocar con la pared, para después caer sobre el
piso y lanzar un alarido que rompió la noche:
¡miaaaaaaaaaauuuuuuuu!
-
¡Gato de mierda!, ¡cómo cresta se le ocurre dormir sobre mí!
No hay comentarios:
Publicar un comentario