LOS PARAGUAYITOS
—Es un momentito, el chico es de mi pueblo, lo conozco.
—Pero, cuídate que no vengan mis viejos. Mirá el camino a
ver si ves la Cherokee.
La muchacha se encontró con su antiguo novio de Encarnación,
Paraguay. Se vieron cinco minutos. El chico había venido con su tío,
contratista, para levantar un muro. Con él había otro paraguayito, su amigo y
compañero de pieza en la villa Santa Rita.
—¡Dale, dale, que
están por llegar!
La cuatro por cuatro entró por el camino rodeado de pinos y
se estacionó frente a la casa. Los padres de Lorena volvieron del Shopping,
cargados:
—Emilia, ayudanos a bajar las cosas ¡Rápido muchacha! Agarrá
más bolsas que no te vas a herniar. Estas negritas son todas iguales, se la
pasan vagueando, eso sí, a la hora de cobrar no le des un centavo de menos.
—Bueno, Gualterio, no es para tanto…
— ¡Claro, claro! No es para tanto, dale la mano que se toman
hasta el codo.
Lorena Becker es una hermosa rubia de ojos celestes, de
dieciséis años. Vivía en un Country del norte del Gran Buenos Aires, entre
algodones.
Su padre Gualterio Becker es comisario retirado y admirador
de Hitler. Durante la dictadura, que se empecina en llamar “guerra
antisubversiva”, estuvo a cargo de una comisaría bastante activa y colaboradora
con las fuerzas armadas. Las leyes de punto final y obediencia debida, extrañamente, lo
beneficiaron y hoy goza un merecido retiro, juega al golf, al tenis y al
“conspirador” con sus antiguos camaradas “ex combatientes”.
Su madre es una típica ama de casa. Da órdenes a la muchacha
y a la señora de la limpieza que refuerza el servicio tres veces por semana,
representa a la familia en las reuniones de la escuela de la hija. También
acompaña al marido a las reuniones sociales. Allí puede chusmear a gusto con
las otras amas de casa, comparar los vestidos y armar argumentos para la
lapidación de “alguna” vestida con ropa
ridícula (que no se usa), u otra que gesticula indebidamente, o tiene una
historia ¡Una historia! que da que hablar.
Nunca pregunta nada al jefe del hogar,
no corresponde, nunca cuestiona, nunca se mete en política, ni opina. Su
mundo fluctúa entre los programas de “chusmerío” y los “Mega shows”
televisivos.
De lunes a viernes, un automóvil (un remis de confianza), cruzaba calles desconocidas. A través de los
vidrios polarizados ella veía las casas irregulares, sin terminar, desprovistas
de la armonía de las viviendas del barrio cerrado. El trayecto terminaba en
el imponente edificio del colegio Santa
María.
Allí, estudio y diversión entre muros. Un mundo ideal
fraguado por las hermanas: Milagros y geometría, Santo Tomás y Sarmiento. Una
religiosidad atestada de preguntas y contradicciones del cuerpo. Revistas
pornográficas clandestinas mostrando fabulosos falos y hermosas mujeres
introduciéndoselos por todos los agujeros. Roces entre compañeras,
masturbación, aventuras imaginadas, príncipes azules desnudos. Y por la tarde,
jockey, natación, risas, miradas furtivas
detrás del alambrado, imaginación y anhelos.
Después, otra vez los vidrios polarizados, el mundo
incomprensible y la vuelta al country.
Lorena y Emilia tenían la misma edad, la paraguayita conocía
ese mundo vedado para Lorena, la otra quería saber…
Las tardes, después de las cinco, o cuando no había clases,
o los sábados y algunos domingos, las dos hablaban mucho. Los padres de Lorena
tenían sus actividades, por lo general llegaban de noche.
— ¿Y ese morocho, de
ojos negros como el carbón, melena
oscura y piel dorada?
—El primo de Franco, se llama Alfredo.
—Es hermoso.
Pasaron los meses. El muro se demoró.
Una noche estalló el escándalo:
—Estás preñada ¡Hija de puta! ¡No te quiero más en esta
casa! Ahora vas a ver cuando llegue el señor.
La chica juntó sus cosas en una bolsita. No eran muchas.
Pidió tímidamente el dinero que se había ganado hasta ese día. Estaban a fin de
mes.
—No te merecés nada. Tomá y no te quejes, déjame de joder.
Le dio el pago de una semana.
Las dos chicas se miraron. Cuando la dueña de casa se
distrajo, la que se iba le pasó un papelito a la otra.
— ¡Andate!, ¡Andate! Antes que venga mi viejo.
Esa noche Adalberto despotricó contra “esos negros de
mierda, inadaptados, basura, que hay que hacer cagar sin miramientos. Habría
que matarlos antes que nazcan. No sirven para nada. Yo te dije, vos la tratabas
como a una hija, la nena le enseñó a leer y a escribir, y para qué, es gastar
pólvora en chimangos”.
—Bueno, Adalberto, alguien tenía que ocuparse de la casa y
acompañar a Lorenita cuando nosotros teníamos que hacer. No es tan mala, se
dejó seducir…
— ¡Son mierda!; ¡Mierda!; ¡Hija de puta!
Lorena lloraba. No decía nada.
Al otro día, cuando la señora de la limpieza, a la que
habían llamado para trabajar tiempo completo, la fue a despertar, encontró la
cama vacía.
La niña había cambiado de paisaje, ahora las paredes eran de
ladrillos sin revocar, los pisos de cemento alisado, el techo de chapas y un
hermoso vientre abultado florecía de su hermoso cuerpo. Estaba de cinco meses y
sus padres no lo habían notado. El paraguayito, enamorado, llorando de emoción,
ya estaba pensando en trabajar horas extras en la obra para darle todo lo que
pudiera a su princesa rubia y de ojos claros que estaba esperando su hijo.
2 comentarios:
Bien Marco!!Me alegra que sigas escribiendo.
Es agradable leer los escritos de mi compañero del Colegio Secundario.
No me sorprende la capacidad de imágenes y presentar los temas sociológicos.
Sos un escritor comprometido.La vida llega a vos y se detiene .La desmenuzas y luego la conviertes en análises transformados en cuentos.
Perdón...si me permites, diría que muchos de tus cuentos son pequeños ensayos.
Abel Espil
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