LORENZO
Lorenzo
brinca y corre delante de mí. Vamos de compras, si de compras puede llamarse
llevar un paquete de zapatos a la reparadora. En cierto modo es también una
compra, ya que hay que cancelar la suela que coloca el maestro. En fin, para
qué complicarse si Impuestos Internos lo tiene o no clasificado como
“Prestación de Servicios”... ¿No es más sencillo salir corriendo con el paquete
bajo el brazo, agarrar de la mano a Lorenzo y gritar desde la puerta? -Ya vuelvo, voy de compras...
Porque este
pequeño paquete es algo especial. Son los zapatitos destrozados de mi Lorenzo.
Y Lorenzo es algo especial. Especial para mí. No es rubio, ni de ojos azules,
ni su pelo es ensortijado. Un chico común y silvestre de tez blanca y pelo
oscuro sobre su frente. Esto es para los demás. Para mí, es mi niño, mi amigo,
mi ángel, mi tesoro. Mi sangre y mi vida, la luz que me ilumina. Es calor,
cariño, hogar y alegría. Sus cinco años son los puntales en que se afirma mi
felicidad.
Nuevamente ha
roto sus zapatos. Brinca en las pozas de barro. Chutea: tarros, piedras,
basuras, pelotas... Llega triunfante con la carita encendida, los ojos
brillantes con una florecilla que encontró en la acera al jugar con los chicos
vecinos, y me la trae rumbosamente. Me abraza y me besa dejándome pegajosa con
un chicle que ha estado en su boca: - “Te quiero mucho, mamá”, me dice
melosamente.
¿Cómo
reñirlo? ¿Cómo decirle que su overol recién puesto viene revolcado, las mangas
inmundas, los zapatos sin cordones y con la suela despegada?
Pienso
triste. - Me apretaré aún más y este mes le sacaré otro par de zapatos a
crédito, terminando de cancelar los que lleva puestos.
He sido loca.
Le he comprado en vez de ropa cuanto juguete he visto en las vitrinas. Ya me lo
había advertido Ricardo, un compañero de la Universidad, cuando me
salí en tercer año para entrar a trabajar: -“No lo habitúes mal, adecua sus
necesidades a tu presupuesto, nunca tus ingresos a sus caprichos”.
Recordaba
perfectamente sus doctorales enseñanzas tras sus lentes bifocales...El
estudiaba Psicología. Ahora ya es catedrático y solía verlo de lejos, cuando
pasaba raudo en su lujoso auto con su señora y un niño precioso, de la edad de
Lorenzo, pero impecable, limpio, bello, rubio como un príncipe...Ellos tienen
el confort, la seguridad, la educación, el dinero...Todo como en un canastillo
de oro para brindarlo al hijo que crecería ajeno a la terrible frase que el mío
ya conocía: -“No tengo plata”.
¡Pero este
día, Lorenzo mío, lo tenemos todo! ¡El sol inmenso, esta luz, el aire puro bajo
los árboles, la alegría, esta compañía y comunicación tuya y mía! Este amor,
ese correr, saltando delante de mí en la tibia mañana. Tu dinámica energía que
fortalece la mía...¡Oh sí, mi pequeño! Somos fuertes y poderosos...Tenemos
claro el entendimiento, abundante el entusiasmo, potentes los músculos, alta la
voz... ¡Podemos cantar, saltar, remontar en alas el espíritu! No hay oscuridad
en nuestras vidas, ni cansancio, ni fatiga en nuestra mirada. Mi juventud se ha
prolongado en la tuya. Mis aguas han formado tu río. Mi risa se ha duplicado,
amplificado y resuena más con la tuya. ¡Tu pureza limpia mi camino...!
¡Oh, mi
pequeño! Te haré fuerte como un árbol
del bosque, y la lluvia que caiga a cántaros te hará crecer más aún. ¡Un mismo
Dios nos dio la vida, un mismo oxígeno respiramos y este gozo de beber en el
mismo manantial es el que en este instante nos da tan maravilloso impulso que,
quizás hasta las piedras que pisamos desearían también vivir... ¡
Nos serenamos
para cruzar juiciosamente la ancha avenida. Pasan buses, camiones, autos y más
autos...Súbitamente un auto se detiene. Un señor que viaja solo, baja y viene
hacia nosotros... ¡Es Ricardo! mi compañero de universidad, el catedrático...
Algo abochornada, no sé como decirle – si es que me pregunta - que aún mi marido está cesante y yo sólo he
encontrado un empleo mediocre donde chapoteo para salir a flote. Pero...algo
extraño le sucede...Él, siempre tan seguro de sí mismo, se acerca ahora lento y
envejecido...
-¡Cuánto he pensado en ti¡ -me dice al saludarme - ¡Cómo te he
recordado y cuánto me he arrepentido...!
-Quedo
perpleja...Su voz está ronca, su aspecto es demacrado y su mirada cae como un
manto oscuro sobre mi Lorenzo, que con su manecita en la mía le abre sus
grandes ojos sin comprender nada. Algo, una intuición como un soplo helado
viene a mi mente y pregunto a medias, sin atreverme a completar la frase.
-Tu niño...
Y también
solamente una palabra, una palabra que abruma es la que recibo.
-Leucemia...
¡Qué pobre y
mísera en consuelo puedo ser ahora...! Mi alegría y aliento se han
enfriado...Algo profundo ha bajado sobre nosotros y las huecas frases que trato
de extender sobre su sufrimiento tienen respuestas vagas y sin firmeza.
-Sí, aún esta
vivo. Muriendo un poco cada día. Ni los viajes a Norteamérica a ver los mejores
especialistas. Ni las más poderosas drogas, los más exquisitos alimentos, los
juguetes más excéntricos...Nada ha conseguido siquiera hacerlo sonreír... Se
apaga como una lámpara que se extingue, sus ojos se hunden y la angustia
ennegrece sus ojeras...
Ricardo se
despide de mí, besa a mi niño en la frente y se aleja abatido, aplastado...
Quedamos
solos, mi hijo y yo. Graves, serios. Frente al Misterio Frente a la Vida. Frente a la Muerte. Lo abrazo, lo
aprieto...Un grito sale de mi alma sin pasar por mis labios:
-¡Oh, Dios,
protege a Lorenzo...!
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