“Para
la libertad, sangro, lucho y pervivo…”
Miguel Hernández (1910-1942
El dictador
y la muerte
El lugar era oscuro, como una boca de
lobo. Allí estaba nuestro protagonista, temeroso y angustiado. Una potente luz
caía sobre él.
Allí
muy cerca de donde estaba, había un hombre pequeño, de frondosa barba, que lo
observaba detenidamente.
El dictador se paró e improvisó un
discurso:
-Yo
he sido un cruzado de la libertad, he luchado contra los enemigos de la patria;
esos “rojos” impostores, impulsores de la destrucción de nuestra sociedad, de
nuestro mundo occidental y cristiano. Los he eliminado por el bien de la
república. El hombrecito esbozó una sonrisa y le dijo:
-Si
supieras ..¿dónde estás?
-Calla.
Todo lo di por mi gente ¿Y tú?..¿Quién eres?
El
hombrecito, sencillo y pausado, le contestó:
-Soy
tu memoria. Soy la memoria de todos aquellos que no han vuelto, de los niños
sin nombre. Mi misión es recordarte lo que has hecho, por toda la eternidad.
El dictador comenzó a sollozar.
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