sábado, 20 de junio de 2020

Gustavo Piérola-Argentina/Junio de 2020



Guardianes del Delta

Dicen los hombres viejos, los sabios más sabios, que los ríos fueron creados por los dioses para dar origen a la vida. Dicen, también, que sin esos ríos la vida se terminaría rápidamente.
Uno de los ríos más grandes y que más vida nos brinda es el río Paraná, o “pariente del mar”, como fue bautizado por los tupí–guaraníes.
Desde las selvas brasileras hasta el Río de la Plata, centenas de ríos menores, arroyos, brazos y lagunas vuelcan sus aguas en el Paraná para luego abrazar el mar.
Cuentan estos hombres sabios que durante miles de años, desde el origen, la misma agua  pasa y pasa y que en sus márgenes han vivido muchos pueblos.
Cuentan también que los dioses les ordenaron a sus pueblos el cuidado y la protección de los ríos y de toda la vida que ellos generan. Para cumplir estos mandatos, los caciques de todas las naciones se reunían cada tanto en asambleas para tratar asuntos de gran importancia, como los límites de sus territorios, las zonas de caza y de pesca, la división de las tierras para cultivo, pero el principal motivo era siempre el cuidado de los ríos, de su flora y de su fauna, que eran sagradas.
Los tupís, los guaraníes, los qom, los mocovíes, los pilagás, los wichís, los matacos, los charrúas, los chanás, los calchaquíes y otros pequeños pueblos participaban en las asambleas. Cierta vez, el pueblo qom fue el anfitrión del encuentro que se realizó bien al norte, en las orillas del río Pilcomayo.
En plena reunión, el cacique chaná quiso saber hacia dónde mandaban los dioses todo lo que el río llevaba, cuál era el destino de los árboles, las arenas, la tierra, los camalotes y los animales que en ellos viajaban en las épocas de grandes crecientes cuando los dioses mandaban tanta agua.
Todos se miraron ante la inquietud.
—Es cierto —comentó el mocoví.
—¿Cómo podemos averiguarlo? —le preguntó a todos el guaraní.
—Que vaya el chaná, que es quien preguntó —dijo el qom.
—Está bien, nosotros viajaremos.
—Y tú, ¿tienes a alguien que pueda hacerlo? —fue la voz general.
—Claro, mandaré a Uamá. Es el mejor remero y nadador de mi pueblo.
Así, decidieron que al día siguiente Uamá se preparara en la orilla con su canoa de tronco de timbó a esperar el raigón más grande que enviaran los dioses.
Navegó días y días junto al viejo tronco de ceibo que empujaban las aguas bravas del Paraná. Luego de más de un mes de navegación, el tronco llegó a una gran región llena de lagunas, cientos de islas pequeñas y grandes, riachos, arroyos y canales que se abrían en todas las direcciones, donde convivían pájaros y aves de todos colores y tamaños, variedad de peces y animales por él nunca vistos.
Y allí se quedó el viejo tronco para siempre.
Al tiempo, Uamá volvió a su tierra deslumbrado por tanta belleza y reuniendo a la asamblea contó todo lo visto y vivido.
La reflexión final de toda la asamblea fue que los dioses estaban formando una nueva tierra, y que ésta sería el mayor ejemplo de convivencia entre los seres vivos para dejarlo como enseñanza a los seres humanos.
—Debemos cuidar esta nueva obra de los dioses —dijo el wichí.
—Enviemos a nuestros guerreros a defender lo que los dioses nos están entregando —fue la decisión de todos.
—Que sea el pueblo chaná el encargado —sugirió el tupí.
—Que así sea.
También cuenta la historia que el pueblo chaná cumplió la decisión de la asamblea y el mandato de los dioses y se instalaron en esa región a vivir y a custodiarla.
Y así fue que vivieron en armonía con la flora y la fauna durante muchos años. Hasta que un día llegaron unos barcos extraños con hombres desconocidos usando armas poderosas que brillaban y escupían fuego, destruyendo todo a su paso.
El pueblo chaná no pudo contra ellos y fue vencido. Desde entonces, esa hermosa región, que hoy llamamos Delta, se ha quedado sin guardianes.

No hay comentarios: