domingo, 21 de julio de 2013

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Julio de 2013



REGALO  OBLIGADO

            A toda velocidad corre la ambulancia por las concurridas calles de la ciudad. Su bocina parece reclamar en forma imperativa y urgente el derecho de paso. En su interior va don Mamerto. Su boca y nariz están ocultas por una mascarilla conectada a un tubo de oxígeno que emite un ruido de sorbete. El rostro cetrino e inanimado hace suponer que su vida escapa. Sin embargo su expresión es de paz y hasta se podría pensar con algo de alegría. Sus ojos entreabiertos y sus cejas enarcadas parecen indicar que su último estado de conciencia, fue grato.
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            Don Mamerto, proviene de una familia de inmigrantes que llegaron al país en una época casi perdida en el tiempo. Se instalaron en una casa vieja de la capital, casi  con lo puesto, pero en su maleta llevaban, además de sus escasas pertenencias, muchas ilusiones de cambiar el futuro de sus descendientes.
            Desde sus inicios, el comercio fue la actividad preferida por todos los miembros de la familia. Los estudios universitarios, si es que alguno tuvo la oportunidad de acceder a ellos, el enmarcado diploma fue olvidado en una pared, y su dueño se dedicó a la actividad comercial. El éxito como comerciantes, a todos los parientes les permitió vivir holgadamente y formar familias sin ninguna estrechez económica. Esto sucedió a los padres de Mamerto, a sus abuelos y bisabuelos. Él fue hijo único, y sus padres lo pudieron acompañar hasta cuando, “su muchachito”, había traspuesto la barrera de la tercera edad. La mayor inquietud antes de partir, fue que su Mamertito, dedicado a los negocios, nunca quiso formar una familia propia y la soledad sería su compañía cuando ellos ya no estuvieran.
                                                                       
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            Habían pasado muchos años desde esa instancia familiar, y su quehacer en los negocios se  había trasmutado insensiblemente en un depender: de enfermeras, pañales y comidas blandas. Sin embargo, su mente, aún en la nebulosa de su deterioro físico, trabajaba reconociendo su entorno y dando a entender a sus cuidadoras sus gustos o disgustos.
            Un día lo visitó uno de sus sobrinos junto a su mujer. Además de llevarle un sinnúmero de embelecos dulces y varios paquetes de pañales, le dejaron sentada frente a él una muñeca; seguramente el juguete había sido pertenencia de alguna de sus hijas, ya adulta:
             - Tío aquí le dejamos a esta señorita para que le haga compañía. Especial para esos momentos en que debe quedar solito. Ella lo cuidará sin hablarle, es muda. Pero como podrá observar, es hermosa.
             Mamerto escuchó aquello, pero no pudo encontrar palabras para manifestar su malestar:
            -¡Qué se habrán creído estos g…! Acaso creen que no me doy cuenta que es una muñeca. Y tan sólo si fuera nueva. Es un cachureo que no pudieron encajarle a otra persona. ¡Y encima me la traen a mí como compañía!... ¡Mal nacidos! - Y en su mente siguió aquella corriente de la conciencia que siempre lo acompañaba.  –Ya verán estos hijos de p…, apenas pueda, tan hermosa compañía, la tendré en mis manos, y sólo encontrarán hilachas. Como lo hice cuando chico, con la muñeca de la prima Isabelita, esa niña mañosa y peleadora. ¡Cuánto lo gocé! Supe que pasó una semana llorando por su muñeca regalona. Mis padres debieron devolverle una nueva y a mí me castigaron con una semana sin ir al cine. ! Pero igual lo disfruté!
            Y así transcurrió el tiempo, mientras las enfermeras procuraban, hacerle grato de su pasar, viendo televisión, juegos que inventaban para distraerlo y juguetes que él anciano  manoseaba sin interés. A veces, en días de sol, en su silla de ruedas lo llevaban de paseo al parque cercano. No obstante, apenas lo sentaban en su sillón, Mamerto fijaba su vista en aquella figura odiada al máximo, por la intención que suponía como regalo. Y en su mente afloraba su monólogo. –¡Hola, de nuevo estás aquí! Ya sabes el destino que te espera, apenas logre tenerte en mis manos, toda tu belleza la convertiré en pedazos que irán directo al tacho de la basura.
            Cierto día en que el viejo la miraba y divagaba pensamientos de odio hacia la figura inanimada, escuchó que de la roja boquita salían sonidos; al comienzo pensó que era su  mente que ya le hacía desvariar. Pero ¡No!, él la escuchaba nítidamente.
            - ¡Hola Mamerto!... ¿Cómo has amanecido hoy?... Te cuento, yo me llamo Linda…Así me pusieron porque soy hermosa. ¿No te parece? Mira que lindas trenzas tengo y el rosa de las cintas hace juego con mi delicado vestido de organdí…-Humm…Así que también puedes hablar - ¡Por supuesto!, tu también me has estado hablando sin mover los labios, pero yo soy capaz de llegar a tus pensamientos - ¡Ah, sí! Así es que ya te habrás enterado de mis intenciones de hacerte hilachas - ¡Sí, ya lo sé! Y eso me extraña, porque yo no te he causado ninguna molestia. Solamente soy tu compañía permanente, mientras las enfermeras te deben dejar solo. - ¡Así será!, pero a ti te trajeron porque en casa de tu dueña ya no tenías cabida, y antes de llevarte a las obras de caridad te trajeron a la pieza del viejo chiflado de Mamerto. - Es posible que ese fuera el propósito, pero ambos ya estamos aquí. Te propongo que nos hagamos amigos ¿Qué te parece? - ¡Humm! No lo sé - Para conversar, para recordar y ¿quién sabe? para cobrarnos mutuo afecto. -¡Humm… no sé, lo voy a pensar! - gruñó el anciano poco convencido.
            Y fueron pasando los días, ya había  transcurrido un par de años. La salud de Mamerto, dentro de su indiscutible deterioro, estaba más o menos estable. Sólo tuvo un serio contratiempo depresivo, sucedió en una temporada en que la enfermera, desinformada dejó la muñeca olvidada en un closet. Felizmente la más antigua de ellas se dio cuenta y, después de lavar su vestimenta y colocarla primorosamente arreglada, la muñeca volvió de nuevo al sillón acompañando a Mamerto. El anciano demostró una curiosa mejoría, incluso pareció recobrar algunos sonidos para indicar agrados o desagrados y su vista siempre estuvo fija en la figura inanimada de Linda. Por mucho tiempo en el silencio de la pieza, se entablaba el siguiente diálogo, sólo audible para ellos.
            – ¡Hola mi querido amigo! ¿Cómo has amanecido hoy?, te veo más recuperado, sigue así. Mueve tus dedos, tus pies y si puedes, mueve tus brazos. Te hará bien. –Humm, ¿o sea que además de muñeca eres terapeuta? - ¡Por favor, hazme caso! - ¡Bueno, bueno!, si es para mi bien, eso haré, y para que veas que soy obediente.- ¡Mira!, observa como lo intento con mis dedos, ahora con mi brazo derecho, pero…!ay, ayayay!… qué dolor. ¡No!, no puedo más, por hoy basta.- Pero, ¿y tus pies?- Mira niña abusadora, te estás aprovechando de mí – ¡Porfa! , solamente mueve ambos pies sólo un poquito. – ¡A ver, veamos!… ¡Sí!, claro que puedo moverlos. Pero parece que viene un calambre. ¡No, no! por hoy basta. Mañana lo intentaré de nuevo.
            Y así apenas quedaban solos, Mamerto y Linda, daban comienzo a su silencioso diálogo y ya el anciano podía mover con facilidad sus dedos, subir sus brazos y sólo faltaba la fuerza para sujetarse. Sus piernas, ya tenía la soltura para moverlas hasta las rodillas y poco a poco sus muslos iban adquiriendo la musculatura necesaria para mantenerse de pie. Este secreto era de los dos. Nunca las enfermeras y menos los parientes a cargo de él, pensaron que Mamerto podría pararse y caminar, aunque fueran unos cortos pasitos.
            Pero un buen día, instigado por Linda. – ¡Sí, querido amigo! Casi estás listo para llegar hasta mí…y luego tomarme entre tus brazos. - ¿Qué te parece si te incorporas? A ver, así lentamente… ¡Ves, ya estás de pie! Ahora un paso…otro paso…! Sujétate!…sujétate en el brazo de la silla. Así, ¡ves que puedes!, ya casi has llegado… Ahora agáchate un poquito… ¡Así, así!  Listo cógeme suave, porque si caigo al suelo, mi rostro ya no será tan bello como ahora… ¡Por fin, estoy en tus brazos!... Ahora de nuevo al sillón…así, lentamente… ¡No, por Dios!, no tambalees. Ya estás llegando. El anciano alcanza a sentarse, cuando siente en su pecho que algo explota y un dolor intenso lo hace perder el sentido. Su cuerpo se desmadeja igual que el de la muñeca.
            -¡Don Mamerto!.... don Mamerto, por Dios qué le ocurre. ¡ ¿Y la muñeca cómo llegó hasta sus brazos?! ¡Dios!, debo llamar inmediatamente al servicio de urgencia. Y la mujer saca su celular del bolsillo entre acelerada y confundida, pidiendo acudan de inmediato a examinar al enfermo. Presume que es una emergencia gravísima.

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            La ambulancia con el enfermo casi agónico, llega por fin al servicio de urgencia. Al anciano cuerpo a cada instante parece escapársele la vida, así como una avecilla a punto de emprender el vuelo. Al revisar sus manos, los paramédicos descubren enredada entre sus dedos una cinta color rosa. En un rinconcito de su mente, Mamerto está seguro que Linda lo aguarda.

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