EL PESCADOR
Mirko, con su temperamento
enérgico, estira las redes con su fibrosa humanidad.  Tiene la piel morena y rugosa. El viento
sureño le arranca el gorro de lana, que cubre su amplia frente.
Resaltan sus ojos claros bajo las
tupidas cejas oscuras. Esos ojos claros que se pierden mirando las sierras y
más allá del horizonte. Sentado en la escalinata de espalda al mar 
suele  permanecer sumergido en sus pensamientos
largo rato de descanso. 
 Era un adolescente, cuando llegó de la sufrida
Polonia , con sus padres y hermanos menores. Entusiasmado con el mar y la
pesca, al llegar a Buenos Aires, decidió irse solo al sur, para poder
trabajar  en las barcazas pesqueras. A
pesar de gustarle la pesca,  le gusta
leer sobre la  variedad de peces que
habitan los mares y ríos de  los
continentes.
Días bajo el  sol agobiante del verano,  inviernos de rudas tormentas y  fuertes vientos.
Las manos callosas, demuestran
una seguridad para resistir los avatares de la naturaleza. Hombre ambiguo del
mar. Nunca se casó, pero  tampoco le
faltaron mujeres. Las conocía en los bodegones del puerto,  después de navegar varios días y noches mar
adentro, bebiendo lunas y curtiendo soles.
Pero la última mujer  que conoció, fue con la estuvo más tiempo, la
que realmente lo enamoró. Loriana lo sedujo con su larga cabellera ondulada.
Sus labios carnosos, siempre muy rojos, lo invitaban a beber con su juego de
sonrisa felina.
Ella  había llegado de la República  Dominicana  con una amiga, decidida a radicarse en el sur,
para  trabajar de mesera.
Mirko  y Loriana 
hablaban de  los lugares donde
habían nacido y vivido sus  primeros
años.  Así de a poco fueron forjando
planes  futuros, para vivir juntos,
formar una familia y viajar a sus  países
de origen.
Cuando él debía alejarse por
varios  días,  ella seguía despertando deseos y  desnudando pasiones.  La seguían visitando los hombres de otros
barcos.. Ella quería juntar más dinero para 
cuando ambos decidieran  cambiar 
de lugar y de trabajo. 
Hasta esa trágica noche lluviosa
que volvió Mirko.  Esa noche, cuando los
perros  ladraban  con tanta furia.  Justo, cuando  ellos  doblaban,  por la última esquina del callejón del puerto.
Si no fuera por esa maldita noche, quizás hoy no estaría tan solo, si no
hubiera sido por esa negra silueta que apareció, súbitamente con un filo
plateado en su mano.  

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