SIN LUZ
NO HAY SOMBRAS
Me despierta de pronto un resplandor que penetra a través de mi ventana.
Me incorporo de la cama, todavía un poco adormilado, y me asomo por la ventana
para ver de qué se trata. Hay un auto afuera, en el jardín, y sus luces apuntan
directamente hacia mi habitación.
Hago señas desde la ventana. Alzando la voz le pido al conductor que
baje un poco las luces. De seguro, pienso, se trata de alguien más que viene a
hospedarse en el motel. No obstante, mis reclamos no surten efecto de
inmediato, y las luces continúan encandilándome durante unos segundos más. Al
cabo, alcanzo a divisar que una sombra discurre silenciosa por enfrente del
automóvil, entorpeciendo durante un breve momento el molesto fulgor de los
faroles: la sombra cruza de derecha a izquierda, y cuando por fin desaparece,
también se apagan las luces del misterioso coche.
Cierro la ventana con prisa y también las cortinas, pues un miedo me invade
de repente. ¿Acaso habré visto bien?, me pregunto asustado. Ni bien se hubieron
apagado las luces creí ver, en el asiento del conductor, unos ojos encendidos
en medio de la oscura noche; unos ojos brillantes y rojizos, como brazas
ardientes.
Al cabo, mientras me siento sobre mi cama para tranquilizarme un poco,
un fuerte viento comienza a desplegarse afuera, y la ventana se abre de golpe y
con violencia. Comienzan a agitarse las páginas del libro que yace sobre mi
mesa de luz. El viento las mueve, una tras otra, y cuando por fin cesa su
soplido, el libro queda abierto en una página del capítulo trece.
Es un libro de magia negra. Se trata de la copia de un verdadero
Grimorio, cuya información me será de vital utilidad para continuar mi reciente
novela. Y si bien el oscuro contenido
del libro jamás me había causado verdadero temor, ahora tiemblo de pies a
cabeza al comprobar que el capítulo trece trata sobre los demonios de sombras,
seres con ojos de fuego cuya llegada siempre es precedida por un intenso resplandor,
pues, sólo donde hay luz puede haber sombras.
De repente, mi habitación se enciende de nuevo con las luces del
automóvil estacionado afuera. Al mirar por la ventana, cubriéndome un poco de
la luz con mi brazo, la misma tétrica escena se desarrolla frente a mis ojos:
una sombra cruza por enfrente del vehículo y, acto seguido, las luces del mismo
se desvanecen. Pero esta vez, antes de que aparezcan ante mí los encendidos
ojos del conductor, me encojo rápidamente, ocultándome bajo la ventana. Luego asomo
lentamente mi cabeza para observar el exterior. El auto sigue estacionado allí
afuera, apenas visible en esa oscuridad. Y aunque todo parece normal por unos
segundos, casi desmayo del terror al comprobar que unas tenues luces comienzan
a encenderse dentro del vehículo. Allí, en el lugar del conductor, aparecen de
nuevo dos candentes brazas.
Me encojo de nuevo bajo la ventana, temblando de miedo. Se me pone la
piel de gallina al oír una especie de aullido lastimero en el exterior. Cuando
me incorporo, con la intención de salir corriendo de la habitación, en búsqueda
de ayuda, me asalta de nuevo el intenso resplandor, así que de inmediato me
lanzo hacia el suelo para que el demoníaco conductor no advierta mi presencia,
si es que todavía no lo ha hecho.
¿Acaso saben los demonios que
estoy sólo en ésta habitación? ¿Acaso a ninguna otra persona le ha llamado la
atención ese misterioso auto ahí afuera? De improviso, sopla de nuevo el
impetuoso vendaval. La ventana se golpea con violencia mientras las cortinas se
sacuden enloquecidas. Y las páginas del libro se agitan una vez más. Me
arrastro por el suelo hacia la mesa de luz, y tanteando en la oscuridad logro
tomar el libro. Alumbro las páginas con la tenue luz de la pantalla de mi
celular, pues allí en el suelo la penumbra no me permite leer con claridad. Me
asalta un pavor enloquecedor cuando compruebo lo que dicen las páginas del
libro: de acuerdo a la información del Grimorio, los demonios de sombras alertan a su víctima tres
veces antes de lanzarse a capturar su alma.
Ya van dos avisos, pienso para mis adentros. Debo salir de aquí antes de
que las luces se enciendan por tercera vez. Con el libro en la mano, me
arrastro cuerpo a tierra hacia la puerta, tratando de no hacer ningún tipo de
ruido que pueda delatar mi presencia. Debo llegar hasta la puerta, abrirla y
salir corriendo hacia la recepción del motel, o hacia el bar, o hacia cualquier
sitio donde pueda haber más gente. Los demonios de sombras sólo atacan a
personas solitarias, evitando siempre, por algún motivo desconocido hasta
ahora, los grupos de personas.
Sin embargo, cuando ya me encuentro a centímetros de la puerta, sucede
algo que me cala los huesos y me hiela el pecho. Por la rendija debajo de la
puerta puedo ver, aterrorizado, como se enciende una intensa luz en el pasillo.
Es tan brillante que, aunque sólo discurre por ese estrecho intersticio hacia
mi habitación, basta para lastimarme los ojos. Y luego sucede algo que me
aterra tanto que casi fallezco ahí mismo. Por debajo de la puerta puedo ver que
alguien, o algo, cruza caminando: una silenciosa sombra se traslada de
izquierda a derecha.
Ahora se escucha de nuevo un aullido en las lejanías, y el viento sopla
de nuevo con fuerza.
Comienzo a gritar, pues siento que algo está quemándome los pies. Y
cuando me vuelvo para ver de qué se trata, percibo que una sombra de ojos
rojos, y que tiene una boca con centenares de dientes, está masticándome las
piernas. La sangre brota a borbotones, y todo se vuelve oscuro para mí.
Despierto de repente, confundido y adolorido, en el asiento del
conductor de un automóvil que no me es familiar. Está todo muy oscuro
alrededor. Aparentemente, estoy estacionado en lo que parece ser un jardín, enfrente de una pequeña
casa de huéspedes, por lo que puede leerse en un cartel.
Intento abrir las puertas del vehículo, pero me es imposible; es como si
estuviesen selladas. Entonces intento dar arranque, pero el contacto tampoco
funciona. Y después de tocar los diversos botones y palancas, compruebo que lo
único que funciona son las luces altas. Me doy cuenta de que estoy alumbrando
hacia la ventana de una de las
habitaciones de la pensión.
Me invade de repente una sensación rara. Un tipo se asoma por la ventana
y me hace señas; creo que quiere que baje las luces. De repente corre un viento
muy fuerte afuera, y un hombre extraño aparece de entre las sombras y cruza por
enfrente de mi auto. Mientras lo hace, se vuelve hacia mí y me mira. Tiene los
ojos encendidos con un color rojo brillante. Y cuando me sonríe, deja a la vista
cientos de dientes filosos que brillan en la oscuridad.
Me invade de nuevo una sensación extraña, y entonces sonrío también. Al
cabo, apago las luces del vehículo, y el tipo de la ventana se asusta y cierra
las cortinas.
Sólo le quedan dos oportunidades más, susurro en voz baja.
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