Sueños
(Del como terminé llamando maldito a un inofensivo conejo)
(Del como terminé llamando maldito a un inofensivo conejo)
A silencio,
mujer de mis imposibles
I
El frío del amanecer obliga a que ni los gallos canten. Mi perro se arrincona contra su propio cuerpo deseándose un cálido dormir. Apareces vestida en tonos claros con el afán de cruzar lo angosto de una avenida solitaria. El alejarse de la noche amenaza borrar todos los recuerdos en ella construidos. Caminas ligera sobre un pavimento aceitoso. Desapareces al inicio de una calle. Todo es silencio. Ni cláxones lejanos. Ni borrachos trasnochados. Ni letreros de neón muriendo en sus intermitencias.
El frío del amanecer obliga a que ni los gallos canten. Mi perro se arrincona contra su propio cuerpo deseándose un cálido dormir. Apareces vestida en tonos claros con el afán de cruzar lo angosto de una avenida solitaria. El alejarse de la noche amenaza borrar todos los recuerdos en ella construidos. Caminas ligera sobre un pavimento aceitoso. Desapareces al inicio de una calle. Todo es silencio. Ni cláxones lejanos. Ni borrachos trasnochados. Ni letreros de neón muriendo en sus intermitencias.
II
Desconozco donde reapareces en la brevedad de lo último del sueño. Te acercas de frente buscando mis ojos en el anhelo de que escuche tu palabra. Tomo una de tus manos y, con una ternura casi infantil, te invito a sentir el calor de mi cuerpo tembloroso. Aceptas.
Sin decirlo, como en las viejas películas de Arturo de Córdova y Marga López, quiero escuchar mi nombre en respuesta a unos besos por tu boca nunca recibidos. Ya próxima, siento tu respirar cálido y húmedo. Cierro mis ojos para prolongar al infinito todos los tiempos. Pero antes de conocer el misterio de tus labios aparece un conejo, quien rompe la superficialidad de mi dormir. Despierto.
Desconozco donde reapareces en la brevedad de lo último del sueño. Te acercas de frente buscando mis ojos en el anhelo de que escuche tu palabra. Tomo una de tus manos y, con una ternura casi infantil, te invito a sentir el calor de mi cuerpo tembloroso. Aceptas.
Sin decirlo, como en las viejas películas de Arturo de Córdova y Marga López, quiero escuchar mi nombre en respuesta a unos besos por tu boca nunca recibidos. Ya próxima, siento tu respirar cálido y húmedo. Cierro mis ojos para prolongar al infinito todos los tiempos. Pero antes de conocer el misterio de tus labios aparece un conejo, quien rompe la superficialidad de mi dormir. Despierto.
III
Con un dejo de frustración y enojo, mi cuerpo, lentamente se aleja de su sopor. Aún adormilado, hurgo con mi oído y olfato cualquier indicio que delate la presencia del conejo, del cual, no recuerdo su tamaño. Suspiro, pronuncio tu nombre y el mirar se escurre hacia fuera, sólo para descubrir tras los cristales, en un jardín gigantesco y con miles de flores de durazno, al maldito conejo; chacoteando, riéndose, y bailando de gozo un viejo ritmo de negros. Él, se sorprende al sentirse descubierto, impávido me observa a los ojos y, eternamente, sin pena o arrepentimiento en su actuar, susurra, como deseando no ser escuchado.
–I´m sorry, me equivoqué de sueño.
Con un dejo de frustración y enojo, mi cuerpo, lentamente se aleja de su sopor. Aún adormilado, hurgo con mi oído y olfato cualquier indicio que delate la presencia del conejo, del cual, no recuerdo su tamaño. Suspiro, pronuncio tu nombre y el mirar se escurre hacia fuera, sólo para descubrir tras los cristales, en un jardín gigantesco y con miles de flores de durazno, al maldito conejo; chacoteando, riéndose, y bailando de gozo un viejo ritmo de negros. Él, se sorprende al sentirse descubierto, impávido me observa a los ojos y, eternamente, sin pena o arrepentimiento en su actuar, susurra, como deseando no ser escuchado.
–I´m sorry, me equivoqué de sueño.
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