lunes, 22 de agosto de 2016

Nechi Dorado-Argentina/Agosto de 2016



Vine porque te extrañaba ¿Puedo?

Falta poco para llegar, las ruedas del auto van aniquilando las esquirlas sobrevivientes de caracoles rotos hasta dejarlas confundidas con la arena. Los recuerdos se atropellan entre ellos y alguna lágrima escapista de la jaula donde suelo encerrarlas, casi siempre, se desliza como por una ladera y se acurruca en alguna arruga de esas que me cuentan que la vida va dejando surcos donde quiere.
Hace rato que me pasa lo mismo cuando entro en esta zona y el canto del mar, ahí nomás, se confunde con el del motor y de verdad que el primero me sabe a canto de ayer desesperado.
Parece que la suerte hoy estuvo de mi lado, la garua persistente fue nuestra compañera de ruta. Y digo, nuestra, porque viajo con las tres perritas que siempre me acompañan durmiendo durante todo el trayecto.
Pucha, qué cosa que siempre me gustaron estos días en que las tímidas gotas parecen imitar a los humanos, ya que no terminan de unirse para convertirse en aguacero y con la falta que hace, tantas veces.
No hace frío pese a que estamos en mayo y en las zonas marítimas siempre baja la temperatura varios grados. Aunque en realidad eso era antes de que apareciera el tema del cambio climático. Recuerdo que las estaciones se definían muy bien unas de las otras, como queriendo evitarnos confusiones y para permitirnos mantener nuestro ego exacerbado. Nos inflábamos cuando decíamos, por ejemplo, los argentinos tenemos las cuatro estaciones, entre otras cosas que también tenemos. Por eso somos el granero del mundo. Luego, por esa praxis de los intereses globalizados, terminamos desinflados, devenidos en tierra sojera. ¡Quién hubiera dicho!
Falta poco para llegar a Santa Teresita, tomaré por la calle 32 para entrar, bah, si a ese caballo no se le ocurre desbocarse y cruzar la ruta justo cuando estemos pasando. Qué imprudencia dejar a ese animalito suelto en una carretera, qué desastre podría producir ¿Piensa el ser humano o será que es cierto que vamos enroscándonos en nosotros mismos?
¡Qué lindo es, todo blanco, con esa mancha negrísima sobre su ojo izquierdo! Parece que el cielo bajara un pedacito de noche para posarla allí, tímidamente. O quien te dice, tal vez no se atrevió a desparramar la negritud para evitarle una discriminación eterna en este país donde “todos” descendemos de europeos. Hasta los caballos, dicen.
A la izquierda ya se ve el mar, a la derecha los árboles que crecieron tanto desde la última vez que pasé por aquí, aunque ahora el viento les arrancó el follaje dejando al descubierto sus brazos enclenques, abiertos, como esperando un abrazo quien sabe de quién. Por lo menos y por suerte, éstos zafan de la tala.
Casi creo estar escuchando a Pá, cuando lo sorprenda mi llegada y ponga en acción su metralla de preguntas sin darle tiempo a las respuestas:
– ¿Qué hacés vos acá? ¿Viniste sola? ¿Cómo fue el viaje? ¿Quedaron todos bien, en casa? ¡Mirá que salir con este día! ‘tas loca vos.
-Sola no, Pa, vine con las pichis, como siempre.
-Peeeero, vos no cambiás más loquita linda. ¿Y los chicos? Pregunta acariciando a las perritas que se desviven por un mimo.
Mis hijos, sus únicos nietos-hijos, hoy tremendos hombrones, siempre serán “los chicos” para él. Cómo olvidar el papel de padre que el viejo cumpliera tantas veces.
Cada vez que salgo hacia algún lado y demoro un tiempo en regresar, se encarga de recordarme “que los dejo solos”. Solos… y yo medio como que me cargo de culpas. Por un rato ¡pero vaya si me asaltan!
-Quedaron en casa, Pa, trabajando, todos bien, te mandan besos. ¡Muuuchos! Quieren que vuelvas conmigo, también te extrañan.
-Peero, tienen que hacer todo ellos ahora, ay, ay, ay. ¡¿Cómo los vas a dejar solitos para venirte hasta acá?! Vos no pensás nada, siempre impulsiva, dice en su ataque de abuelismo protector, meneando su cabeza hacia ambos lados de sus hombros fuertes, desarrollados por el remo que practicara en su juventud.
-Pa, vine porque te extrañaba ¿Puedo?
-Vos no cambiás más, ¿Hasta cuándo te quedás? ¡Siempre con ese pucho en la boca!
-Me quedo hasta que no nos aguantemos más y vos quieras seguir tu vida de anacoreta. ¿Tomamos mate? Dale, hacelos vos que te salen más ricos. Yo pongo la pava.
Casi puedo escuchar su risa, sus palabras calcadas de veces anteriores lo que las transforma en un ritual de bienvenida, que por otra parte, sigo esperando.
Viejo gruñón, fuerte, persistente como esta llovizna que no para, cuando de cumplir sus deseos se tratara. Jamás lo vi resignado, quieto, esperando nada de nadie. Fue acción toda su vida, fue lucha, coraje y prepotencia cuando hizo falta. Se derrumbó cuando mi madre fuera arrancada de prepo, de este mundo, siendo muy joven, dejándonos a los dos descolocados y yo aprendiendo a impregnarme de su fuerza como para que los embates de la vida no logren volverme añicos. Como no lo lograron con él.
Al paso de los años emigró trescientos treinta kilómetros, hacia este mar. Ágil para huir de recuerdos y de situaciones expertas en crear recuerdos de a miles, bajo descaradas lluvias de plomo que empapaban todo. Sólo un tema estuvo vedado entre nosotros, la política, aunque jamás lo propusimos formalmente. Fue un acuerdo tácito, aunque siempre exonerado por él, experto en chicaneo y yo experta en caídas en sus trampas abiertas.
-¿Viste lo que hicieron estos hijos de una gran siete? Terminar así con los ferrocarriles, romper con el sindicalismo, privatizar el gas, el teléfono, el agua. Y se dicen luchadores ¡Qué saben lo que es jugársela! No es esto por lo que luchamos toda la vida. ¡Qué años aquellos y para qué!
-Nosotros tampoco quisimos esto, pa. ( ¡¡¡Uhhh, p’ta madre, arrebatada como siempre, caigo otra vez en la trampa caza bobos!!! ¿Cuándo aprenderé a morderme la lengua? ¡Qué tipa imbécil…!)
-Ntcccchhh, ustedes. ¡Ustedes que pueden hablar, si son catorce! Responde agitando su mano y agitando mi bronca como diciendo ¡andáaaa! Y pretende esconder una sonrisa irónica entre su barba aunque sin mucho esfuerzo. Yo se que piensa: “caíste, como siempre”. Logró lo que buscaba por enésima vez. ¡Provocador!
Abrió el fuego. Discurso metido, la bronca haciendo alpinismo sobre mis mejillas y yo haciendo un nudo con las palabras como para no comenzar una discusión estéril. Ganas de acogotarlo o acogotarme por atropellada, aunque si uno se pone a pensar diría que tiene razón, como casi siempre. Como en casi todo. La única forma de salir ilesa de la trampa, es cambiando de tema.
-¡Uy Pa, que lindo está el césped y la camelia explota de pimpollos! (Que nosotros somos catorce, sah, pero armamos cada broncas, además no nos da vuelta nadie y fuimos los primeros en salir a la calle por los trenes y por todo mientras ustedes quedaban bien piolitas en su casa. Bah, algunos de ustedes. Ya sé que vos no)
-Cuántos limones, Pa, esperame que voy a bajar el bolso (lo que en realidad quiero es irme a la mierda, siempre el mismo, después de comerme semejante viaje; yo siempre la misma idiota que cae en su trampa)
Claro, el viejo nunca me perdonará que haya elegido ser yo misma, sin atarme a su vivencia que también fue la mía, la que dejó huellas indelebles en mi historia. No quise aceptar retóricas impuestas, simplemente cambié por elección. Tampoco se da cuenta que después de todo fue él mismo quien me enseñó a pensar.
Que se yo, tal vez pensamos distinto pero los sueños son parecidos, sólo que él tomó su camino y yo crucé la vereda. Claro, ya crecida, jamás volví a cantar “ni yanquis ni marxistas, pe-ro-nistas” porque no me dio la gana. Armé mi historia. Y a él no le dio la gana comprenderme. Ni su historia.
Todos dicen que me parezco mucho a él, cosa tan loca, iguales pero diferentes, somos la encarnación de la cuestión dialéctica aunque él nunca mencionara “esa cosa”. Hasta los términos diferencian a las personas, campo popular-trabajadores; dirigente político-cuadro y estamos hablando de lo mismo, pero aprendimos a poner “versus” diferenciadores. Fuimos como la llovizna que no llega a aguacero porque no se une, porque es tímida, porque no quiere mojar tanto, ni hacer charcos en el campo, aunque haga tanta falta el aguacero. Para todos.
Ya casi estamos llegando. Doblaré en la próxima esquina, el aire de Santa Teresita parece distinto al de Las Toninas o al de San Clemente. Digo, tal vez sólo me parezca a mí, porque allí siento impregnado su perfume de lobo de mar solitario.
Subo por la calle 32, doblo a la derecha y sigo subiendo hasta llegar a la enorme casona donde él estará tomando sus mates de la tarde. El y su soledad empapada de recuerdos contracturados, entre la bruma del mar y el vuelo de las gaviotas.
Las perritas comienzan a agitarse, aunque parezca increíble, creo que se dan cuenta que estamos llegando, cada vez que tomo por esta calle hacen lo mismo.
-¿Vamos a la casa de abuelo? Digo, apenas si sonrío y ellas mueven sus colitas, saltan unas sobre las otras como queriendo bajar a través de los cristales.
Estoy en la puerta, no me animo a bajar del coche, las ventanas están cerradas, no vale la pena tocar el timbre, total, no saldrá nadie y sin embargo estoy escuchando su metralla que tampoco vale la pena responder ya que nace y muere en mí. Está estampada en el recuerdo como la arena a la playa, como el ayer al presente, como la vida a la muerte. Ya casi ni divago como en el viaje. La realidad abofetea. Nadie está tomando mate, no habrá intercambio de ideas, provocaciones ni chicanas. ¡Y lo que daría por una! Sólo se unen el presente con el pasado reciente y se estrechan fuertecito convirtiéndose en una masa informe que enternece haciendo daño, tejiendo telarañas con los hilos de ayeres invisibles.
El está muerto no del todo. Yo sigo viva aunque tampoco sé si del todo.
Busco las llaves en el caos de la cartera, prendo mi cigarrillo número qué se yo cuánto, quiero dilatar la entrada al mundo real aferrándome al ilusorio, respirando hondo, tomando coraje hasta girar hacia la entrada que me transporta hacia el pasado. Abro la puerta del garaje, entro y vuelvo a cerrarla. Suelto a las perritas que salen como disparadas hacia el parque donde la camelia explota de pimpollos. Ellas y yo buscando lo que no encontraremos.
Lo primero que aparece ante mi vista son esas letras azules que él pintara uno de sus días de soledad, prolijamente rebuscadas. Resalta el azul fuerte sobre la pared blanca que da al altillo, “Los niños y los ancianos son los únicos privilegiados”. La frase en sus orígenes decía “En la nueva Argentina, los únicos privilegiados son los niños”, pero cuando los años cayeron sobre ese cuerpo de titán, introdujo a los ancianos en el apotegma, no sea cosa de quedar afuera. ¡Viejito loco!
¡Recuerdo cuánto reímos la primera vez que vimos eso que hoy me parece una obra de arte! No es la primera vez que entro al caserón vacío, sin embargo las imágenes se repiten.
-Hola Pá, dije bien fuerte.
-Vine porque te extrañaba, ¿puedo?
-¿Viste lo que hicieron estos hijos de perra, Pa? Claro que no es lo que quería él y claro también que nosotros seguimos siendo catorce, con suerte y si sumamos tres por uno.(Bah, que nosotros somos catorce, sah, pero armamos cada broncas, además no nos da vuelta nadie y fuimos los primeros en salir a la calle por los trenes y por todo mientras ustedes quedaban bien piolitas en sus casas. Bah, algunos de ustedes. Ya sé que vos no)
-¡Uy, Pa, que lindo está el césped y la camelia explota de pimpollos! ¡Qué lindos están los limones!
Bajé el bolso, aunque en realidad otra vez lo que quiero es irme a la mierda, no está el viejo provocador, no estará mañana, ya no puedo sentirme la misma idiota cayendo en trampas caza bobos. ¡Y quisiera zambullirme dentro de una!
Enciendo todas las luces, abro todas las ventanas, la tarde gris apresuró la penumbra. Las perritas espantaron al gato del vecino que me saluda desde enfrente y el motor del mar sigue tronando y yo queriendo que se lleve hacia su profundidad los recuerdos que me pesan y me duelen y me llenan de congoja y quedan ahí tan firmes, como está él.
-¿Tomamos mate, Pa? Hacelos vos que te salen más ricos. Yo pongo la pava. ¡Dale Pa, hacelos vos!
Afuera sigue lloviznando, para mí, se descargó un diluvio…

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