lunes, 22 de agosto de 2016

Carmen Puelma-Chile/Agosto de 2016



LOS HERMANOS BROWN

         Jimmy y Johnny estaban impacientes esperando ser elegidos en el perchero de la multitienda:
            -¡Ahora, ahora!- dijo Jimmy que era el más inquieto, cuando vio acercarse una delicada mano hasta su colgador.
            -¡Sí, sí! Al fin, nos tocó- exclamó entusiasmado- recorreremos el mundo y las calles. Tendremos un hogar, una dueña a quien abrigar y paseos de fin de semana. ¿No te emociona Johnny?, estás tan callado.
            -Sí, ella es linda y de buenos modales, seguro nos va a tratar bien; parece muy ordenada.
            -Yo quiero vivir aventuras, viajar mucho, ir y venir, ¿qué importa que sea ordenada o no?
            -Importa muchísimo, Jimmy, tiene que mantenernos juntos, dicen que los calcetines huérfanos quedan olvidados en los cajones y después de un tiempo van a parar a la basura, sin haber cumplido su misión.
            -¿Y si alguno de nosotros se rompe, Johnny? ¿No pasaría lo mismo?
            -Sería un accidente lamentable, pero no es lo mismo que el abandono y el descuido, además siempre existe la posibilidad de ser reparado, supe que existen zurcidores.
            -¡Ja, ja! Estás loco Johnny, eso ya es prehistoria; nadie hace eso en estos días. Con suerte nos anudarían juntos y al tarro de la basura irremediablemente. Fíjate, ya estamos saliendo de la tienda, escucho ruido de tumulto y ese …tac tac tac… parecen tacos altos, tal vez no nos va a ocupar mucho- dijo Jimmy con algo de preocupación.
            Carol, en verdad era linda y dulce, sus padres la habían educado con esmero y cariño. Cuando niña se había contagiado de hepatitis y por consecuencia su madre la cuidaba como a un cristal, junto con inculcarle exagerados hábitos de orden y aseo. Su casa relucía por todos lados, en especial la cocina que más bien parecía un quirófano. Allí, la Yolita - antigua  nana de la casa- se esmeraba en preparar deliciosos manjares. Todos opinaban que era demasiado delgada y trataban de hacerla comer más de lo que era capaz.
            Después de graduarse con distinción en la universidad, se encontraba trabajando en una Administradora de Fondos de Pensiones, como jefa de atención al público, ya que a pesar de ser muy joven para el cargo, tenía condiciones especiales en su trato, modales finos y delicados.
            -Que primor de muchacha - pensó Jimmy- será agradable vivir con ella.
            Los días fueron pasando sin muchos sobresaltos para los hermanos Brown, un día por semana les tocaba acompañar a Carol a la oficina, junto a un pantalón café moro y unos botines de gamuza color habano. Salían temprano a tomar el metro hasta el centro de la ciudad, caminaban unas tres cuadras y llegaban  a la empresa. Un lugar muy cómodo con calefacción y un gran escritorio, bajo el cual pasaban casi todo el día. A veces salían a dar una vuelta con Carol, para supervisar a los ejecutivos de atención al cliente.  En realidad la vida no era muy excitante, incluso para almorzar permanecían en la oficina, en vez de bajar al casino, porque la Yolita le preparaba a su regalona un termo con comida casera, un pote con ensalada y otro con postre, que invariablemente se comía su secretaria.
            Llegada la tarde, regresaban a casa donde se instalaban en el living, para ver la televisión, acompañados de unas simpáticas zapatillas con forma de patas de tigre y llegada la noche quedaban en un enorme canasto junto con blusas, chalecos y demás prendas, hasta que tocaba el día que más les gustaba: la Yolita los llevaba hasta la máquina maravillosa, con grandes cantidades de agua y un líquido azul, con el que después de bailar un rato se les iba todo el polvo del viaje a la oficina y después con otro líquido quedaban perfumados y suaves. Lo más emocionante era al final, dar vueltas y vueltas en círculos hasta salir de la máquina para tomar aire y sol.
            Johnny estaba preocupado. Desde las vueltas en la máquina, no veía a Jimmy, seguramente se había escondido en algún bolsillo o en la manga de una blusa. En una de esas se va a perder, pensó; pero no pasó mucho rato y la Yolita lo trajo de nuevo a su lado.
            -Escuché que Carol va a regalar los botines de gamuza, Johnny, podríamos quedarnos dentro y conocer otros rumbos.
            -Te volviste loco Jimmy, para qué vamos a ir a aventurar, yo estoy muy bien aquí, me gusta esta vida tan relajada; la tranquilidad no tiene precio hermano.
            -Pero esta vida es algo aburrida, nunca hemos andado en bicicleta, no conocemos los parques, dicen que son bellos, que hay niños, abuelos y palomas, yo quiero viajar y conocer el mundo, atrevámonos ¡qué te cuesta!
            -Por nada del mundo Jimmy, imagínate que nos toca una dueña que no se baña todos los días, o que no nos pone talco perfumado, o lo peor, un día deja a uno tirado bajo la cama y nos perdemos para siempre. No cuentes conmigo para hacer tonterías.
            Volvieron convertidos en bolita al cajón de la cómoda hasta la semana siguiente.
            Llegó otro día de baño, y esta vez Jimmy no apareció. El pobre Johnny escuchó a la Yolita regañando al Bobby muy enfadada: -Dónde dejaste el otro calcetín- le preguntaba al sospechoso quiltro; seguramente lo había enterrado en el patio, porque lo buscaron por todas partes y nada. Se estaba quedando irremediablemente huérfano y lo instalaron solito en un rincón del cajón. Pasaron y pasaron las semanas, llegaron al cajón los calcetines de hilo y cualquier día lo llevarían al basurero. Solo no servía para nada. Bueno, pensó Johnny con tristeza, esto podía suceder, teniendo un hermano tan inquieto y desordenado y ese perro bandido seguramente lo había convertido en un  harapo.
            Llegaron los meses de verano y hubo varios calcetines que acompañaron a Carol a sus vacaciones, incluso algunos gruesos cómo él, pero como estaba solo no lo llevaron. Cada vez que ordenaban el cajón, la Yolita preguntaba qué hacer con ese calcetín huacho y se salvaba porque estaba casi nuevo y su dueña no quería botarlo.
            Pronto se fueron los calcetines de hilo y un día inesperado la Yolita apareció frente al cajón con la cara llena de risa:
            -¡Johnny, Johnny! No te imaginas lo que me pasó, ese día que fuimos con  Carol a la despedida de soltera después de la oficina. ¿Te acuerdas?, llegamos muy tarde y la pobre venía a tropezones, llegó directo a acostarse y ni siquiera prendió la luz para no despertar a sus padres, me quedé enredado en los pantalones café moro y no pude salir de ahí, pensé que nunca me iban a encontrar. La Yolita los tomó para plancharlos y por suerte no los envió a la tintorería.
            -Pensaron el Bobby te había enterrado en el patio, lo retaron tanto, ni te imaginas. Llegué a pensar que te habías decidido por alguna de tus locas aventuras.
            -Johnny, te juro que estuve perdido sin querer, jamás me iría de aventuras sin ti, tú y yo tenemos que  estar juntos para siempre, yo solo no serviría para nada. Además la vida con Carol es tan apacible y afortunada que no la cambiaría por nada del mundo.
            Y así estuvieron los calcetines, hechos bolita en el cajón de la cómoda hasta la semana siguiente.



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