VALPARAÍSO, MEDIA NOCHE
Carlo Martín Puntiagudo
Galindo, sentado junto al escenario en el “American Bar” lleva puesta su gorra
griega. La visera le cubre los ojos y no es fácil percatarse de la inyección de
sangre en su retina. Es asiduo parroquiano del local, no llama la atención su
permanente estadía en el atiborrado antro. El humo de cigarrillos da un tono
azulado al ambiente enrarecido. Son las 0.30 y “Lorna”, inicia su show de
medianoche. La concurrencia repleta el local. El olor a licor y cigarrillo
flota en el ambiente, acompañado de risas de
niñas que tratan de tú haciendo fáciles los malos entendidos entre los
clientes que, con sus cerebros saturados de vapores etílicos, se trenzan en
pequeñas disputas.
Lorna, de lánguida voz,
canta su primer bolero. Sus largas piernas semidesnudas dejan ver el encaje
amarillo del calzón. La rubia cabellera cae por el escote de su vestido por la
espalda, hasta la cintura. Sus grandes ojos verdes pestañean en forma suave.
Rugen las gargantas de los asistentes, atronan los aplausos y silbidos sólo
ante su presencia, ¡Ella es el show! a sus 23 años. ¡Toda una estrella!, la
admiran, la desean, los hombres la quieren para sí.
Carlito, como le dicen los
del “coa”, se muestra indiferente a los encantos de la fémina. Su mano derecha
descansa en la empuñadura de un cuchillo en el interior de su chaqueta; ella es
Su mujer, de nadie más: lo mantiene, lo viste, lo cobija, le compra vino,
licores, marihuana. ¡Es suya, sólo suya! El gordo “ojitos”, chofer del taxi que
lo transporta, le ha contado que un pije de Santiago está loco por ella. Que
está dispuesto a pagar un millón de pesos por
una noche en sus brazos.
Carlito, recuerda que no
es la primera vez que un mortal esté dispuesto a morir por los brazos de esta
diosa.
En Santiago, el mes pasado
actuando en el “Diablo Rojo”, un apasionado se lanzó sobre ella en pleno
espectáculo. Desafortunadamente cayó sobre un puñal que le atravesó el corazón.
En Concepción, seis meses
atrás se presentó en el club “La
Libélula”, algo similar ocurrió. Ella gritó al sentir dos
gruesas manos aprisionando sus pechos. El hombre sólo quería satisfacer sus
instintos. Fue encontrado muerto. Tenía un papel pegado con sangre en su pecho,
decía: “Es mía-sólo mía”. En Iquique,
un apasionado asiduo al “Hans-Chu”, lupanar de choros y campeones corrió la
misma suerte. El letrero en el pecho señalaba: “Se mira pero no se toca”.
Hoy, está triste Carlito,
gruesas lágrimas bajan rodando por sus mejillas. Ha muerto la mujer que lo
crió, la que lo encontró envuelto en una vieja frazada en el barrio de la Quinta Avenida, en
Santiago Poniente. ¿Por qué la vida es tan trágica? Piensa. -¡Él, sólo quería
abrazarla! ¿Por qué su puñal atravesó a la vieja mujer cuando sólo le pedía que
dejara el mundo de crímenes y miseria que llevaba?... ¡No lo sabe! La presión
sube por sus venas. El corazón se acelera, la vista se nubla, su mano aferra el
puñal. -¡Quiero matar!- Grita. Se lanza sobre Lorna que segada por los aplausos
no se percata del puñal que se aproxima… Cuando éste va a caer sobre ella, una
mano aferra la muñeca asesina, el pesado cuerpo rueda por el piso mientras
desvía el puñal al nuevo contrincante. Sin embargo, tomando el brazo del
delincuente lo coloca sobre su espalda, coge el otro y lo inmoviliza con
“esposa” cerrada…
La llegada oportuna del
inspector Jiménez de la PFI
quien, desde hace meses sigue la pista al “asesino
de los carteles”, salva la vida de la diva. Lorna, agradecida, besa
apasionadamente a Jiménez. El público aplaude, las voces parecen un rugido, el
show debe continuar…
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