Eduardo Romano: sus respuestas
y poemas
Entrevista realizada por
Rolando Revagliatti
Eduardo Romano nació el 8 de junio de 1938 en la ciudad de Avellaneda, provincia de
Buenos Aires, la Argentina,
y reside en la
Capital Federal. En 1965 egresó de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad
de Buenos Aires, donde en la carrera de Letras fue profesor adjunto de la
cátedra de Literatura Argentina, cuyo profesor titular era David Viñas, así
como Asociado de Literatura Argentina
II, a cargo de Beatriz Sarlo. Entre 2001 y 2012 dictó Problemas de Literatura
Argentina. En la misma Universidad fue profesor titular del Seminario de
Cultura Popular y Masiva en la
Facultad de Ciencias Sociales. Entre otros medios gráficos,
como periodista colaboró con los diarios
“La Opinión”,
“Clarín”, “Tiempo Argentino”, “Página 12”; con crítica literaria, artículos, poemas,
con las revistas “Crisis”, “Hoy en la Cultura”, “El Escarabajo de Oro”, “Zona”, “El
Barrilete”. Entre 1967 y 2008 publicó, por ejemplo, los siguientes volúmenes en
el género ensayo: “Análisis de Don Segundo Sombra”, “Sobre poesía
popular argentina”, “Medios de comunicación y cultura popular” (con
Jorge B. Rivera y Aníbal Ford), “Claves del periodismo argentino actual” (con
Jorge B. Rivera), “Las huellas de la imaginación”, “Voces e imágenes
en la ciudad. Aproximaciones a nuestra cultura popular urbana”, “Revolución
en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primeras revistas
ilustradas rioplatenses”, “Haroldo Conti, alias Mascaró, alias la vida”.
A través del sello La Crujía,
en 2012, como principal redactor y director de un equipo de investigadores, se
editó “Intelectuales, escritores e industria cultural en la Argentina”. Y éstos
son sus poemarios: “18 poemas” (1961), “Entrada prohibida” (1963),
“Algunas vidas, ciertos amores” (1965), “Mishiadura” (1978), “Doblando
el codo” (1986), “Entre sobrevivientes y amores difíciles” (2004), “Puro
biógrafo y otras inconveniencias” (Ediciones Activo Puente, Buenos Aires,
2013). En 1997 el Fondo Nacional de las Artes, en su colección Poetas
Argentinos Contemporáneos, edita “Eduardo Romano – Antología Poética”.
1 – Precede este contacto una presentación formal. Te propongo otra.
ER – De los comienzos,
las canciones (tangos, boleros) a las cuales les cambiaba su letra mientras
caminaba por la finca de mis tíos, en San Rafael, provincia de Mendoza, donde
pasé todos los veranos entre los cinco y los diez años. A los quince las
escribía (creo que desde el día en que cerré la tapa del piano), y a los veinte
reuní mi primer poemario. Consecuencia de haber conocido a Jorge Rivera y al
Movimiento Madí, cuya retórica consideré de vanguardia —en cierto modo lo era—,
fueron los “Poemas para la carne heroica” (1960), que luego extirpé de
mi bibliografía. La que admito se inicia con “18 poemas”, por el sello
Aguaviva, nombre de una revista —hoja impresa de los dos lados y doblada— de la
que editamos seis números con Rivera, Alejandro Vignati, Susana Thénon y Juan
Carlos Martelli. Un conjunto heterogéneo, tanto que cuando incluí mi editorial
“Contra todo”, los dos últimos hicieron constar al pie que no coincidían
(claro, eran miembros del Partido Comunista y mi alegato estaba entre el
anarquismo y la beat generation). El más entusiasta era Vignati y fue a través
de él que nos relacionamos con Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, etc.
Editamos una traducción del poema de Ferlinghetti en contra de Eisenhower y lo
repartíamos gratuitamente por la calle cuando nos visitó el presidente
norteamericano (la Coca-Cola
se le había adelantado). También le enviamos al juzgado del fiscal Guillermo De
la Riestra
respuestas tajantes contra la censura: él era funcionario en la dictadura de
Juan Carlos Onganía —“¡el onganiato!”—, y había ordenado secuestrar libros y
películas como “Los amantes”…
Yo estaba estudiando en la
Facultad de Filosofía y Letras desde 1957. Allí hicimos un
par de lecturas públicas. Trabé amistad con Alberto Szpunberg, conocí a Juana
Bignozzi y nos reuníamos los tres para leer lo que andábamos escribiendo. Las
lecturas públicas eran frecuentes y en los reductos más dispares. La más
importante fue en 1962 en la
Facultad de Medicina de la UBA, en cuyo Auditorio habría unas doscientas
personas: inusitado. Varios cuadernillos con los diferentes autores invitados
por el Centro de Estudiantes de esa Facultad conservan testimonio del suceso.
Conservo el que incluye mi participación junto a Juan Gelman, Héctor Yánover,
etc. Época en la que concurríamos semanalmente a casa de la “tana” Marcella
Milano, quien nos reveló las entretelas de Cesare Pavese (yo la ayudé en una
traducción de “Dialoghi co Lucò” que editó Siglo Veinte). Por entonces
se produjo el acercamiento de sectores de la izquierda y del peronismo: por
ejemplo, en el Movimiento Nacional de Liberación, de Ismael Viñas, con el que
me vinculé a través de Rivera; y en ANDE (Agrupación Nacional de Estudiantes)
de Filosofía y Letras, adonde llegué detrás del poeta Horacio Pilar. Otro
poeta, y editor, José Luis Mangieri, me incorporó al sello Nueva Expresión: “Entrada
prohibida” y “Algunas vidas, ciertos amores”. Este último corrió la
suerte del depósito donde Mangieri guardaba sus ediciones: llegó la policía y
secuestró todo, buscando libros políticos, claro, incluida casi la edición
completa de mi libro, del que sólo conservo un ejemplar con la impresión de
tapa sin colores. Colaboré con “La Rosa Blindada”, la revista del maoísmo naciente
en Buenos Aires. Pero también lo hice en “18 de Marzo”, periódico del peronismo
combativo. Con Rivera, René Palacios More y Luisa Futoransky, otra mezcla rara
de “Museta y de Mimí”, editamos dos números de una revistita abrochada,
“Cuadernos de Poesía Hoy”. Y debuto con mi primer artículo crítico (aunque ya
había borroneado algo de crítica en breves notas de “La Gaceta de Mariano Moreno”,
en el colegio secundario, sobre Pablo Neruda y Vicente Huidobro), titulado
“¿Qué es eso de una generación del ’40?”. Allí manifestaba mi admiración por el
lenguaje coloquial de algunos poetas del tango y la oponía a ciertas retóricas
de la poesía letrada (para ser leída). Acababa de recibirme de Profesor de
Letras, me iniciaba como docente y me fue absorbiendo la crítica
literario-cultural. Escribía poemas que quedaban rigurosamente guardados y
leía, además de Pavese, a T. S. Eliot, a Antonio Machado, y por sobre todos, a
César Vallejo. Pero sin privarme de Paul Valéry, de muchos españoles y
latinoamericanos, de la poesía lunfarda —me deslumbró, por cierto, “La
crencha engrasada” de Carlos de la
Púa—. En tanto la política y el periodismo me atrajeron,
colaboré mayoritariamente con bibliográficas en “Clarín Cultura y Nación”, en “La Opinión Cultural”,
en “Crisis”, etc., donde también me difundieron artículos y poemas.
2 – Más de diez años transcurrieron hasta “Mishiadura”
(traduzcamos a nuestros lectores lejanos al dialecto local: indigencia,
miseria).
ER - Sí, reaparecí
respaldado por Colihue-Hachette, quienes irrumpían con mucho entusiasmo en el
mercado editorial. Yo trabajaba intensamente en la revisión de productos y
géneros populares con el ya viejo amigo Rivera y con Aníbal Ford, narrador y
ensayista. Publicamos mucho desde comienzos de los ’70 hasta 1982 (y una parte
conformó “Medios de comunicación y cultura popular” en el 83). Con muy
buena repercusión, aunque diletantes y ortodoxos (de varias biblias) nos
calificaban de “populistas”, por interesarnos en canciones, historietas,
fotonovelas, programas radiales, cine nacional, etc. En la década siguiente
enarbolarían la bandera de los “estudios culturales” para ocuparse de asuntos
parecidos —según Williams, Anderson, Richard Hoggarth (fallecido en abril de
este año), Thompson…— e ignorar o disimular lo que veníamos investigando
nosotros. Y bueno… soy argentino, diría el siempre socarrón César Fernández
Moreno. En una de aquellas lecturas mencionadas, esa vez en una Galería
céntrica, se burló de un poeta joven, creo que Marcelo Fox, y discutí
airadamente con él. Años después nos reconciliamos, intercambiamos un
interesante epistolario cuando yo estaba preparando la edición de su “Argentino
hasta la muerte”, selección, estudio preliminar y notas para el Centro
Editor de América Latina. Hasta me propuso suplantarlo en la Universidad de Caen,
porque se iba como funcionario del presidente Alfonsín a Cuba; mi situación
familiar era complicada pero sólo al año siguiente me divorcié. Si hubiera
aceptado, seguro que mi vida hubiera sido distinta, pero como siempre es una
sola (por desgracia o por mezquindad divina), aquí estoy. Recuperé parte de
dicho epistolario en un dossier del “Diario de Poesía” dedicado a César.
Bueno, creo que desde “Doblando el codo” en adelante mi poesía cobra más
contacto con la suya, puesto que ambos articulamos un poco de narrativa y otro
poco de ensayo valiéndonos de los “renglones cortitos”, aunque de forma
diferente, incluso por razones ideológicas. Y también por concebir series de
poemas sobre ciertos asuntos: él, por ejemplo, sus automóviles; yo (que no
manejo, ni siquiera mi vida), las fotos familiares o los lugares y casas en los
que he residido. Mi poemario del ’86 estuvo muy vinculado con la experiencia
periodística en “Tiempo Argentino”, la de mayor inserción en un diario:
coordinaba la doble página de bibliográficas de los domingos y hasta alguna
vez, de paso, redacté un obituario (el de la narradora Marta Lynch) y varios
artículos para “Tiempo Cultura”, al cual Osvaldo Cherkasky, Miguel Briante y
Matilde Sánchez, entre otros, le habían dado un nivel poco habitual. En la
redacción armé, con Alberto Perrone, al que había conocido como empleado en la Universidad de Morón,
una tapa collage con dibujo, foto, viñeta de fotonovela, que me sigue gustando.
3 – Y más o menos desde aquí nos quedaría tu derrotero en los últimos
veinticinco años.
ER – Con otro formato.
Porque después de haber entrado y salido por las puertas de la Universidad de Buenos
Aires al son de las marchas partidarias o de las marchas militares, gané en
1986 un concurso de Adjunto en Literatura Argentina I y tres años después el de
Asociado de Literatura Argentina II: me radiqué en el ámbito académico. Con su
estabilidad y sus miserias. Como la condición de docente universitario se
extendió, primero a la
Universidad de Lomas de Zamora, después a la Universidad de La Matanza, dejé otras
tareas, en especial las periodísticas o editoriales (para el Centro Editor
había escrito mucho, durante mediados de los setenta y de los ochenta). Una
experiencia interesante fueron los doce o más programas que asesoré, y en los
cuales hacía intervenciones críticas de un par de minutos, para la señal
Educable, y que en un momento difundió ATC. Incluyó a algunos poetas, como
Almafuerte o Sor Juana Inés de la
Cruz.
Todo eso me restó tiempo para la poesía, nunca abandonada, siempre
acumulada en servilletas, hojas rayadas sueltas, copias mecanografiadas, y al
fin la bendita era de la computación, cortar y copiar. Fantaseé que le dejaría
ese legado a mi viuda (Miriam) o a mis dos hijas (Laura y Constanza, una de
cada matrimonio), para que resolvieran si era editable o combustible contra el
frío. De pronto, un joven salteño que había sido alumno mío en dos
oportunidades y lugares (la carrera de Letras y la carrera en Ciencias de la Comunicación Social de la UBA —ah, me estaba olvidando
de contarte que entre 1989 y 2001 inauguré allí un Seminario de Cultura Popular
y Cultura de Masas—), me propuso editar un tomo en su colección El Suri
Porfiado. No entraba lo escrito a lo largo de casi veinte años en libros de
formato manuable y austero. Pero, ante una posibilidad así, no te vas a hacer
el estrecho o el larguirucho… Corté varias secciones de lo que tenía guardado,
porque en todos mis libros agrupé siempre los poemas en series bajo un título
particular, y se las remití como “Entre sobrevivientes y amores difíciles”.
4 – Y unos años después surge la posibilidad de volver a editar.
ER – Concluyendo 2012.
Raúl Santana, el “negro” Santana, con el que habíamos compartido días de
francachela y mishiadura allá por nuestros veinte años —no por esa década,
aclaro—, me propone telefónicamente una antología en la colección que dirigía
para el sello Activo Puente. “No”, le contesté, “ya que el Fondo Nacional de
las Artes me publicó una de la etapa que llega a los ’80, prefiero mostrarte un
libro inédito y añejo de veinticinco años.” Por supuesto que excluí casi todo
lo que ya estaba en la edición de El Suri y armé el resto. Para fortificarlo o
qué sé yo, le sumé, con añadidos, una sección, la de “Viejas Fotos Familiares”
de “Doblando el codo”, pero con otro título. Y así se fue conformando (y
confirmando) “Puro biógrafo y otras inconveniencias”, título que, entre
otras virtudes, tiene el de no parecer propio de un volumen de poemas. Con
“biógrafo”, tal vez esté de más aclararlo, aludo a la vida y también al cine
como un componente inexcusable de esa vida —lo que hoy les sucede a los más
jóvenes con la televisión—, pero también a la ensoñación. Cines de barrio (les
dediqué un radiopoema), de pueblo (en Escobar), de rambla marplatense, de
auditorio al aire libre… películas vistas, entrevistas, narradas, recordadas y
mezcladas, perdidas en el desván de la memoria… y divinas divas (Marylin,
Brigitte, Sofía, la
Cardinale) que te dejaban insomne, entre otras cosas.
5 – Y además de la
Antología personal del Fondo, fuiste difundido en otras.
ER – Me alegra figurar
en varias, que no me tomo el trabajo de contar pero son alrededor de diez. Las
últimas, “200 años de poesía argentina” (selección y prólogo de Jorge
Monteleone, Editorial Alfaguara, 2010) , “El cine y la poesía argentina”
(selección y ensayo de Héctor Freire, Ediciones en Danza, 2011) y “Antología
de poesía argentina contemporánea, 18 poetas” (bilingüe, co-edición Reflet
des Lettres / Alción Editora, 2012). Ellas abren la posibilidad de ser leído
por un público heterogéneo e imprevisto. El libro de poemas de autor es una
rareza, cada vez se editan menos ejemplares y acaban por desaparecer nadie sabe
exactamente dónde, pero desaparecen… Y, entre ensayo y ensayo, entre artículo y
artículo, entre investigación e investigación, dirigida o elaborada, a pesar de
que el viento jubilatorio ya me esparció, escribo algunos poemas. Generalmente
en un rapto o en un rato. Y guardo. Tal vez…
6 – Tengo cerca mi ejemplar de tu cuarto poemario. En la contratapa
se informa sobre otras antologías en las que figurás: “Buenos Aires dos por
cuatro” de Osvaldo Rossler, “Los mejores poemas de la poesía argentina”
de Juan Carlos Martini Real… Y se informa también que esta edición de “Mishiadura”
alberga una selección –once- de los textos que escribieras para la audición
“Latitud Buenos Aires” de LS4 Radio Splendid, entre setiembre y diciembre de
1977. Te estoy instando, Eduardo, a que rememores ese paso tuyo por la
radiofonía porteña, cómo era el programa, quién lo conducía, y te refieras a lo
que sucintamente explicás en unas pocas líneas introductorias al volumen,
tituladas “Advertencia”.
ER – Esa oportunidad
llegó, como todas, inesperadamente. Una amiga, docente de música y locutora, me
dijo que el interventor militar de la radio, tanguero y poeta (en la Argentina, como verán,
todo puede suceder), se marchaba y hasta allí había escrito las glosas para una
audición con tangos de Gardel. Aníbal Cufré, que leyó al efecto algunos poemas
míos, me ofrecía reemplazarlo. Le contesté que sí pero con poemas, no con
glosas. Escribí una cortina fija, que iniciaba el programa todos los días al
anochecer, y luego un texto poético para cada audición que se iba intercalando
entre las versiones del “mudo”. Mudo me quedé yo el día que viajando en un
colectivo me escuché, junto con el colectivero y algunos pasajeros. La voz de
Cufré era impresionante, hasta cuando no sabía lo que estaba diciendo. Inauguré
una rutina de trabajo poético: sábados y domingos escribía los cinco textos de
la semana, siempre precedidos por alguna cita. Me acuerdo que cuando usé una de
Luis Luchi, Cufré me la mandó de vuelta, porque eso no le parecía poético. Yo
tuve ganas de contestarle que, si supiera ya lo que era la poesía, habría dejado
de escribir. Luego recuperé una selección de esos textos para incluirla en mi
libro “Mishiadura”, como “Radiopoemas 77”.
7 – Entresaco unos versos de distintos poemas tuyos: “no deben
arrojarse los restos del amor dentro del mundo”, “qué haré con su
costumbre lenta de hablar y envejecer?”, “el gato pasea por el
ocio rollizo de mi hermana mayor”, “y por ti, pero más por mí,
pormigo mismo”, “Es la hora de la preñez extrema del aire”, “lucía
las bananas podridas del sombrero”, “y su terrible renguera de
conciencia”, “Me gustaría encontrarte hace diez años”. Aquí
están. Y entonces pregunto: ¿En qué términos resumirías tu poética?
ER – Esas cosas son más fáciles de decir acerca de
otros que de uno y haciendo eso me he ganado en gran parte la vida. Pero…
bueno, me tiro a la pileta como poeta de la palabra conversada, del diálogo.
Algo que nos vino (uno nunca está solo, aunque se lo imagine) seguro que de
Pavese, pero también del tango, de “Eche, amigo, nomás, écheme y llene…” y
tantos otros ejemplos. Empecé a escribir argentino, dice Cortázar, hacia 1950.
Yo sentía que los de Movimiento Poesía Buenos Aires, algunos, excelentes
poetas, parecían, muchas veces, traducidos. Y si no podía escribir argentino,
al menos lo haría en porteño y sin tergiversar
mi habla cotidiana. Sentía que en el poema, como en los mejores tangos, se
podía contar de manera breve e intensa y
que eso era un desafío. En ocasiones debo de haberlo conseguido. Con el tiempo,
las series poéticas me permitieron ampliar el relato, los momentos fulgurantes
de ciertas situaciones vividas, imaginadas, soñadas… o todo un poco a la vez.
8 – Por un lado, en tu último poemario leo estos dos versos: “con
Horacio Pilar (del peronismo mágico) que era capaz / de disertar hasta dos días
sobre una araña pensativa”. Y por el
otro, yo, que tarde —en 2002— descubrí en su totalidad la obra poética de
Horacio Pilar (1935-1999) y quedé asombrado, organicé y conduje en mayo y junio
de 2003 el Ciclo de Poesía “Horacio Pilar” —cinco encuentros: entre los poetas
invitados estuvieron José Peroni, Jorge Quiroga, Hilda Rais, Francisco (Pancho)
Muñoz, Raúl Santana—. Has sido su amigo. ¿Lo evocarías para nosotros a quince
años de su fallecimiento?
ER – Claro, cómo no.
Horacio había cursado el Liceo Militar y comenzado Medicina. Era
inesperadamente marcial y sorpresivamente gastronómico. Me acuerdo de haber
comido en algún boliche de los que frecuentábamos, gasolineros, y pedir
primero sopa y luego dos bananas; explicarle al mozo, sin duda desconcertado,
las virtudes de esa dieta. Sin mencionar la principal: gastar poco. Tenía una
labia espontánea y generosa; una vez, en mitad de uno de tales discursos, a
propósito de cualquier cosa, se detuvo y nos preguntó sobre qué estaba hablando,
se le había perdido el asunto. Charlamos mucho de filosofía, de calle, de
señoritas, de política. Era el mejor ejemplo de que cada peronista tiene su
propio peronismo y él te convencía del suyo. Un poeta reflexivo y modesto;
siempre me decía que formábamos una segunda línea y que eso no debía
desalentarnos. Un gran tipo, de ésos que te dejan mucho y haberlos conocido
justifica también un poco haber vivido.
Valdría la pena reencontrarlo para seguir charlando, seguro nos quedaron
cuestiones pendientes.
9 – Sé que para “Francisco Urondo,
la palabra en acción – Biografía de un poeta y militante” de Pablo
Montanaro (Homo Sapiens Editora, Rosario, Santa Fe, 2003) has participado con
tu testimonio. Para quienes como yo, no hemos accedido al libro en cuestión,
¿nos lo ofrecerías?
ER – Mi relación con
Paco Urondo fue especial, con largas intermitencias y mucho afecto. Lo conocí
cuando vino a una lectura de poemas (participamos Jorge Rivera, Alejandro
Vignati, el petiso Alfredo Carlino y yo): creo que en el salón de un diario
sobre la avenida de Mayo. Leí textos que pasarían a “18 poemas”. A la
salida se acercó y me comentó que le habían interesado, quedamos en vernos en
otro momento, almorzamos a los pocos días con Noé Jitrik, de Souza y otros amigos,
me presentó a Clarita Fernández Moreno, y por ella conocería luego a Haroldo
Conti… Otra instantánea es de cuando él vivía en el barrio de San Telmo, en una
de aquellas casas colectivas de los setenta y a la que acompañé a Lola Thorne.
Charlamos largo, me presentó a uno de sus hijos, intercambiamos libros. Tercera
foto: una noche lo esperé con dos amigas, en el viejo bar “Unión” que tanto
frecuentaba y me encantaba, allá en la avenida Paseo Colón, cerca de
Independencia, hasta que salió de trabajar en “La Opinión” y cada uno por su
lado, pero otra vez buena charla, agradecimiento por el “aguante”. También nos
encontramos en lo de Rivera: ambos militaban en el Movimiento de Liberación
Nacional (MLN -Malena) y discutimos un poco, en buenos términos. Después
coincidimos en la Facultad
de Filosofía y Letras, donde vino como Director del Departamento y yo quedé a
cargo del Instituto de Literatura Argentina. Allí no discutimos, exactamente,
pero diferíamos en cuanto a lo que esa intervención debía producir en la
carrera de Letras. Tengo presente una larga caminata por Rivadavia estrecha,
desde la Plaza
de Mayo, y olvidar lo político para hablar de poesía, lo que siempre nos había
acercado. Bueno, a partir del ‘76 sabemos lo que pasó. Pero lo vi una última vez,
en el barrio Caballito: yo estaba parado en la esquina de Rosario y José María
Moreno, y desde un auto agitó la mano y su sonrisa, que era muy particular.
Tuvo la valentía de sostener hasta el final lo que creía, a diferencia de
tantos otros.
10 – Mas allá de los consagrados poetas del
tango —Homero Manzi, Enrique Santos
Discépolo, Celedonio Esteban Flores, Enrique Cadícamo, Homero Expósito, Eladia
Blázquez, Horacio Ferrer, Héctor Negro…—, ¿estás al tanto de la letrística
tanguera más reciente? ¿Por dónde andan tus actuales preferencias musicales?
¿Hay algún tipo de música que juzgues “mala” y que te atraiga (o te haya
atraído)?
ER – Estoy al tanto,
porque soy miembro de la
Academia Nacional del Tango, pero creo que cada ritmo tiene
su época y la del tango ya fue. He dado clases sobre letras de tango en la Academia y en la Universidad acerca de
la canción, en las cuales incluí también al llamado folklore, al rock nacional
y a cantantes que no tuvieron mucho que ver
con la poesía, pero cuyo humor los justificaba. Estoy pensando en
Rodolfo Zapata, el de la chacarera “La
Gorda”, que manejaba un uso del doble sentido muy gracioso y
que los folkloreros comprometidos despreciaban. Claro, para ellos “Si se calla el cantor calla la vida” y me
imagino que, para el cantautor Zapata, “si se calla el cantor calla la risa”. Y
el humor es un combustible irremplazable para sobrevivir, sobre todo en el
mundo periférico. A la poesía argentina le ha faltado humor, sus cultores
prefirieron la seriedad, la gravedad, aunque estuviera hueca. Nicolás Olivari,
Conrado Nalé Roxlo, Luis Cané, César Fernández Moreno… son de los pocos, en una
cuerda que va del humor sutil al sarcástico. Si me dejan, me subo al carro, por
lo menos por el costado del humor irónico. Hoy día el gran público está en
contacto con la poesía de las canciones, acompañadas de música. Así como lee
novelas acompañadas de imágenes (telenovelas, pero obvia el prefijo). La
lectura en silencio y recoleta está avejentada, aunque nunca va a desaparecer
del todo. Yo convertí un poema (Cartas II) en el tango “La zorra tristeza” (con
música de Alberto Garralda), que tuvo dos grabaciones, pero no seguí adelante
con la experiencia. Está entre las cosas que me debo para el ballotage.
11 - En un número de la revista de poesía “El Jabalí”, que estuve
releyendo, reprodujeron una parte de una entrevista realizada a Orson Welles
(originariamente difundida en su totalidad en una revista extranjera): Me
apropio yo de algunas, y adaptándolas te las despliego: Si hubieras podido
escoger el país y período en que te hubiera gustado nacer, ¿hubieras escogido
qué país, qué período? ¿Hay algunas figuras de la historia argentina con las
que te identificás? ¿A quién escogerías como modelo de comportamiento masculino
hacia las mujeres?
ER – ¡Esto ya no es una
entrevista sino un bombardeo! Me pongo el casco y voy contestando.
1: Me gustaría vivir en el mismo lugar y en el mismo tiempo pero de
nuevo, para reincidir en algunas cosas y para rectificar otras. Vivir de nuevo,
varias veces, entre los veinte y los sesenta, en lo posible descartando la
inexperiencia o las malas experiencias anteriores y la excesiva experiencia
posterior (dejémosle este placer a los orientales).
2: Me identifico con los muchos que construyeron nuestro país y con los
pocos que lo siguen haciendo, ¡lástima que los otros eran más!
3: A mí, por supuesto. Pero preferiría hablar de lo mal y de lo bien que
me han tratado, porque sería hacer el resumen de mi vida. Si unas me
abandonaron, desde el comienzo, otras me recogieron y me cuidaron. En “Entrada
prohibida” hay una cita de Pavese que dice, en parte, “mis buenas
compañeras estarán siempre vivas, / sufriendo en silencio y pagando por todos”.
Sin ellas faltaría en mi CV la poesía y estaría de más este diálogo.
12 - Alejandra
Pizarnik le expresó en una carta a la poeta bonaerense Ida Julia Casella, a
propósito del poemario de ésta cuyo título es “Antes de nacer” (1ª
Edición, Ed. Colombo, 1966): “...sus poemas son, entre otras cosas, modos de
conocimiento (es evidente el ‘yo me he vuelto del revés / me he vuelto del
derecho’), de conocimiento de usted, naturalmente, pero cuando el modo es
auténtico y necesario (esto sobre todo), el lector se conoce en la comunión
poética: un simple y terrible espacio de encuentro perfecto...” ¿Te
provocan, Eduardo, estas líneas, alguna apreciación?
ED
– Si la literatura —incluida la poesía— no es
conocimiento, es apenas palabras sueltas, cháchara, nada… Uno aspira a la
experiencia compartida, a que algo resuene en el otro y lo transforme, lo
cambie de lugar, de posición, de ánimo, se le haga carne viva… Por lo menos son
las vivencias que nos transmitieron algunos de esos escritores que preferimos y
que seguimos leyendo a través del tiempo. Una novela de Benito Pérez Galdós,
pero también otra de Paul Auster y, para cambiar de registro, un poema del
Arcipreste de Hita y otro de Homero Manzi. Y lo que hicimos siempre, incluso
sin saberlo, reescribir las palabras que se reagrupaban, de otra manera, entre
las ya leídas y escuchadas, entre las que dijimos y las que nos dijeron. La
literatura es, en definitiva, el lugar de cruce donde los otros nos hablan, o
se hablan a través de nosotros, aunque ilusionemos poseer “el uso de la
palabra”.
*
Eduardo Romano selecciona siete poemas de su autoría
para acompañar esta entrevista:
BRINDIS
Por la mano que hundo y arranca el poema
por el verbo que comunica como una llave
por el hijo pródigo que vendió su corazón al
contado
por la joven madre que no abortó de perezosa
por los que de tanto en tanto se dicen algo al
espejo
por los que sólo recuerdan a garrotazos
por la ventana cerrada de los muertos
y por el que desde mucho antes fue cadáver.
Por el ojo sin importancia de la risa
por los que hoy aquí y mañana no se sabe
por la noticia falseada en treinta idiomas
por el que pide permiso en todas partes
por el que usa apenas mujeres usadas
por el que brilla una noche y catequiza
por el silbido que se perdió en la boca
y por la triste escalera que solamente baja.
Por una blusa roja hasta la sangre
por la firme respuesta del seno adolescente
por la manzana madre de este mundo
por el que tira sus besos al retrete
por el que perdió la cabeza en el griterío
y por el hueso auténtico el hueso duro de roer.
Por el hueco de los que ya se resignaron
por la fiel amistad de las enfermedades
incurables
por la que todavía aguarda hecho preguntas
por la felicidad del hombre amaestrado
por la palabra que nos dará el olvido
por un cielo de puentes y llegadas
y por una verdad a cada rato.
Por el marinero que no aprendió a desembarcar
por el clavo caliente de estar vivo
por la alegría exacta de los tristes
por el vino de rostros que nadie puede
arrebatarnos
y por la desesperación del vaso en la garganta.
Por los que mercan cada día tu trabajo
por los que “sí, cómo no, de cualquier modo”,
por los principios con que algunos terminan sus
crímenes
por todas las maneras de andar al descubierto
por los que memorizan cada día de sus años
y por ti, pero más por mí, pormigo mismo,
junto a esos zapatos caminando sin dueño a
medianoche
brindo, tal vez de manera vulgar,
levanto mi copa enardecida
por los que ya nombré y por los que no me
acuerdo,
dejo paga mi última sonrisa,
toco fondo.
(de “18 poemas”)
*
LA LOCA
Me decían sentate al lado de la loca
y dale cuerda.
La loca, a todas horas
destrozada,
y después -si existe algún después
bajo las ruedas-
dibujaba muñecos en el vidrio,
cantaba letras sucias,
daba pena,
Me decían recitale a la loca
tus poemas.
La loca consumía
el café más amargo con leche
y apagado,
se sonaba los huesos
traqueteados en camas informes
o en baldíos,
se daba una medida de esperanza.
Sentada en un rincón,
lucía las bananas podridas del sombrero,
un perfume bien rancio, recocido,
su careta de humo,
su cuello pergamino.
Me decían conversá con la loca
de la vida en orsai,
de su hijo roto.
La loca masticaba estampitas lentamente
preguntando si el sol
seguía afuera
o lo habían llevado, en bandeja,
hasta su cuarto.
Me decían con guiños, por lo bajo,
explicale a la loca que está muerta.
(de “Entrada prohibida”)
*
CAMINATA
Tengo veintiocho años cumplidos
esta hermosa tarde que ahora desciende
por la avenida viento norte, Palermo,
pensando qué hacer con lo que resta.
Ya no soporto los gestos de Francisco,
según las circunstancias.
No me alcanzan las palabras de Luis,
el estudiante de izquierda
que me quiere explicar causa remotas.
No quiero más los proyectos comunes y promesas
que nunca les pedí, ni equivocada.
He visto y oído sus trabajos,
los oficios delicados, inútiles, vacíos,
humillantes o alegres, de los hombres amados.
Los adolescentes que se concentran
hasta la seriedad en mis piernas delgadas
apenas casi me entretienen.
Las amigas que recitan siempre,
hasta el cansancio,
comienzos o restos de aventuras
ocultas por el humo y sus caras mundanas,
no pueden disimular la soledad que las
desborda.
Quedan, es claro, el arte y los paisajes,
pero una ha comprendido el mecanismo
y para qué engañarse en estos tiempos.
Veintiocho años al sol,
camino sostenida por esta escasa juventud
y la incipiente madurez de mis recuerdos.
Sólo deseo tomar un poco de noche,
cara al húmedo cielo,
jugar a la paz, al deseo, a la ternura,
tener una larga conversación sobre estrategia
con algún general que nunca hizo la guerra.
(de “Algunas vidas, ciertos
amores”)
*
TERCERA FOTOGRAFIA DE AMOR
Es peligroso vivir una última noche con vos.
Hay, por ejemplo, rápidos incendios
sobre los pastos secos de tus ojos.
Hay un aborto reciente y desdichado
-la careta señores los guantes señorita-
que dejó en tu sonrisa enorme cicatriz.
Yo la recorro con paciencia de domingo lluvioso
bajo los pliegues de nuestra lenta soledad.
Crecen hongos salvajes en tu pelo
cuando hablás del marido y los dos hijos
envenenados por la vida en común.
Tiritan nuestras ropas por el suelo,
la tarde se arrodilla y en la pieza desnuda
contra tantos, somos apenas dos.
A las catorce y treinta se incorpora
para decirme nadie
debe saber que aquí estuvimos juntos
porque el amor
voló desde el balcón.
A las catorce y treinta años perdidos
sos apenas tu sombra sobre la palma abierta del
andén.
(de “Mishiadura”)
*
NI TAN DERECHOS NI TAN HUMANOS
III
Cuando oyó la primera sirena se apartó
un poco del alféizar y cerró las persianas.
Era una lástima renunciar a esa luna
tenue y meliflua, ingenuamente pálida,
pero los gases tóxicos enturbiaban
tanta dulzura y al parecer la noche ardía ya
por los cuatro costados.
A los primeros tiros dio un paso atrás
y entornó la puerta –casi recién pintada-
de su habitación interior.
En las tinieblas se oía el crepitar
lujurioso de la violencia desatada.
Ahora forzaban una entrada gritos roncos
puteadas subrepticias órdenes silbatos
estallaban quién sabe desde dónde desde
cuántos.
Empujado por los primeros sollozos ahogados
se metió en el baño, echó la doble llave,
se acurrucó en un rincón los brazos
sobre la cabeza los ojos hacia adentro.
Tras una breve pausa en que creyó –lo principal
es la fe, Dios te sonríe- haberse aislado
sintió un líquido espeso que goteaba
justo encima justo arriba justo no soy
se dijo en un susurro, casi tartamudo.
Entonces se encendió la luz potente luz de la
crueldad
y al suave al apartado al buen muchacho
al nunca te metás en esas cosas al hijo de mamá
al siga siempre así felicitado
también lo desaparecieron brutalmente.
(de “Doblando el codo”)
*
AVERGONZADO
¿Sabe una cosa usted que a lo mejor me lee
en una larga tarde de domingo sin nada
o en algún otro hueco semejante?
Me da tanta vergüenza ensuciar con versitos
esta hoja impoluta (mentira, apenas si se trata
de una vulgar y servicial servilletita)
y en especial porque murmuro
unas palabras llanas sin metafísica legibles
carenciadas de notas o aparato erudito
sin un despliegue intertextual muy pobretonas.
Y no le cuento, amigo lectorcito amodorrado,
si pienso que en lugar de ganar a toda costa
de apostar de transar de aplastar con denuedo
pierdo mi tiempo así alumbro frases sueltas
la culpa que me da saber el alfabeto
pasear por el lenguaje gratuita suficiencia.
Al menos debería hipotecar tal perversión
en lujuriosos avisos masticables
que un músico por horas, alquilado,
supiera a la sazón sonorizar
para el sagaz público medio (¿o ya
electrocutado del todo y aún consume?).
Me sonrojo realmente, no se extrañe,
cuando sopeso una por una las palabras
las pongo boca arriba en el platillo
me detengo a escucharles viejos ecos
como si fueran rumorosos caracoles.
Es un oficio antiguo, otrora respetable,
pero que ha ido cayendo en el descrédito
en sonrisitas de burla rápidos codazos
una especie de vicio solitario
que hoy practican tan sólo idiotas de la casa.
Por eso acepto caminar hasta el patio
desolado sentarme en un banquito lánguido
esperar que repartan esa sopa mugrienta
que se supone mata los huevos empollados
de todas las metáforas.
(de “Entre sobrevivientes y amores
difíciles”)
*
EL POETA DEVUELVE LA PALABRA
Para
morir mejor
hay que estar sano (anónimo callejero)
Le entregan sus análisis completos
bajo colesterol sin índice de riesgo
glucemia uremia y uricemia
(no es el medio campo de la selección
bratislava
ni una suntuosa aliteración esteticista)
con valores normales adecuados millones
de leucocitos y hematíes como para empedrar
las joyas de varias coronas coronarias
en buen funcionamiento vespertino
(de noche lo asaltan imágenes compactas
que pueden provocarle taquicardia a un
dinosaurio)
y camina derecho por lugares torcidos
se busca buenos tragos los malos vienen solos
sigue fiel al Azar que lo guía desvía recombina
empieza a salirse de la ví(d)a a pesar de todos
y de todo
de lo que informan estos laboratorios
alcahuetes
porque la máquina ha comenzado a ratear
es el momento justo de tomar esa curva
(me parece que ya tomaste demasiado).
Resultas de lo cual lo felicitan por haber
elegido
morir saludable en buen estado con el humor
erecto
de cara a tan adversas circunstancias
convencido
de que fue bueno rebajar las grasas los
empachos
las borracheras y resacas aquellas dos mujeres
en un día
los ratos de mirar nomás mirar hasta perderse
el horizonte los devastados espacios
interiores.
Lo felicitan –reitero y no es una ironía-
porque ha llegado al cruce de caminos saludable
ni se le nota el austero carcinoma que lo
convierte
en candidato seguro en colaborador anticipado
de la página oscura del Gran Diario donde
otrora
incluyeran artículos suyos a veces ponderados
sesudas bibliográficas anónimas o nomás
discutibles
que con los vientos light se disiparon.
Algún periodista apresurado querrá corroborar
si es cierto que escribía fascículos seriados
escritores de acá de ahí de más al fondo
para el sueño de Boris en el saber distributivo
si compartió con Paco los destinos de una
carrera
donde enseñaban las formas de las letras
que nunca coincidieron pero igual dialogaban
si una vez despertó con la que hubiera amado
entre los brazos prefirió que durmiera tan
cansada.
Igual se irá pensando por el viaje –algunos
gurúes afirman
que no es largo- las mejores respuestas las
posibles
al máximo misterio de este confuso crucigrama.
(de “Puro biógrafo y otras
inconveniencias”)
*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Eduardo Romano y Rolando
Revagliatti.
*
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