sábado, 22 de agosto de 2015

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Agosto de 2015



UNA PESADILLA INFANTIL

     Antes de quedarse dormido, su padre, siempre le contaba o leía una historia interesante. Generalmente nunca se enteraba de los finales porque antes de aquello, ya estaba dormido, la luz se apagaba y todo quedaba en silencio.
     Eduardo, al decir de sus padres, dormía como una piedra, si es que las piedras duermen, pero a pesar de estar tranquilo y casi sin moverse, su inconciente soñaba, y soñaba; generalmente, relacionado con lo que escuchaba en los cuentos o los acontecimientos que lo conmocionaban durante el día.
     Su casa estaba ubicada cerca de la cordillera y por entre los árboles que rodeaban la espaciosa y moderna vivienda, podía contemplar las inmensas cumbres, blanquecinas de nieve en invierno, rosadas en el ocaso del verano y otras grises cuando el día amenazaba lluvia.
Esa noche, su padre, le había narrado un cuento que trataba sobre la ecología, palabra que para él resultó desconocida, era la primera vez que la escuchaba. Su papá, trató de explicarle el significado, pero antes que terminara, se quedó dormido y empezó a soñar.
     En casa había varias mascotas que se disputaban sus favores, Sultán y Rufus con ladridos cariñosos y los ronroneos de Dalila, la gata rubia que le regalaron sus abuelos. A veces, cuando andaba con el genio atravesado, descargaba su mal humor con los sumisos animalitos. La cola de la gata o las costillas de los canes sufrían los estados anímicos de su amo, que prefería entretenerse con la tablet o los juegos que le proveía el computador, después de cumplir con los deberes escolares. Entre sus obligaciones, no estaba considerado preocuparse de sus mascotas, pero a pesar de ello, las consideraba como parte de la familia.
      Esa noche, soñaba que su casa estaba ubicada en otro lugar, en una zona desértica y la pobreza se advertida en todo el entorno. A lo lejos se divisaba un bosquecillo al que iba muy a menudo a conversar con los animales que ahí habitaban. Curiosamente había entablado una extraña comunicación con todos ellos, a falta de amiguitos con quienes compartir. Había: conejos, cervatillos, ratas, pequeñas culebras, insectos y una gran variedad de pájaros, que por las mañanas y al atardecer brindaban conciertos increíbles.
     Esta vez, Eduardo, se encontraba en medio de ellos. Estaban reunidos para resolver alguna estrategia con relación a los estragos que estaban cometiendo el hombre con su bosque. A menudo, iban a cortar leña y no sólo cortaban los árboles secos, sino el primero que salía a su paso. Cazaban conejos y pájaros, sólo por deporte, y algunas especies desaparecían dejando sin comida a los animales que de ellas se alimentaban.
     Quien dirigía la reunión era el señor búho, a quien habían dado el cargo de presidente de la asamblea, por ser el más sabio del grupo.
- ¡Algo tenemos que hacer!- decía en tono preocupado, y mostrando sus inmensos ojos amarillos, más abiertos que de costumbre. - Todos tenemos derecho a sugerir soluciones, porque a este paso, el bosque desaparecerá, y con él, nosotros también. El hombre ya está llegando a límites que a él mismo afectará, sin embargo, aún no tiene conciencia de ese trágico futuro.
     Por ahí una voz, que más parecía zumbido dijo: -Nosotros las abejas, sin flores moriremos, no tendremos alimento y no podremos polinizar las siembras y los árboles no darán frutos.
     Una débil vocecilla se sumó a los reclamos:- La tierra sin vegetación se pondrá tan dura, que nosotros también moriremos, y el suelo se volverá estéril por mucho tiempo.- opinó un rosado gusanito que se elevaba sólo algunos centímetros del suelo ante el énfasis de su reclamo.
     En agudo gorjeo, un zorzal reclamó que, sin una cuota abundante de gusanitos de tierra y semillas, ellos tampoco podrían sobrevivir.
     Los árboles que hasta ese momento se habían mantenido en silencio, movieron sus ramas causando un ruido tan fuerte como una tormenta de viento. – Todos los que han reclamado, lo han hecho solamente por su especie, pero nadie se ha preocupado de nosotros que somos los que hemos formado este bosque. Damos alojamiento a cuanto ser viviente se encuentra bajo nuestra sombra y cobijo, y para nosotros los días están contados cuando llegue el próximo invierno. Sin duda iremos a parar en trozos a las estufas de cada hogar.
     La señora zorrillo, con varios hijitos colgando de su lomo, era famosa por saber todo lo que pasaba en el bosque y más allá: -¿Apuesto a qué no saben lo que está ocurriendo en la casa del hombre?- Hizo un paréntesis para causar más suspenso.- Se aprontan a festejar, como acostumbran hacerlo, y adivinen ¿quiénes serán parte de la merienda?– Todos los animales quedaron expectantes. – Bien, ¿quieren saberlo?
 - ¡Sí, sí –dijeron todos a coro.- Pues serán Sultán y Rufus. Por el momento los están engordando para que estén saludables cuando corresponda sacrificarlos. Dalila, más adelante correrá la misma suerte, mal digo, desgracia, porque el hombre se ha transformado en un devorador de todo su entorno.
     Eduardo, que escuchaba cuanto decían los animales, expresando su opinión, y más aún lo que dijo la señora zorrilla, no podía concebir que a sus mascotas las fueran a eliminar para un festejo. Si bien es cierto, reconocía que no era muy dado a acariciarlos, pero los canes eran parte de su familia y el necesitaba de su compañía, al igual que Dalila, que mantenía a raya a los ratoncillos que pretendían comerse las provisiones de la despensa.
     Tanto fue su desconcierto, que gritó a todo pulmón:- !No, no puede ser que mis mascotas las maten para comérselas, ¡No, no y no! No lo permitiré jamás.
     Estaba tan agitado que sentía su cuerpo hervir de furor, y no podía hacer nada porque sólo era un espectador en aquella reunión.
De pronto, sintió las manos de su mamá acariciando su frente bañada en transpiración:
-¡Eduardito!, hijo, despierta, parece que tenías una pesadilla. Ya pasó, date vuelta, porque la mala posición en que estabas te ha hecho soñar cosas feas.
     Eduardo, hizo lo que su madre aconsejaba y volvió a dormirse. Al otro día, al salir al patio lo primero que hizo fue llamar a sus mascotas y llenarlas de mimos. En ese momento entendió el cuento que le contara su papá, la noche anterior.
Desde ese día, se prometió cuidar todo su entorno para no repetir la tragedia que vivió en sueños. La tablet y el computador ya no fueron su única preocupación.

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