LEYENDA
Hermenegildo
Borrón vio con asombro cómo un espermatoride le salía como un chijetazo y se
incrustaba primero, y después perforaba la pollera floreada de Desprevenida
Concheta. Avergonzado y pudoroso sintió frío en el cuerpo y los ojos se le
abrieron redonditos y lustrosos ante los quejisdos de Desprevenida que ahora
yacía en el suelo, revolcándose. Su asombro aumentó cuando la contempló en esa
mezcla epileptoide, espasmódica, con los ojos en blanco y la sonrisa batiente
diciéndole al espermatozoide ay…ay…ay….subí, subí, asií, un poquito más arriba
, así, atravesáme por favor. Parece que la saeta encantada la complació porque
después dio un alarido enrulado semejante al de una mona aulladora. Se quedó
quietita y expiro un largo suspiro mediúnico. Entonces, él de rodillas como en
misa antes de la comunión, doblando también el pecho, la cabeza, balbuceó su
nombre . Despre, Despre, murmuróSe encontró con sus ojos grandotes,abiertos y
sus brazos empezaron a alargarse alrededor de los omáplatos y a sujetarse a
través de las manos en la cintura hasta encastrar toda la antomía sobre ella.
Una salsa caliente sonó desde la casa de música y ella siguiendo el compás,
empezó a menearse, frotándose contra el pobre Hermenegildo. Una cosquilla
dolorosa, cada vez más intensa, se le movió por el miembro y otra eyaculación
arrojó su espermatozoide vigoroso, de hombrosanchos y pecho saliente, que sumió
a la mujer en un tipo de orgasmo comatoso. Desde la escuela primaria- porque en
su época no había jardines de infantes-Hermenegildo había sido precoz, de allí
que en esto casos también lo fuera. Cuando se repusieron se miraron largamente
como extrañados y se saludaron haciendo el pax de deux.
A
las dos lunas y ciento veintisiete estrellas, en vientre de Desprevenida se
redondeó como un bizcochuelo en crecimiento y ni qué decir a los nueve.Y un
buen día, en medio de una bailanta con acordeón en que nadie quería “unir la
tierra con el sol”, la atacaron los dolores de parto y en una dilatación medida
con un centímetro de goma para ser más precisos y haciendo flexiones araucanas,
dio claridad a dos criaturas hermosas y aladas que crecieron fortaleciendo sus
apéndices plumíferos junto al amor de esta pareja, modelo de parejas.
Más
un día Maletta, mujer del departamento de Cornucopia a la Vista, lo olfateó al Hermes
y se quedó omnubilada, porque siempre que lo observaba , de la bragueta de él ,
se le desprendía un ejécito de seres minúsculos con gran cola que se
estrellaban contra las paredes o ascendía hacia el firmamento como fuegos
artificiales. Y Borrón, cuando Maletta lo atropellócon sus senos turgentes en
una esquina de farol a querosene, llegó a la conclusión de que era la mujer que
lo haría totalmente feliz. Sin pestañear, a lo macho, tomó la guitarra de viejo
payador y los libros de ginecología profunda y partió en un falcon de luxe
borravino hacia otros espacios.
Nunca más apareció. Ni ante la Guerra de las Malvinas, ni
en el levantamiento de Semana Santa, ni ante la muerte de Pedro, ni cuando se
enfermaron los caballos de fuego ni el advenimiento de Redentus –el último de
la familia-.
Desprevenida no dejó que la vida le resbalara gracias a que había hecho
un trámite de su nombre en el Registro Civil: ahora era Prevenida Concheta. Y
un día 24 de diciembre –si no me equivico- sintió unos dolores extraños en el
vientre y asustada recurrió a un médico., quien después de una delicada y
dedicada revisación exploratoria, le manifestó: señorita, no es nada, tiene…
Alo que ella, Preveantes de que finaliza:señora, madre, abuela y no dentro de
mucho biabuela, porque los años pasan muy rápido.
No
puede ser, consultó el facultativo hurgueteándose el estetoscopio.Usted es
virgen, me escucha.¡Me escucha!Y llamó a la secretaria y la secretaria a la Academi9a de Medicina y la Acadaemia de Medicina a
los medios de comunicación. Prensa, televisión, radios truchas y latas de
duraznos intercomunicadas más computadoras internacionales informaron el
suceso. En pleno siglo XXI, Dios había enviado otra María.
Y
Prevenida, desde ese momento María II o quincuagésima, porque nunca se sabrá el
número exacto de ellas, empezó a recibir en su casrón de tejas a la gente del
pueblo que conmovida por la noticia le traía incienso, amor, piedritas de
colores, cascabeles, estrellas de mar o lo que se le antojaba. Lo increíble era
que esta María ya no se acordaba si había habido un San José.
Eso sí, a veces, en las noches de invierno muy de vez en cuando, soñaba
con que llegara un toro de Miura no un buey, para que con su aliento se
calentara.
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