LA MONTAÑA ALADA
La
arcaica mecedora vacía se tambalea metódicamente sobre el piso de baldosín
cobrizo, siendo testigo del tiempo, asomada en el balcón que da a la Montaña Alada, ahí
está inerte y perezosa añorando a ese dueño que ya nunca volverá. Le doy una
patada solo para hacer que sus ociosos mecanismos emitan ese chirrido infernal
que el pueblo confunde con un pelotón marchando hacia la guerra.
Pero
aquí en Felonía, donde el tiempo es un castigo, los soldados se han extinguido
al igual que los atardeceres rosa, la nieve azucarada, los besos primavera y el
amor, no queda más que esa Montaña Alada: un montículo triangular cubierto por
plumas de fénix, retazos de nubes y recuerdos perdidos de cada alma que habita
en este pueblo enterrado por el óxido y la desidia, con cada remembranza
hurtada la montaña aumenta su grosor, en poco tiempo cubrirá la plaza, devorará
la iglesia y secará la cascada. La profecía dice que si alguien logra conmover
al monstruo, Felonía se librará de su destino. Sin embargo, hasta ahora
permanece impávida mofándose de nosotros, castigando con el tedioso día a día,
nuestras almas ausentes.
Muchos
poetas enamorados, suicidas o entusiastas, se han aventurado en el valle
emplumado que conduce a la montaña con la intención de enternecerla, sus
acciones son valientes, así como, estupidas, pues no hemos sabido de ellos
nunca más. De vez en cuando, llegan al pueblo pelusas blancas en forma de rocío
que confirma la noticia, esos pobres desgraciados no volverán jamás. 2
Hoy es mí día, bajo pesadamente las
escaleras ocultando mi pena tras un gorro de marinero color azul turquesa
desgastado por la lluvia de ceniza que cubrió el valle el año pasado, el olor a
crostattas recién hechas inunda mi nariz, Dora, carameliza con
dedicación una cesta de naranjas, a pesar de que la artritis invade sus dedos,
ella está determinada a no dejar que muera de hambre, aunque, técnicamente he
muerto ya. La mujer se asombra al verme de pie junto a ella, quiere decirme mil
cosas, probablemente hasta recriminarme un poco, más su boca ha olvidado las
palabras.
Voy a la Montaña – murmuro sin
emoción
Que Dios te acompañe mí niña – ya no creo en lo divino, dejé de hacerlo al
igual que en las estrellas fugaces o en los deseos que surgen de arrojar
monedas al agua de la fuente dorada.
Salgo
de la casa color marfil azotando la puerta, los modales son lo último en que
pienso. Hace una mañana tormentosa con nubes color púrpura, “huele a menta”, es
lo único que pienso, mientras camino hacia la plaza principal: El gitano Tello
hace sus pócimas como de costumbre, al notar mi presencia los frascos de
colores que sostiene se escapan de sus dedos formando una ruidosa melodía al
estrellarse en el suelo sucio de ladrillo, lo ignoro por completo.
Me
cruzo con tres almas más: Agripina, la chismosa del pueblo, sin duda, está
hablando mal de su marido, el viejo cascarrabias de la emisora quien nunca
superó el hecho de que su hijo se haya escapado con Elías, el herrero y ahora
todo lo que dice es “allá dónde acaba el ancho mar está mí pobre hijo y su alma
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pecaminosa perdida”, Arturo, el panadero,
hombre experto en la fabricación de galletas de vainilla con cubiertas
diferentes, trocitos de mora silvestre y rodajas de lulo, se asoma por la
ventana con su rostro vacío y la mirada posada en el cementerio local, ahí
descansa “Lalito” su único hijo quien murió de aburrimiento. Por último, a las
afueras del pueblo está Gustav, el perro loco que menea la cola al tiempo que
enseña los dientes, tiene una pelea cazada desde el primer día con el gato
Roque quien ha vivido más tiempo que ninguno de los habitantes de Felonía, a
todos ellos les digo lo mismo: “voy a la Montaña”, no espero que me detengan, solo que
sepan hacia dónde me dirijo esta última mañana de mi vida.
Llego
al sendero emplumado, está cubierto de espinas descoloridas a causa de la
lluvia acida que castiga a nuestro pueblo cada 08 de Marzo, me abro paso
destrozándome las piernas y las palmas de las manos, arrancando de mi cuerpo
ropa y piel, es infrecuente pero ya no siento dolor alguno. Tras terminar el
castigo espinoso veo una quebrada de agua negra como el ópalo que cuelga en mi
cuello, me inclino frente a ella para limpiar las heridas, mientras pienso, en
qué le diré a la montaña “quizá recite algún poema de esos que te parten el
corazón en mil pedazos, o entone una melodía similar a las de las Aves del
Paraíso, que no tenga esperanza alguna en un mañana diferente” .Desintegro las
ideas precedentes, necesito algo lo suficientemente bueno capaz de hacer volver
al pueblo los atardeceres rosa, la nieve azucarada, los besos primavera y el
amor.
Continúo
con más dudas que otra cosa, mis pies marchitos sucumben ante la belleza del
prado serpenteante que se ha vestido con flores multicolores, musgo suave,
brisa fresca y polvo de estrellas plateadas, ahí estoy junto a la Montaña 4
Alada que tantas vidas, recuerdos y
emociones ha sustraído sin permiso de cada alma que sobrevive en Felonía. Los
sentimientos de cansancio, rabia, tristeza y desasosiego salen inevitablemente
de mi pecho.
Ha muerto – exclamo cayendo de rodillas como cuando recibí la noticia de
boca de Agripina, en ese entonces oculté mis emociones tras la mascara de acero
de la indiferencia, pero nadie escapa a la Montaña, ni siquiera un ser errante cómo yo – ha muerto, montaña
estúpida – repito impotente – ya no escucharemos
sus canciones, no disfrutaremos de su poesía, de su arte ni de su amor, mí
cuerpo se resiste a vivir sin sus caricias, mí alma sin su voz, se ha ido ¿no
lo entiendes? Estoy sola incapaz de vivir más, aquí me tienes, mátame de una
vez.
Una
espina de plata me atraviesa, mí rostro se oculta tras el prado quemado por el
sol, “ no la he conmovido lo suficiente” pienso al tiempo que me esfuerzo por
no llorar, más sin embargo, la bóveda celeste oculta tras ese color púrpura
abre sus puertas dando paso a una lluvia con sabor a albaca, las lagrimas de la
montaña ahogan el sendero emplumado, el prado serpenteante, la quebrada de
aguas negras, la plaza principal, al gitano Tello, cuyas pócimas desaparecerán
para siempre, a la chismosa Agripina y su marido que solo atina a decir “allá
dónde acaba el ancho mar está mí pobre hijo y su alma pecaminosa perdida” e
incluso Gustav y el gato Roque sucumben ante el poderío de la Montaña, solo queda Dora
con sus crosattas de sabores y las naranjas en sus manos. “Está hecho”
me digo cerrando los ojos a los recuerdos dolorosos sabiendo muy adentro que
cuando 5
despierte estaré en una tierra diferente,
bañada por remembranzas de una vida que de seguro será más feliz.-
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