viernes, 22 de julio de 2016

Liz Vanesa Rodríguez A-Colombia/Julio de 2016

 LA MONTAÑA ALADA

La arcaica mecedora vacía se tambalea metódicamente sobre el piso de baldosín cobrizo, siendo testigo del tiempo, asomada en el balcón que da a la Montaña Alada, ahí está inerte y perezosa añorando a ese dueño que ya nunca volverá. Le doy una patada solo para hacer que sus ociosos mecanismos emitan ese chirrido infernal que el pueblo confunde con un pelotón marchando hacia la guerra.
Pero aquí en Felonía, donde el tiempo es un castigo, los soldados se han extinguido al igual que los atardeceres rosa, la nieve azucarada, los besos primavera y el amor, no queda más que esa Montaña Alada: un montículo triangular cubierto por plumas de fénix, retazos de nubes y recuerdos perdidos de cada alma que habita en este pueblo enterrado por el óxido y la desidia, con cada remembranza hurtada la montaña aumenta su grosor, en poco tiempo cubrirá la plaza, devorará la iglesia y secará la cascada. La profecía dice que si alguien logra conmover al monstruo, Felonía se librará de su destino. Sin embargo, hasta ahora permanece impávida mofándose de nosotros, castigando con el tedioso día a día, nuestras almas ausentes.
Muchos poetas enamorados, suicidas o entusiastas, se han aventurado en el valle emplumado que conduce a la montaña con la intención de enternecerla, sus acciones son valientes, así como, estupidas, pues no hemos sabido de ellos nunca más. De vez en cuando, llegan al pueblo pelusas blancas en forma de rocío que confirma la noticia, esos pobres desgraciados no volverán jamás. 2

Hoy es mí día, bajo pesadamente las escaleras ocultando mi pena tras un gorro de marinero color azul turquesa desgastado por la lluvia de ceniza que cubrió el valle el año pasado, el olor a crostattas recién hechas inunda mi nariz, Dora, carameliza con dedicación una cesta de naranjas, a pesar de que la artritis invade sus dedos, ella está determinada a no dejar que muera de hambre, aunque, técnicamente he muerto ya. La mujer se asombra al verme de pie junto a ella, quiere decirme mil cosas, probablemente hasta recriminarme un poco, más su boca ha olvidado las palabras.
 Voy a la Montaña – murmuro sin emoción
 Que Dios te acompañe mí niña – ya no creo en lo divino, dejé de hacerlo al igual que en las estrellas fugaces o en los deseos que surgen de arrojar monedas al agua de la fuente dorada.

Salgo de la casa color marfil azotando la puerta, los modales son lo último en que pienso. Hace una mañana tormentosa con nubes color púrpura, “huele a menta”, es lo único que pienso, mientras camino hacia la plaza principal: El gitano Tello hace sus pócimas como de costumbre, al notar mi presencia los frascos de colores que sostiene se escapan de sus dedos formando una ruidosa melodía al estrellarse en el suelo sucio de ladrillo, lo ignoro por completo.
Me cruzo con tres almas más: Agripina, la chismosa del pueblo, sin duda, está hablando mal de su marido, el viejo cascarrabias de la emisora quien nunca superó el hecho de que su hijo se haya escapado con Elías, el herrero y ahora todo lo que dice es “allá dónde acaba el ancho mar está mí pobre hijo y su alma 3

pecaminosa perdida”, Arturo, el panadero, hombre experto en la fabricación de galletas de vainilla con cubiertas diferentes, trocitos de mora silvestre y rodajas de lulo, se asoma por la ventana con su rostro vacío y la mirada posada en el cementerio local, ahí descansa “Lalito” su único hijo quien murió de aburrimiento. Por último, a las afueras del pueblo está Gustav, el perro loco que menea la cola al tiempo que enseña los dientes, tiene una pelea cazada desde el primer día con el gato Roque quien ha vivido más tiempo que ninguno de los habitantes de Felonía, a todos ellos les digo lo mismo: “voy a la Montaña”, no espero que me detengan, solo que sepan hacia dónde me dirijo esta última mañana de mi vida.
Llego al sendero emplumado, está cubierto de espinas descoloridas a causa de la lluvia acida que castiga a nuestro pueblo cada 08 de Marzo, me abro paso destrozándome las piernas y las palmas de las manos, arrancando de mi cuerpo ropa y piel, es infrecuente pero ya no siento dolor alguno. Tras terminar el castigo espinoso veo una quebrada de agua negra como el ópalo que cuelga en mi cuello, me inclino frente a ella para limpiar las heridas, mientras pienso, en qué le diré a la montaña “quizá recite algún poema de esos que te parten el corazón en mil pedazos, o entone una melodía similar a las de las Aves del Paraíso, que no tenga esperanza alguna en un mañana diferente” .Desintegro las ideas precedentes, necesito algo lo suficientemente bueno capaz de hacer volver al pueblo los atardeceres rosa, la nieve azucarada, los besos primavera y el amor.
Continúo con más dudas que otra cosa, mis pies marchitos sucumben ante la belleza del prado serpenteante que se ha vestido con flores multicolores, musgo suave, brisa fresca y polvo de estrellas plateadas, ahí estoy junto a la Montaña 4

Alada que tantas vidas, recuerdos y emociones ha sustraído sin permiso de cada alma que sobrevive en Felonía. Los sentimientos de cansancio, rabia, tristeza y desasosiego salen inevitablemente de mi pecho.
 Ha muerto exclamo cayendo de rodillas como cuando recibí la noticia de boca de Agripina, en ese entonces oculté mis emociones tras la mascara de acero de la indiferencia, pero nadie escapa a la Montaña, ni siquiera un ser errante cómo yo ha muerto, montaña estúpida repito impotente ya no escucharemos sus canciones, no disfrutaremos de su poesía, de su arte ni de su amor, mí cuerpo se resiste a vivir sin sus caricias, mí alma sin su voz, se ha ido ¿no lo entiendes? Estoy sola incapaz de vivir más, aquí me tienes, mátame de una vez.

Una espina de plata me atraviesa, mí rostro se oculta tras el prado quemado por el sol, “ no la he conmovido lo suficiente” pienso al tiempo que me esfuerzo por no llorar, más sin embargo, la bóveda celeste oculta tras ese color púrpura abre sus puertas dando paso a una lluvia con sabor a albaca, las lagrimas de la montaña ahogan el sendero emplumado, el prado serpenteante, la quebrada de aguas negras, la plaza principal, al gitano Tello, cuyas pócimas desaparecerán para siempre, a la chismosa Agripina y su marido que solo atina a decir “allá dónde acaba el ancho mar está mí pobre hijo y su alma pecaminosa perdida” e incluso Gustav y el gato Roque sucumben ante el poderío de la Montaña, solo queda Dora con sus crosattas de sabores y las naranjas en sus manos. “Está hecho” me digo cerrando los ojos a los recuerdos dolorosos sabiendo muy adentro que cuando 5

despierte estaré en una tierra diferente, bañada por remembranzas de una vida que de seguro será más feliz.-

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