LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA
En un reino de quién sabe dónde,
cuyo príncipe Próspero gobernaba sin gran devoción o preocupación sus súbditos,
llegó una peste que diezmaba a todos sus habitantes. La llamaron La Muerte
Roja, tomando su nombre por los síntomas sanguinolentos y terroríficos que
debían sufrir los enfermos antes de morir.
El príncipe, indolente ante la
tragedia de su pueblo se encerró en el palacio con mil personas, las más
cercanas, teniendo totalmente controlada su situación en cuanto a alimentos y
todo lo que fuera menester, con el objeto de poder sobrevivir el tiempo que
fuera necesario. Estaba seguro que de esta forma la peste no llegaría hasta él.
Era tanta la certeza que un buen día decidió hacer un gran baile de máscaras e
hizo adornar siete salones con diferentes colores. El último era de color rojo.
La luz llegaba de unos calderos que habían colocado en el exterior y ella
se filtraba a través de los ventanales.
La Máscara de la Muerte Roja, está
narrado como un cuento de aquellos que se les cuenta a los niños para
enseñarles alguna moraleja. Sin embargo Allan Poe, está muy lejos de contar
cuentos para niños y en este caso está inspirado con toda la morbosidad con que
se puede narrar las tragedias que vivió Europa cuando las pestes asolaban a
gran parte de la población.
No hace falta saber si es un
príncipe o un gobernante cualquiera. En este caso el leit motiv que lleva la
historia es la indiferencia de este príncipe Próspero, ante la desgracia de los
súbditos. Tragedia que no está negada a nadie, por tanto, tarde o temprano la
enfermedad puede llegar desde al más humilde hasta el más importante, no
importa donde éste se esconda, ni los cuidados que se le prodiguen.
Y no solamente referido a las
enfermedades, sino también a la pobreza, a la falta de instrucción, a la falta
de alimentos y a todas las carencias que un buen gobernante debe precaver para
tener bien a su pueblo.
Es
aparentemente un truculento cuento, bajo el sello inconfundible de Edgard Allan
Poe, sin embargo, podría considerarse como un drama muy actual y vigente para
los gobiernos de aquellos países en que sus habitantes se mueren de hambre,
ante la indiferencia del resto del mundo. Y ese resto del mundo que cree estar
asegurado. La naturaleza o el fanatismo, a veces, provocan
desgracias tan terribles e imprevisibles
como “la muerte roja”.
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