LA MOLDEADORA DE CADÁVERES
“El hecho de ser arte es algo muy diferente de poseer valor artístico”
I. Podía moldear los dedos por la pared que le respiraba, abrirle
algunas heridas con la pequeña navaja de abrir cartas, que siempre reposaba en
la mesa de noche. El piso luego se quebraba y caía en un vacío, ella se
aferraba a la puerta de salida como un gato en celo y sólo le quedaba esperar.
Ella –ya fuera de peligro- comentaba que de su feroz batalla no quedaban
indicios de piel, ni sangre, sólo esa partitura de respiración dificultosa que
la acechaba desde niña.
La única que sabía de estos relatos era la señora Sofía, además del
Divino Niño que vigilaba desde la desmantelada y proscrita cocina, que no
servía de a mucho en su función de centinela espiritual.
¿A esta hija de dios qué le habrá pasado?, se preguntaba mientras movía
al pasillo la maltratada mecedora y la ubicaba en el filo de las escaleras,
para poder así fiscalizar la vida de los vecinos de su piso y el siguiente, que
era el último.
La puerta totalmente abierta del 307 dejaba escapar las notas pegajosas
de una voz del pasado, Gilbert Becaud. De allí también apareció una joven con
una bolsa de medicinas.
- ¿Niña, dónde te habías metido?.
- Madre, ahora sus pastillas de Evadyne más …
- La Neosaldina
para este martirio bendito, este martilleo en la cabeza. Vaya y termine sus
cosas, que en media hora bajamos a misa.
- Si señora.
La mirada como siempre terminó bajando, mostrando un ángulo perfecto,
que hacía emerger una bellísima mujer de ojos tristes y sueños sacrificados.
El conjunto residencial a esas horas crepusculares ocultaba su
cansancio, las goteras, la pintura cuarteada de la fachada, menos la esperanza,
la mala iluminación de los pasillos y las deudas del diario vivir. Siendo fin
de semana, toda la protesta acallada mostraba su irreverencia con equipos de
sonido a todo volumen, mientras las mujeres se consumían en el brillo de un
televisor, esa caja vacía.
Al fin Doña Sofía se atrevió y decidió echarle una miradita al
apartamento de Sandra, ya que tenía una copia de las llaves. Al verlo tan sucio
tras tres días sin presencia, quiso poner algún orden.
El 306 no tenía muchas cosas, pero si bastantes elementos raros para la
idea que tenía la señora sobre Sandra, que se resumía a ser masajista al otro
lado de la ciudad. Una sala comedor bastante precaria, con una mesa de madera
rosa y dos sillas metálicas, un florero sin flores, dos bastidores listos y en
el piso regadas unas espátulas, dos paquetes de yeso, varios rollos de alambre
de cobre, unas pesas, un frasco de alcohol y otro de trementina. La cocina era
bastante sencilla con la protección del Divino Niño que le había regalado un 7
de Noviembre. La alcoba parecía el bastidor más grande de ensayos para Sandra y
su pasado, dos afiches protegían su cama estilo Luis XV, eran Carlos Santana y
los Dinosaurios del Rock. Así le habían enseñado Janeth y Sandra, ya que no era
capaz de pronunciar “the rolling stones”, porque le parecía un nombre
diabólico. Al lado de la cama, una mesa de noche saturada con una colección de
búhos en cerámica, vidrio y madera, junto a su navaja pequeña de descifrar
mensajes. Unos cuantos libros abajo, Un Paraíso Perdido, Los Cuentos de
Canterbury y una Filosofía del tocador que escondían media botella de aguardiente.
Siete campanadas volando por el aire le interrumpieron su aseo
voluntario y se apresuró a llamar a su niña, su hija de dieciocho años.
Antes de llegar a la iglesia, ambas pasaron por la tienda y Doña Sofía
pidió lo mismo de siempre, una bolsa de leche, cuatro panes, un paquete de
cigarrillos sin filtro y su paquete sellado. Janeth frunció el ceño porque
tanto misterio no valía la pena, la lectura amarillista preferida de su madre
cuando Janeth descansaba en las horas de la madrugada.
Ese domingo leyó un titular que le causó curiosidad:
“Tres distinguidas damas desaparecidas en el Sector de Chapinero en
menos de un mes”.
II. El trayecto desde el centro de estética a la casa tomando la ruta
del autobús correcta implicaba una hora y media, más Sandra gastaba dos horas y
cuarto ya que tomaba una ruta delirante, que le daba un recorrido por varias
zonas de tolerancia del centro, entre el caos del regresar a casa, semáforos
inservibles, gente neurótica, algún atraco callejero, las prostitutas de
ocasión y un teatrito de rostros, lo que disfrutaba de sobremanera.
Se ubicó en el puesto de atrás al lado de la ventana, se sentía
entrañablemente sola aunque el bus estaba casi lleno y procedió a prender un
Marlboro. Una adolescente que se sentó en el lado opuesto le llamó la atención
y creyó reconocer a una de las vendedoras de flores, de la plaza cercana a su
lugar de trabajo, era muy bella, unos ojos azules contaminados de necesidad, se
parecía mucho a Janeth y a ella incluso, hace unos diez años.
El autobús ya circundaba por un sector de cemento y ruido, donde Sandra
reconocía ciertos lugares como suyos, de su memoria más íntima, ciertos bares
que le dieron a conocer sus fantasmas más recónditos. Ella parecía dentro de
una inmensa barca surcada por extensiones de fuego y olvido, con pilotos de ira
y enajenados que repartían sus discursos de sentencia sin pudor.
Desde aquí parezco protegida. Parecemos protegidos porque parecemos
presos transportados de un miedo a otro. Allí, Deep Blues, no has cambiado, no
has cambiado desde aquellos días cuando salíamos de clase de semiótica de la Imagen escapándonos con el
profesor Alfredo para discutir sobre la obra de arte como obra abierta. Todavía
se mantiene ese saxofón inserto dentro de una fachada azul rey perdida en su
infinito, que rompe con la monotonía de la acera
Rivera, el dueño, un autodidacta que nos habla de que estuvo en
conciertos de grandes músicos del rock cuando era joven. Lástima que el mito
sólo se compruebe en su hecho de ser mito. A mí, él siempre me ha parecido un
burgués decadente con sus tertulias de jueves por la noche, donde hablamos
desde política hasta llegar al cine de Passolini, donde los profesores iban más
por tomarse algunas cervezas y levantarse alguna alumna. Pero quien me abrió el
discurso hacia la plástica, sin duda fue el dueño de Calison, que quedaba
bajando media cuadra por el costado norte de Deep Blues, un bar para amantes de
la salsa y el arte al tiempo.
El bus estaba detenido hacia casi un cuarto de hora y la dotación de
cigarrillos había acabado, tocaba salir a buscar las provisiones.
Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible, es manejar una
relación con nuestros rostros más nocturnos. En cuanto a ti, vida, pienso que
eres la herencia de muchas muertes. En cuanto a ti, muerte, amargo abrazo
mortal, es inútil que trates de asustarme. Llevo diecisiete meses compartiendo
mi espacio con aquel centro de estética donde me hallo cubierta, alejada de
lazos que me nublen y me pueda envenenar la sangre que crea, no paso al gimnasio,
ni al salón de aeróbicos, ni comparto un café a la salida, ni participo de esas
reuniones en las que se deciden esas lipoesculturas a la mente y al pasado de
desesperadas mujeres y reservados hombres. Trato de envenenarme lo menos
posible. Compraré algunas cosas para el apartamento.
La noche empezaba a poblar la ciudad. Sandra se entretenía en una
librería, para luego pasar a saludar a sus viejos amigos. Cambiaron la música y
el libreto de la noche lo marcó Ismael Miranda, Héctor Lavoe y Rubén Blades. La
vida se centró en esa mesa, la que bordeaba la cabina de música. Ese lugar, esa
silla, esa penumbra, eran de su propiedad.
- ¿Te consienten?
- Es mi casa.
- Me cuentan muchas historias tuyas.
- Flaca, de mí, con propiedad sólo pueden hablar este lugar, espacio
para mis tormentas y mi chalet.
Salieron como a las cuatro de la mañana, para ella no existía
restricción en su vida nocturna.
III. El taxi cobró lo mismo de otras veces. La entrada era vigilada por
dos gárgolas de yeso y una luna llena de secretos. Sandra Luciana se adelantó
al pequeño bar del chalet. Lo siguiente era colocar buena música, para la
madrugada, Miles Davis.
La noche suscribía detalles sugestivos: Dos mariposas gigantes azules
que coronaban el techo, una babélica biblioteca que acaparaba dos costados de
la sala y rasguñaba el techo como jugando con la sabiduría del cielo. La vista
lograda desde el chalet dominaba un bosque intrigante de pinos, alcanzaba a
capturar las luces de la ciudad, atrapaba un par de casas campestres perdidas
en el valle y cerraba sus ojos entre los accidentes de las montañas, que como
sombras azulosas se entrelazaban en arábigos signos con el constelado cielo. El
aire tenía un olor vegetal, ligero, concentraba una emoción rara.
La noche aguza los sentidos, ni los destruye ni los embota. La locura es
llamada a escena. ¿Y por qué no?, la locura siempre ha acompañado a los
grandes, ella permite recoger todas las sensaciones, invocar nuestros
fantasmas, protegernos la soledad, alimentarla como el más refulgente tesoro.
Todas las noches hacen un llamado a la fatalidad y al arte, las almas se
escriben para la historia flotando en esos dos extremos como Paolos y
Francescas. El genio criminal a veces se ha intentado equiparar con el genio
artístico, el genio místico a veces juega con el arte, en ocasiones los tres se
fusionan y me permiten hablar. La fatalidad no debe ser ajena para la obra de
arte, debe formar parte de sus elementos. Y la fatalidad pareciere mostrarse
porque las miradas no pueden dar crédito de lo que pasa, sólo llegan a insinuar
cosas, cuerpos, discursos. Los ojos hablan, seducen, construyen la escena
mientras la música va creando una enredadera de presagios y los cuerpos van
perdiendo peso, los saxos van tomando forma física y se integran a la charla
mientras el whisky va alimentando el discurso de ambas. Varias lunas presenta
la noche.
Sandra entendía que debía dominar la situación y se había quedado en lo
alto del comedor lo que le permitía un cierto control sobre los movimientos de
Eliana, que recostada en el sofá azul de la sala hojeaba un libro de pintura.
Mientras el vaso de whisky jugaba en sus manos, pensaba en no precipitar los
hechos, revestirlo de intenciones estéticas era fácil pero otra cosa era darle
una valoración para la historia plástica.
- Entender que la soledad acompaña al arte no es difícil, pero un
silencio extremo genera conflictos y dudas para mí. Y ese silencio se
circunscribe por el mismo rigor del hacer artístico, el estudiar nuevas
técnicas.
- ¿Y por qué dejaste de exponer?
- Nunca lo he dejado.
- Pero llevas tiempo en el anonimato.
- El silencio no conlleva una ausencia, mi silencio está denso de voces
que por secreto profesional no debo dejar al descubierto.
- ¿Me dejarías conocer tu obra?
- Quien conoce mi obra se ennoblece o se muere – y le mandó un beso.
- Creo que no es para temer.
- Pienso lo mismo.
- Me retas con todo lo que tienes a las manos.
- Mi próxima exposición tendrá cuatro obras.
La noche se protegía con su red de informantes y el tiempo parecía ajeno
para Sandra y Eliana, quien se sentía seducida por el vuelo azul de las
mariposas y la mariposilla que reposaba en la espalda pecosa de Sandra que
buscaba afanosamente la novela de José Asunción Silva y cuando la contuvo en
sus manos, separó un fragmento que creyó conveniente.
- Léelo – y rodeándola con los brazos le retiro la chaqueta verde
militar.
- “¿Loco?… ¿y por qué no? Así murió Baudelaire, el más grande para los
verdaderos letrados, de los poetas de los últimos cincuenta años, así murió Maupassant,
sintiendo crecer alrededor de su espíritu la noche y reclamando sus ideas …!
Por qué no has de morir así, pobre degenerado, que abusaste de todo, que
soñaste con dominar el arte, con poseer la ciencia, y con agotar todas las
copas en que brinda la vida las embriagueces supremas!”.
- ¿Te gusta? Creo que te gusta. Mírame … lo que te quiero señalar es muy
sencillo y busca responder tus interrogantes sobre mi vida al arte. Todo
movimiento debe estar pleno del rigor y la pasión necesarias, cada marca se
debe hacer entregando todo, como si conociésemos que la muerte nos llega y es
nuestro último movimiento sinfónico sobre la memoria de los otros, que dan
autoridad a nuestro existir.
- “Por eso es mi aldea tan grande como cualquier otra tierra porque yo
soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura”
- Te ganaste un premio.
Imágenes inconexas, recuerdos temblorosos surcaron los ojos de la
artista, pensó en otra oportunidad, pensó en tantas cosas, Eliana la desnudaba
de cualquier tabú, era extremadamente flaca y esa blusa tejida de
transparencias y notas sensuales mataba al destino.
Se acercó a ella y empezó a darle un masaje en la espalda, se quitó la
blusa sin mayor ceremonia, lo que conmocionó el siguiente paso para Sandra.
Luego, un beso más bien frío. Unas manos atrapadas en el calor del lenguaje de
dos cuerpos frescos. Cuerpos destrozando mundos, ángeles que negaban al tiempo.
- Llévame a tu taller.
- Lo que desees.
Silencios de mirada. Un retrato que cae. Dos besos rápidos. Dos inmensas
mariposas en descenso. Un saxofón con sordina irrumpiendo en forma tierna ante
las sombras de la noche, dejando las palabras al vuelo, sin significado.
El pasillo marcaba una especie de viaje abisal, a expurgar pecados,
reencontrar pretextos, en cada pared, los guardianes místicos, Pablo, Salvador
y Andrea. Un fondo a media luz acompañaba ya el frío de la madrugada.
Sandra pensó en la otra, que reflejaba ésta, con el largo imposible de
sus pestañas que terminaban en palabras y silencios, de pronto una daga
damasquinada llegó al cuello de Eliana antes que el taller hubiera terminado de
abrir sus fauces, una espesa gasa de percepciones dejarían las palabras
inaudibles y a Sandra Luciana con toda su libertad.
IV. Destrozar el potencial líquido de cada cuerpo. Quitarle las
impurezas para que pueda cumplir aún su función estética, convertirme en una
cirujano que borre el cuerpo muerto y me deje una figura para moldear, una obra
que grite, que sepa concederse su inmortalidad. El artista es un cirujano de
sensaciones, una mala incisión y pierdo el paciente, pierdo una posible obra.
Debo trabajar, condicionar la temperatura del taller, secarle la sangre
del cuello, llevarla a su cubículo, proceder con una hidrotomía y darle la
posición adecuada antes de que la muerte me lo impida. Unas pequeñas incisiones
abdominales para retirar la corrupción a esta escultura, a esta Medea, sí, será
Medea, con sus rizos negros de serpiente y su sexo políglota, por fin
encadenados a esta cruz. Ahora dejar que la ciencia se incumba con el arte; que
estas bacterias, viajeras italianas, destrocen el potencial líquido de mi nueva
Medea. Un poco de cal y en este cubículo de vidrio estará protegida su única
gloria. Tres meses necesito.
Sólo tres personas acompañaban a la señora que deliraba, un mal
nerviosos terminal, su fallecimiento era cuestión de tiempo; lo más triste era
el brillo de libertad de aquellos ojos azules, a cambio de la soledad, si la
abandonaba su auriga accidental de existencia.
Has cumplido, las inyecciones quincenales de formol te han dado más
brillo, la estructura que le dará voz a mi obra artística es una ausencia, cada
signo está lleno de ausencias. Sólo falta mi beso para que se cumpla tu vuelo;
la vestidura, la mascarada. La historia, no se construye sobre cadáveres, pero
quizá, en parte, la obra artística.
Mirarla producía escalofrío, en dos meses había envejecido varios
siglos. La religión la había matado o quizá una gran verdad. Janeth no
comprendía el significado de esas últimas palabras: “en sus manos yace la
muerte y quizá la vida”.
Tres infelices investigadores observaban la caída de la tarde desde el
quinto piso de la
Fiscalía. Los cafés yacían fríos y la ignorancia caminaba
esquivando los espirales de humo. Pierrot, Arlequín y Colombina. Mientras
tanto, al frente del edificio, el alcalde de la localidad inauguraba el parque
de la Justicia,
donde una náyade intentaba escapar a su destino, pero estaba atada a una cruz.
V. Sus ojos parecían inquietos, se devoraban el lugar y buscaban herir
la mirada morbosa del que atendía la barra. Un dolor profundo y una incurable
nostalgia se desprendía de todo su cuerpo, ante la carta sellada de mariposas
azules, que significaba un reencuentro y una entrega, un estado de
inconsciencia y una ceremonia ajena. Los platos de pasta estaban esperando con
una botella de jerez. Una deliciosa perversión se desmadejaba entre las yemas
de sus dedos que reconocerían el perfume de Sandra lo lejos, la historia que
sus ojos azules soñaban en secreto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario