miércoles, 20 de noviembre de 2013

Nélida Vschebor-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2013



VACACIONES

Era un verano sofocante, como hacía años no se sentía.  Elisa terminó de empacar y sentándose frente a la ventana, comenzó a soñar con su inminente paseo.  Sonrió complacida. La esperaban los hielos eternos del glaciar. Echó una última mirada cerciorándose de no olvidar nada. Y se introdujo en la tórrida mañana en busca de un taxi.
           
Después de un viaje placentero, al llegar a destino, los pasajeros tuvieron la desagradable noticia  que los caminos estaban bloqueados por la brusca precipitación  que había azotado el lugar.
 Acomodaron a todos en lugares aledaños. A Elisa le proporcionaron  habitación en una pequeña hostería. El cuarto era angosto y oscuro. No había ventana alguna. Sintió frío, a pesar de la calefacción que irradiaba el lugar. Se acomodó vestida sobre el duro colchón y trató de descansar.
Sus ojos se cerraban, cuando tuvo la impresión de que algo se movía. Los arabescos que se dibujaban en la pared, como reflejo de la lámpara encendida, formaban dibujos que parecían dilatarse. Quedó inmóvil escuchando el silencio. Hasta que el cansancio la venció. Nuevamente el roce imperceptible la despertó. Entonces vio horrorizada, que el cuarto se iba contrayendo. Las paredes parecían querer aprisionarla.
Se levantó bruscamente pegando un grito. Quiso abrir la puerta. Ésta quedó incrustada dentro del muro. Gritó más fuerte. Se sentía sofocar. Subió a la cama porque ya no había más espacio.

 Se escucharon unos golpes. Al principio no pudo ubicarse. Otra vez esos golpes en la puerta. Corrió a abrir, y allí estaba el taxista, que había contratado el día anterior para llevarla al aeropuerto.


1 comentario:

Artemisa dijo...

Perfecta estructura narrativa. La autora conoce la arquitectura del cuento y lo organiza según las teorías de Poe y Quiroga. el tempus del relato es intenso y desemboca en el recomendable desenlace inesperado