EL ESPEJO
dedicado a Enrique V. Passalacqua--mi
padre---
Cuando compre La Loma---hace 38
años---la parrilla ya estaba ubicada aún donde sigue hoy. Dando hacia la playa
La Mansa y viendo al Río de la Plata en su gran extensión.
A mi casa la rodea un balcón de
cuatro metros de ancho. Desde ese lugar, escribo de noche o de día, cuentos que
son ficción.
Hace unas noches, tomando unos
vinos con Hugo --el playero de La Mansa--me contó algo que se lo había relatado
su padre.
Un día, Atlántida (Uruguay) estaba
padeciendo mucho frío, neblina, y una llovizna fuerte que en veinte horas se detuvo.
Don Pedro, se levantó como para
revisar si estaba todo bien cerrado. Al entrar al baño se miró en el espejo,
pensando que ya tenía la barba muy larga. El espejo le respondió
con otro rostro, creyendo Don
Pedro que no era el suyo.
Apagó la luz y la volvió a
encender para mirarse nuevamente. El espejo le devolvió el mismo rostro,
sintiendo él, que ese no era el suyo.
Pensó que estaba con mucho sueño
y no veía bien, más aún sin los anteojos.
Cerca de mediodía despertó, calzó
unas derruidas pantuflas color azul y se acercó al baño.
El mismo tenía un ventanal en la
pared y unos vidrios gruesos y transparentes por techo.
Se miró al espejo y vio un rostro
que no era el suyo.
Don Pedro ignoraba, que nuestro
rostro es la sumatoria de muchos rostros anticipados al actual.
Suele suceder, que surja alguno y
el actual ya no esté,
Todas las mañanas Hugo antes de
colocar las reposeras, las sillas y las sombrillas, tomaba unos mates con su
padre.
Pero la anterior mañana no había
podido ser. Don Pedro estaba caído en el piso del baño con un peine ancho y
gastado en las puntas, teniéndolo tomado en su mano derecha.
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