viernes, 21 de agosto de 2020

Mario Melendi-Argentina/Agosto de 2020


El corregidor
                                                                                       
                                                                                      “Los corregidores, no son
                                                                                                ni buenos, ni malos…
                                                                                                son incorregibles”

Una tarde de otoño paseaba  por el campo, sumido en pensamientos literarios.
Comencé a recitar en voz alta  los pasajes de mi último relato... vi un tronco seco caído, y me senté a releer las hojas mecanografiadas...
De pronto, entre el follaje que rodeaba un robusto abedul, apareció una figura humana portando bajo su brazo dos sillas plegables, y sin que pudiese reaccionar, avanzó y me arrebató violentamente el manuscrito. Me levanté, retrocedí unos pasos, y con un gesto de sorpresa, me quedé paralizado mirándolo a la  cara.
El hombre, que vestía de negro, tenía un rostro delgado, ojos excesivamente separados y una nariz aguileña afinada; se asemejaba a un pájaro.
- Qué me mirás! Soy tu corregidor y vine a corregir tus relatos, escritor.¡Vine a corregirte!…¡Deben estar plagados de errores!
- ¿Quién sos? -le dije- ¡Dame mis papeles!
- No te doy nada, y ya te dije quién soy.
- ¡Levantate de ahí y sentate aquí  que tenemos que trabajar!- dijo desplegando las sillas.
Pero seguí sentado en el tronco.
-¡Sentate aquiiií! – gritó muy fuerte señalando el asiento.
Sentí miedo e hice lo que me pidió. La figura oscura sentada frente a mi, comenzaba a revisar las hojas mecanografiadas.
Paralizado, observé la voracidad y el placer diabólico con que hace su trabajo, picoteando página tras página, los acentos, las comas, los puntos...
Se detuvo unos instantes, y se lanzó con su lápiz rojo, sobre los monosílabos de mis escritos. Me impresiona su sonrisa y el brillo rojizo de sus ojos.
No atino a hacer nada, pero lo miro: Tira un picotazo, grita, se levanta de la silla, vuelve  a sentarse, y continúa su labor corrigiendo y cambiando los pequeños términos de mi relato. Al rato se retira, y en pocos minutos, eufórico y ruidoso, está a mi lado nuevamente. Vuelve a alejarse y comienza a caminar, describiendo un gran círculo a mí alrededor…
La tarde va acercándose a la noche…y cuando el sol está por ocultarse, pasa un hombre con un portafolio, y sorprendido por los gritos, se detiene a mirarnos. Aprovecha una distracción de mi acosador y me pregunta por qué estoy  tolerando al  individuo...
-Estoy indefenso, -le dije. Al principio sentí su ayuda, pero ahora viene sin que lo llame, y empieza a picotearme.
El hombre me mira y mueve la cabeza con un gesto de preocupación. Continúo:  
-¿Sabe que pasa señor, quise  espantarlo para sacármelo de encima, pero es muy fuerte y tengo miedo que pueda atacar las zonas vitales de mis escritos. Así que preferí sacrificar las pequeñas palabras, -le dije- porque no creo que se canse de corregir. ¡Es insaciable, señor!  ¡Insaciable!                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              
-No  amigo, no…, no se deje atormentar por este buitre. ¡Edite ya mismo sus escritos y listo!...¡Y que le vaya a corregir los monosílabos a su abuela! Usted va a ver, editar lo suyo, será como pegarle un tiro a ese bicharraco. ¡Quédese tranquilo!... Mire, yo tengo un amigo editor que puede ayudarlo ¿Puede aguantar usted una hora mas?
-Y…si no hay más remedio, espero  -contesté angustiado.
-Muy bien -dijo el hombre, y se alejó, perdiéndose en la inmensidad del descampado.
El corregidor, que había escuchado el diálogo, giró violentamente sobre sus talones, corrió hasta su auto y volvió con la misma velocidad blandiendo mi manuscrito, lo enrolló y lo acercó a diez centímetros de mi cara…
Ahí me di cuenta, de lo que realmente estaba ocurriendo.
-¡Tengo tu defectuosa obra en mis manos, y también te tengo a vos, escritor!
- ¡Abrí la boca bien grande! ¡Más grande!– gritó apuntándome con su lápiz rojo.
Lo observo aterrado, pero hago lo que me pide. Retrocedo un paso, levanto la cabeza y me quedo en esa posición con la boca abierta, esperando que todo termine.
El silencio en el lugar era aterrador. Solo se escuchaban golpes de pico desde una cantera cercana...
El corregidor, inmóvil me miraba a los ojos…Lo esperaba…En un acto reflejo cerré la boca, levanté la vista y recortadas en el contraluz del ocaso, dos figuras humanas avanzaban. Cuando estuvieron a mi lado, me saludaron, se pararon uno detrás del otro. Los miré a la cara. El mas cercano abría la boca en una mueca que parecía una sonrisa,  el de atrás tenía los labios apretados y los ojos rojos.
El de adelante me estrechó amablemente su mano.
- ¿Usted es el editor que recomendó un señor que pasó por aquí hace un rato?- pregunté temeroso.
- Exacto, soy el editor, y vengo a ayudarlo.
 El de atrás, dio un paso a un costado, sacó un revólver y disparó...
El corregidor se aferró a su lápiz rojo y acercándoselo al pecho, comenzó a desplomarse sobre la hierba en un charco de sangre...El manuscrito que aferraba su mano se soltó…Quedé mirando la escena con la boca muy abierta….y la fui cerrando lentamente.
-¿Que pasó, señor? –pregunté-- ¿No iban a editar mis relatos?
-Sí, si, editaremos sus relatos…,pero antes tendríamos que echarle un vistazo a este manuscrito que cayó en la hierba, ¿sabe?
-Sí, está bien -dije temblando--¿Pero el señor que disparó, quién es?
-Mi corrector -respondió…mi corrector, que siempre está a mi lado.

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