jueves, 20 de agosto de 2020

Carlos Caposio-Argentina/Agosto de 2020




 A Jorge Rivelli

Cuando muere un poeta
los lápices parecen quebrarse
hay palabras ahogándose en las hojas
y el rocío es una lágrima de escarcha.
Es siempre otoño cuando muere un poeta
y también, son las seis de la mañana.
Alguien pasa con un carro y un caballo
y grita, Jorge.
Los pájaros de la noche ya no cantan.
Cuando muere un poeta
se encienden todas las luces
de los "depa", de Pueyrredón.
Los cigarros hacen chispas y
en algún lugar del mundo,
abren otra librería, Netochka.
Cuando muere un poeta
no brilla en ninguna estrella
ni vuelve a la tierra, ni es ceniza.
Cuando muere un poeta
las hijas lloran, su compañera llora
sus amigos lloran y sus lectores lloran.
Lloran su sangre tinta en la pupila
que viaja en forma de lágrima gorda
hasta el desagüe, llega al río y
luego va hacia el mar.
Cuando muere un poeta
podemos verlo bajar finito
por alguna playa
en esos hilos de agua que surcan arenas
donde a veces la gente salta
o se detiene y hunde los pies.
Cuando muere un poeta
llega al mar que es su vientre
y el de todo, el planeta Tierra.
Vuelve a dar vida.
Cuando muere un poeta
también escribe ahora.
Cuando muere un poeta, no muere.

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