sábado, 21 de mayo de 2016

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Mayo de 2016



EL SIMIL DE ISABEL

     Recordar es bueno… El encuentro con el pasado ayuda al presente y permite descubrir aquello que en su momento estuvo lejos de la comprensión. El rumor de la lluvia invernal siempre me trae recuerdos de algo o de alguien, además de estar cierto que los torrentes de agua  llevarán consigo la basura de los cerros, dejando el plano de la ciudad convertido en un cementerio de todo tipo de desperdicios.
También riega generosamente plazas y paseos, dando esa pincelada de verde a las laderas de los cerros. Justamente desde mi ventana puedo observar los árboles de la Plaza Victoria, donde tanta veces me encontré con ella.

El hombre se hallaba acodado en la ventana de su departamento con un cigarrillo entre los dedos y el pensamiento prendido en sus años de juventud. La recordaba a menudo, pero ahora era casi una necesidad hacerlo. Aún sentía su cercanía, cuando ella acodaba la cabeza en su pecho y podía apreciar ese cuerpo tibio y delgado pegado al suyo. Entonces su sangre recorría a cien por hora por venas y arterias. Al abrazarla advertía o más bien adivinaba cada uno de sus atributos de mujer. Buscaba la cercanía de su breve cintura con un placer perverso y su perfume tenue, pero definido, lo hacía divagar locuras. Ella y él, o él y ella, lo mismo daba. Los sentidos dominando al cerebro pensante en sus veintitantos, cercano a los treinta.
 ¡Es una locura! -Escuchaba esa voz interior que siempre le enviaba órdenes lógicas y categóricas.
Otra, en cambio, le incitaba diciéndole: -¡Si la deseas tanto, no te reprimas!
      Hasta el día en que todo fue deseo y posesión. Los sentidos terminaron ganando la batalla en un hotel disimulado entre muchas puertas de edificios antiguos, en el barrio Almendral.
Tampoco olvidaría a Titi, una pequeña pomerania, tan virginal como su hermana soltera, y podría decirse sin equivocarse, solterona, hasta el día en que Monroe, el hermoso pastor de mi amante juvenil, se encandiló con los efluvios de la perrita. Sin que nadie se diera cuenta, saltó rejas, abrió un forado en la antigua puerta del jardín, y se dio el gusto de preñarla. La pequeña mascota engordó casi  a reventar, finalmente dio a luz dos hermosos cachorros, tan híbridos y desiguales como sus padres. Los pequeños sobrevivieron sanos y rozagantes, en cambio a la madre, esta maternidad tan inconveniente para sus posibilidades reproductivas le restó años de vida. Al cabo de poco tiempo se puso triste y no quiso comer. Una tarde de pleno invierno, a pesar de los medicamentos recomendados por un veterinario y todos los cuidados que le dieron mi madre y hermana, Titi murió. Antes de suceder este lamentable hecho que entristeció a todos los de casa, los hijos de Monroe habían sido colocados como mascotas en casas de amigos. Mi hermana Norma estaba desconsolada como si hubiese perdido un hijo, y la hizo más amarga de lo que siempre había sido.
El odio que sentía por su joven vecina, aumentó hasta desear para el perro y su dueña, los peores designios. Los de casa la escuchamos regañando por todo y por nada durante varios días. Luego, vino un período de silencio que puso preocupación en mi madre. Pero nadie se atrevió a tocarle el punto porque habría sido como pegarle en una herida.
Un día que acerté pasar por su dormitorio en busca de hilo negro y aguja. Sabía que ella siempre tenía esos adminículos dentro de su costurero. –Perdona, pero estoy muy cansada. Allí en ese mueble está, busca tu mismo lo que necesites.
Al sacar la canasta convertida en depósito de hilos, busqué agujas y al no encontrar le pregunté por ellas – ¡Ah!, se me olvidaba que están en este mono que lo convertí en alfiletero.- Y sacó del cajón de su velador una muñeca que al parecer la había confeccionado ella misma.-Llévate ambas cosas y después me las devuelves.
Cuando llegué al dormitorio, y me aprontaba a reponer un botón en mi chaqueta, me di cuenta que el alfiletero guardaba cierta relación con mi polola. Incluso el pequeño vestido que cubría su cuerpo de trapo, recordaba habérselo visto a Isabel. En ese momento rememoré las historias escuchadas a unas tías que vivían en Chillán, en una zona rural.
Allí estuve un par de veces disfrutando de vacaciones después de terminar el año escolar. Por las noches, a la luz de velas dispuestas en candelabros, estas ancianas acostumbraban hacer una pequeña tertulia con algunos invitados que nunca faltaban en temporada de verano. En una de ellas una señora que andaba recabando costumbres y afanes del campo, le preguntó a la tía Ifigenia.
- Tía Ifi ¿Qué tan cierto es aquello de colocar alfileres en un símil de la persona a quien se desea hacer daño? ¿Cómo funciona eso en el campo?
La tía Ifi se santiguó y meditó un tiempo lo que iba a responder. Luego de este prolongado silencio, le dijo muy seria: - Aunque usted no lo crea eso funciona en el campo y en la ciudad. No es solamente la intención de hacer daño, sino un deseo perverso de malograr a una persona.
-¿Cómo, con un simple alfiler?
-Claro que sí -recalcó la tía Ifi. Después de otro silencio nos pidió termináramos la tertulia para ir a descansar.
Al ver esta muñequita, recordé esta respuesta de la tía Ifi y un frío estremecimiento me recorrió la espalda, no era posible que mi hermana por muy insidiosa que fuera, resultara tan perversa, sobre todo que no se perdía la misa dominical y nuestra madre nos había inculcado valores y respeto por el prójimo.
Deseché la idea de plano, no podía ser cierto que el rencor que dejó la pérdida de Titi, la hiciera actuar de esta forma. ¡No!, decididamente todas estas ideas eran producto de la ignorancia que se apreciaba en las creencias populares. Posiblemente se trataba de invenciones trasmitidas de generación en generación.
Terminé de pegar el botón y coloqué la aguja en la muñeca, desechando estos pensamientos de mal agüero. Hilo y alfiletero lo puse en sus manos y regresé  a mi pieza, debía partir temprano a la oficina, divagar tonteras era una necedad.
El día siguiente, fue de rutina, temprano regresé a la cena que compartíamos en casa, mi madre, mi hermana y yo. Después saldría a juntarme con Isabel en el plan. Eso pensaba cuando de pronto vi unas lágrimas en los ojos de mi hermana: - Les cuento, Norma falleció anoche de un infarto. – Yo quedé con el tenedor a medio camino - ¿Cómo sucedió?- Pregunté. – Escuché decir que Isabel había nacido con una cardiopatía que nunca se había descubierto.
Yo sentí como si todo se remeciera, la mesa, la silla en que estaba sentado y todo. Pedí discretamente permiso para retirarme a mi pieza dando como excusa que había traído trabajo a casa. Me tiré en mi cama y sentí el horror de haber sido el causante de la muerte de quien hasta ese momento era parte importante de mi vida. Clavé la aguja en cualquier parte, no me di cuenta.
Al día siguiente después de los funerales de Isabel, mamá me pidió que dejara la basura en el canasto para cuando pasara el camión recolector. Creo que actué sin pensar en lo que estaba haciendo, abrí la bolsa de basura para ver en su interior y allí estaba la muñeca, cortada en pedacitos y sin ningún alfiler.
A mi hermana nunca le mencioné este suceso, pero me quedé con el convencimiento que la última aguja la había enterrado yo.  Verdad o cuento de viejas. Nunca lo sabré.

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