De noche en el acuario
El sereno mira el reloj. Las ocho de la noche en punto. Apunta con
desgano la linterna hacia el interior del recinto. Pregunta en voz alta si hay
alguien dentro y al no escuchar respuesta cierra la puerta con candado y apaga
las luces de los pasillos. Sólo quedan prendidas las que están en contacto con
el agua. Puedo contestar que espere, que aún me falta observar algo. Pero en
ese instante imagino una aventura, una sorpresa, un encuentro. Y me quedo. Sé
que no voy a estar en soledad.
Pronto hay un revuelo y comienzan casi a pegarse al doble cristal del
sótano azul. Tiburones moteados, medusas, rayas, caballitos, estrellas, sargos.
Ojos saltones y caparazones o gelatinas sin ojos, observan mi presencia.
¿Qué piensan de mí mientras los miro? Vaya a saber. ¿Imaginan a un habitante de
un navío descascarado, que sale a caminar el fondo para buscar el adn del
capitán responsable de su hundimiento?
¿O creen que soy el Dios Poseidón, que mientras corre a sus detractores le
roban el tridente, en el medio de los cacerolazos contra la corrupción en el
mar? Quizás yo divague necedades…pero
¿Puedo pretender que ellos piensen con coherencia y mesura en esa pequeña y
lujosa cárcel que tiene alimento y agua sin contaminación pero a la cual le
falta la libertad y la inmensidad del océano?
Apoyo yo también la nariz en la barrera transparente que nos separa y me
quedo ñato de asombro viendo los colores y brillos que me devuelven por un rato
la niñez, un pedazo grande de paz carente de asfalto y bocinas, la fantasía de
no mojarme y al mismo tiempo el goce de nadar desnudo con otros, sin que te
señalen ni se mofen, dejando los prejuicios en la orilla de chismosos, pitazo
represivo de bañero o bandera negra de peligro.
Cuando lleguen las nueve de la mañana volverá a girar la llave del
guardián y un correr de estudiantes o abuelos, curiosos o parejas tomadas de la
mano, ilustrados profesores de Biología o japoneses con cámaras digitales,
inundarán de realidad este pasillo sin mareas ni olas, como si llegara un
tsunami. Y entonces me iré, mientras mis amigos nocturnos se quedan en esa
soledad con burbujas. Volveré a mi solarium de cemento y escribiré sobre la
mazmorra de cristal que vi esta noche. Y mañana votaré como buen ciudadano para
que se respete el libre discernimiento de los que viven viboreando
supuestamente felices, aunque presos en un hábitat pulcro y engañoso.
Cuando pise el verde húmedo del parque, recién me daré cuenta que pasé
la noche en el acuario subterráneo. Lo demás semejará un desborde de mi
imaginación. El inquieto Nemo seguro ahora les contará a todos al oído – para
que no me extrañen ni teman - que los humanos no existen. Que se murieron todos
en el Titanic, ese monstruo que vino del espacio hace cien años a interrumpirles
el sueño en su querida Atlántida. Lo que los convirtió a ellos en un grupo de
exóticos expatriados en el Bioparque Temaikén de Escobar. Mentiroso Nemo. Los
humanos sobrevivimos y pagamos para verlos. Seguimos creyéndonos seres
superiores, con peceras gigantes para divertirnos a costa de nudistas con
bráqueas que siguen reclamando poner también su voto en la urna.
1 comentario:
Un lindo relato y muy bien contado que te deja pensativo.
beso Josefina
Publicar un comentario