“UNA VEZ MÁS”
El lucero, anunció con trinos
de despedida el término de la jornada dando paso a la oscuridad, solamente
quebrada por la luminosidad de millones de puntitos suspendidos en la bóveda
insondable y misteriosa. De pronto, la señora de la noche hizo aparición por el
espinazo irregular de la cordillera. Grande, rotunda, silenciosa, repartiendo
frías sombras a cuanto se oponía a su paso.
Como una abandonada tela de
araña, la cortina, permite la entrada de un rayo de luna. Él, advierte su
presencia. A su lado se ha materializado la figura añorada que reconoce con los
sentidos. Aprecia su calidez, su perfume que la identifica y surge poco a poco
el encuentro que alerta sus energías dormidas. Todo es silencio, ello embelesa
la caricia que recorre su humanidad, convertida en un madero incandescente que
termina ahogándose en un grito de triunfo. Siente la satisfacción del reposo.
Ella está nuevamente a su lado. Las palabras sobran. Los sentidos ya hablaron,
igual como la primera vez.
El deslizar del tiempo ha
seguido su curso pausado y regular. De pronto, se escucha el coloquio de los
señores de la madrugada, cuyo canto despierta a todos quienes los escuchan.
¡Uno, otro, otro y otro!, muchos, tantos que parecen transmitir armoniosos
mensajes a sus dueños y a la naturaleza toda. La farola de la noche ya se ha
retirado y el amo del cielo regala con holgura rayos de luz. El verde de la
campiña empieza su quehacer.
Estira suavemente su mano,
teme descubrir lo que ya sabe. Una despedida más, se lo dicen sus húmedas
pupilas. Es tan real, tan insufrible, mortificante, loco, desesperante. Siempre
lo obliga, aún sin deseos, a visitarla con un ramo de flores y una oración en
los labios.
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