EL
POSTULANTE
El joven Alan esperaba con impaciencia en la recepción
del diario The Guardian, para ser atendido por el editor, era la tercera vez
que le había dejado un reportaje, para que lo examinara, con la esperanza de
ingresar al equipo periodistas.
-Debe tener paciencia, está muy ocupado- le dijo Annie,
la joven y bella
secretaria.
Al fin vio abrirse la puerta de la oficina y Mister Spencer apareció con varios
papeles en la mano. Alan pensó que lo haría ingresar. Por el contrario, el
editor, se dirigía al sector de prensas y al pasar frente a él sólo le dijo:
“Este reportaje no está mal Smith, pero le sigue faltando
imaginación”.
Siempre lo mismo, pensó, también le había criticado en
esos términos el editor del Times la semana anterior. Regresó a su pensión
caminando con el fin de despejar su mente, y ver si su imaginación se activaba
lo suficiente, para impresionar a los editores.
-Llega temprano don Alan, ¿cómo le fue?- preguntó la
mucama de la pensión.
-Mmmm, más o menos, no lo encontraron malo, eso ya es
algo. Estaba pensando hacer una visita al museo de cera, ahí podría hacer un
reportaje interesante. Tal vez pasar una noche entera escribiendo mis
impresiones entre las estatuas.
-¿Y le van a dar permiso para recorrer el museo de noche?
-Estaba pensando ir a la visita de la tarde y ver si puedo
esconderme en un baño antes que cierren el museo, ¿usted me prepararía una
colación para llevar?
El museo quedaba bastante distanciado de su pensión, por esta razón abordó un carruaje para alcanzar la visita
vespertina. Llevaba sólo 20 peniques en su monedero, no sabía si le alcanzaría
para el transporte y la entrada.
Tuvo suerte y alcanzó, justo, la última visita.
El guía era un señor alto y delgado, de barba tupida, tez
y ojos claros; tenía una voz poderosa y profunda, impresionante para un cuerpo
tan esmirriado.
Lo primero que vieron fueron las figuras de la familia
real inglesa: la reina Victoria y sus nueve hijos, el recién fallecido Eduardo
VII y la reina Alejandra. Para sorpresa de todos ya estaban ahí las figuras del
recién ascendido al trono Jorge V y María de Teck.
La visita siguió en la sala de los científicos - se veían
tan reales - ahí estaban Pasteur, Darwin, Pierre y Marie Curie, más allá
Sigmund Freud.
Miraba hacia todos lados buscando algún rincón que
pudiera servirle de escondite, se salió del grupo para buscar el baño, había un
guardia justo al frente, no le iba a servir para sus propósitos. Volvió al
grupo.
En ese momento, estaban ingresando a la cámara de los
horrores, se sintió excitado. -Esto va a ser interesante- pensó.
Aquí estaba la guillotina, las máscaras de tortura, las
figuras de Luis XVI, Marat y Robespierre antes de ser guillotinados, una
sección con vampiros, otra con criminales. Le llamó la atención una estatua de
Jack el destripador, porque le parecía que jamás lo habían apresado, debía ser
una figura de fantasía.
Al salir de la sala vio pasar una muchacha con un balde y
un trapero; ahí se le ocurrió la idea brillante; el cuarto de aseo sería el
lugar ideal para esconderse, siguió a la chica a cierta distancia.
Esperó largo rato, calculando que el museo estuviera
cerrado, mientras tanto se devoró la colación que había llevado, revisó en su
bolsillo los cerillos y un cirio pequeño que tenía para iluminarse, su block de
notas, la pluma, un pequeño tintero. Abrió la puerta muy despacio, aguzó el
oído, restregó sus ojos, sólo oscuridad y silencio. Encendió un cerillo para
prender el cirio e iluminar la estancia, buscó una silla y sacó su block de
notas. Debía anotar sus primeras sensaciones. Tituló su obra como: “Aventura
nocturna en el museo de cera”.
“Las figuras de cera son muy similares a los seres
reales, Madama Tussauds hace un trabajo tremendamente fiel a la verdad”. Sintió
un leve ruido, le pareció escuchar unos pasos. Ya no escuchó nada. Siguió
escribiendo…El museo está dividido en salas
temáticas donde…Otra vez unos pasos y vio pasar una sombra, su corazón dio
un salto. Tal vez quedaba un guardia nocturno que no había previsto, pensó
volver a esconderse en el cuarto de aseo hasta que terminara su ronda…
-¿Quién es usted? ¿Qué está haciendo aquí?- escuchó a sus
espaldas.
-Perdón, soy postulante a periodista, trato de hacer un
reportaje que impresione al editor. -¿Usted
es el guardia?
-No, yo vivo aquí, este es el lugar ideal para
esconderme.
-¿Esconderse? ¿De quién?
-De todos, de la policía, del mundo.
-Me llamo Alan, ¿cuál es el suyo?
-Jack, mi nombre es Jack.
-¿Jack?... ¿Es imposible?... Jack… ¿El destripador?...
¿usted?…
-No me agrada que haya descubierto mi escondite.
Sintió que la saliva se atragantaba en su garganta, un hilo
de transpiración comenzó a caer por su rostro, sus manos en cambio estaban
frías, trató de levantarse de la silla y percibió con horror que las piernas no
le respondían; con un hilo de voz le dijo:
-Hace como veinte años que no ocurre ningún asesinato,
usted está retirado, envió una carta al diario.
-Ya cumplí mi cometido, esas mujeres merecían morir.
-Se le adjudican once muertes ¿cuántas fueron en
realidad?
-Eran malas mujeres, después de estrangularlas las
degollé y las abrí de arriba abajo por el abdomen, sus intestinos se
desparramaron por el suelo.
Sintió un escalofrío en su espalda, todos sus músculos
temblaban. Comenzaba a faltarle la respiración. Intentó idear argumentos
para sortear de la situación.
-Pero yo soy hombre- respondió tiritando.
-Ha descubierto mi escondite, no voy a dejarlo salir de
aquí.
Trató de juntar fuerzas para salir corriendo, cuando
sintió las enormes manos de Jack en su cuello que lentamente comenzaron a
apretarse. Tomó sus brazos con sus manos tratando de soltarse, intentó
rasguñarle. Nada pudo hacer, la fuerza de Jack era superior. Notó que ya no
entraba aire en sus pulmones, su vista se nubló y, finalmente, se desplomó.
A la mañana siguiente había un gran alboroto en el museo.
Annie, la secretaria, se acercó de inmediato para cerciorarse acerca de los
acontecimientos. Habían encontrado un cadáver en el centro del vestíbulo, no
parecía tener lesiones. Llegó el médico del distrito corroborando la ausencia
de terceros en el hecho, le pareció extraño que un muchacho tan joven hubiera
sufrido un infarto, pero al no encontrar lesiones ni marcas de ninguna especie,
rubricó el certificado de defunción como: paro cardiorrespiratorio.
Annie, llegó a su trabajo en el diario, Mister Spencer
notó en ella un dejo de tristeza y le preguntó: -¿Le pasa algo, señorita?
-Jefe, el joven Alan, el postulante que estuvo ayer por
aquí, falleció anoche. Le falló el corazón.
-¡Qué lástima Annie!, parecía un buen muchacho y no
escribía mal, sólo le faltaba algo de imaginación.
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