miércoles, 20 de abril de 2016

Carmen Puelma-Chile/Abril de 2016



EL POSTULANTE



            El joven Alan esperaba con impaciencia en la recepción del diario The Guardian, para ser atendido por el editor, era la tercera vez que le había dejado un reportaje, para que lo examinara, con la esperanza de ingresar al equipo periodistas.
            -Debe tener paciencia, está muy ocupado- le dijo Annie, la joven y bella secretaria.                                                                                                               
             Al fin vio abrirse la puerta de la oficina y  Mister Spencer apareció con varios papeles en la mano. Alan pensó que lo haría ingresar. Por el contrario, el editor, se dirigía al sector de prensas y al pasar frente a él sólo le dijo: “Este reportaje no está mal Smith, pero le sigue faltando imaginación”.                              
            Siempre lo mismo, pensó, también le había criticado en esos términos el editor del Times la semana anterior. Regresó a su pensión caminando con el fin de despejar su mente, y ver si su imaginación se activaba lo suficiente, para impresionar a los editores.
            -Llega temprano don Alan, ¿cómo le fue?- preguntó la mucama de la pensión.
            -Mmmm, más o menos, no lo encontraron malo, eso ya es algo. Estaba pensando hacer una visita al museo de cera, ahí podría hacer un reportaje interesante. Tal vez pasar una noche entera escribiendo mis impresiones entre las estatuas.
            -¿Y le van a dar permiso para recorrer el museo de noche?
            -Estaba pensando ir a la visita de la tarde y ver si puedo esconderme en un baño antes que cierren el museo, ¿usted me prepararía una colación para llevar?
           
            El museo quedaba bastante distanciado de su pensión, por esta razón abordó un carruaje para alcanzar la visita vespertina. Llevaba sólo 20 peniques en su monedero, no sabía si le alcanzaría para el transporte y la entrada.
            Tuvo suerte y alcanzó, justo, la última visita.
            El guía era un señor alto y delgado, de barba tupida, tez y ojos claros; tenía una voz poderosa y profunda, impresionante para un cuerpo tan esmirriado.
            Lo primero que vieron fueron las figuras de la familia real inglesa: la reina Victoria y sus nueve hijos, el recién fallecido Eduardo VII y la reina Alejandra. Para sorpresa de todos ya estaban ahí las figuras del recién ascendido al trono Jorge V y María de Teck.
            La visita siguió en la sala de los científicos - se veían tan reales - ahí estaban Pasteur, Darwin, Pierre y Marie Curie, más allá Sigmund Freud.
            Miraba hacia todos lados buscando algún rincón que pudiera servirle de escondite, se salió del grupo para buscar el baño, había un guardia justo al frente, no le iba a servir para sus propósitos. Volvió al grupo.
            En ese momento, estaban ingresando a la cámara de los horrores, se sintió excitado. -Esto va a ser interesante- pensó.
            Aquí estaba la guillotina, las máscaras de tortura, las figuras de Luis XVI, Marat y Robespierre antes de ser guillotinados, una sección con vampiros, otra con criminales. Le llamó la atención una estatua de Jack el destripador, porque le parecía que jamás lo habían apresado, debía ser una figura de fantasía.
            Al salir de la sala vio pasar una muchacha con un balde y un trapero; ahí se le ocurrió la idea brillante; el cuarto de aseo sería el lugar ideal para esconderse, siguió a la chica a cierta distancia.
            Esperó largo rato, calculando que el museo estuviera cerrado, mientras tanto se devoró la colación que había llevado, revisó en su bolsillo los cerillos y un cirio pequeño que tenía para iluminarse, su block de notas, la pluma, un pequeño tintero. Abrió la puerta muy despacio, aguzó el oído, restregó sus ojos, sólo oscuridad y silencio. Encendió un cerillo para prender el cirio e iluminar la estancia, buscó una silla y sacó su block de notas. Debía anotar sus primeras sensaciones. Tituló su obra como: “Aventura nocturna en el museo de cera”.
            “Las figuras de cera son muy similares a los seres reales, Madama Tussauds hace un trabajo tremendamente fiel a la verdad”. Sintió un leve ruido, le pareció escuchar unos pasos. Ya no escuchó nada. Siguió escribiendo…El museo está dividido en salas temáticas donde…Otra vez unos pasos y vio pasar una sombra, su corazón dio un salto. Tal vez quedaba un guardia nocturno que no había previsto, pensó volver a esconderse en el cuarto de aseo hasta que terminara su ronda…
            -¿Quién es usted? ¿Qué está haciendo aquí?- escuchó a sus espaldas.
            -Perdón, soy postulante a periodista, trato de hacer un reportaje que impresione al editor. -¿Usted es el guardia?
            -No, yo vivo aquí, este es el lugar ideal para esconderme.
            -¿Esconderse? ¿De quién?
            -De todos, de la policía, del mundo.
            -Me llamo Alan, ¿cuál es el suyo?
            -Jack, mi nombre es Jack.
            -¿Jack?... ¿Es imposible?... Jack… ¿El destripador?... ¿usted?…
            -No me agrada que haya descubierto mi escondite.
            Sintió que la saliva se atragantaba en su garganta, un hilo de transpiración comenzó a caer por su rostro, sus manos en cambio estaban frías, trató de levantarse de la silla y percibió con horror que las piernas no le respondían; con un hilo de voz le dijo:
            -Hace como veinte años que no ocurre ningún asesinato, usted está retirado, envió una carta al diario.
            -Ya cumplí mi cometido, esas mujeres merecían morir.
            -Se le adjudican once muertes ¿cuántas fueron en realidad?
            -Eran malas mujeres, después de estrangularlas las degollé y las abrí de arriba abajo por el abdomen, sus intestinos se desparramaron por el suelo.
            Sintió un escalofrío en su espalda, todos sus músculos temblaban. Comenzaba a faltarle la respiración. Intentó idear argumentos para sortear de la situación.
            -Pero yo soy hombre- respondió tiritando.
            -Ha descubierto mi escondite, no voy a dejarlo salir de aquí.
            Trató de juntar fuerzas para salir corriendo, cuando sintió las enormes manos de Jack en su cuello que lentamente comenzaron a apretarse. Tomó sus brazos con sus manos tratando de soltarse, intentó rasguñarle. Nada pudo hacer, la fuerza de Jack era superior. Notó que ya no entraba aire en sus pulmones, su vista se nubló y, finalmente, se desplomó.

            A la mañana siguiente había un gran alboroto en el museo. Annie, la secretaria, se acercó de inmediato para cerciorarse acerca de los acontecimientos. Habían encontrado un cadáver en el centro del vestíbulo, no parecía tener lesiones. Llegó el médico del distrito corroborando la ausencia de terceros en el hecho, le pareció extraño que un muchacho tan joven hubiera sufrido un infarto, pero al no encontrar lesiones ni marcas de ninguna especie, rubricó el certificado de defunción como: paro cardiorrespiratorio.
            Annie, llegó a su trabajo en el diario, Mister Spencer notó en ella un dejo de tristeza y le preguntó: -¿Le pasa algo, señorita?
            -Jefe, el joven Alan, el postulante que estuvo ayer por aquí, falleció anoche. Le falló el corazón.
            -¡Qué lástima Annie!, parecía un buen muchacho y no escribía mal, sólo le faltaba algo de imaginación.


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