EL GOBERNADOR
En del sur de Chile, el gobierno había destinado una
isla para personas que habían cometido algún acto delictual, sin ser
malhechores consumados. En una fría mañana de invierno, el toque de una corneta
anunció, con su sonido característico que algo importante se avecinaba. Se
congregaron todos en el lugar de siempre, para recibir la noticia. Quien tenía
la potestad de dirigir aquel lugar, carraspeó como solía hacerlo cuando daba
una noticia solemne.
-Muchachos, se nos viene encima una
inspección del señor Gobernador de esta zona. Más de alguno debe recordar por
qué están aquí proscritos. Todos ustedes cometieron faltas leves a la sociedad,
pero el señor Gobernador como es una persona muy severa, a veces parece desmedido
en sus sanciones. En cada visita que él hace, al igual que en Roma, en alguna
fecha del año otorga un perdón a alguno de los internos, especialmente cuando
visita el lugar. Así es que, muchachos, cualquiera de ustedes puede ser el
elegido. Hagamos el mayor esfuerzo para que el lugar esté bien presentado.
De pronto, quien arengaba fijó sus
intensos ojos azules en Manuel.
-Tengo fe en ti.- El muchacho era el
cocinero que deleitaba cada día a los internos
y al personal a cargo.
-Por una información que me llegó,
al señor Gobernador le gustan los canquenes, pero como todos sabemos, saben
horribles. Pero dicen que él tiene una receta muy buena para cocinarlos, y la
guarda como un tesoro. Pienso que tú serías la persona ideal para obtener el
beneficio y regresar a la ciudad.
En el fondo, él pensaba obtener
beneficios personales agradando al gobernador.
Y
llegó el día tan anunciado, se izó la bandera, todo aparecía perfecto, el
césped estaba cortado, se habían retocado las pinturas del edificio y los vidrios relucían de limpios. La
mirada adusta del Gobernador, recorrió cada rincón; se notó en su rostro la
complacencia. Saludó con solemnidad, como era habitual en él, y les dijo
escuetamente:
-Mi
visita será breve y tiene una finalidad muy importante. En este lugar tenemos
un recurso natural inexplotado, y puede ser la fuente de alimentación para
muchos. Además traerá como consecuencia buenos dividendos para el país. Se
acercó al encargado del lugar, susurrándole que necesitaba una persona de mucha
confianza para que lo acompañara, de madrugada, a la mañana siguiente.
-Si es el cocinero del lugar, mucho
mejor. - Al decirle ésto el jefe pensó:
el universo está conspirando, todo está saliendo a pedir de boca.
-Señor gobernador le tengo a la
persona adecuada.
Ambos pasaron a la oficina y a la
pasada le dijo a un mensajero:
-Que venga Manuel de inmediato. - Al
presentarse el aludido le dijeron:
-Tenemos una misión muy especial
para ti.
-A su disposición señor.-Contestó el
muchacho.
-Manuel, me han hablado maravillas
de ti, por eso enviamos a buscarte. Demás está preguntarte que conoces los
canquenes. Sin embargo, ¿tú los has comido alguna vez?
Manuel
haciendo un gesto agrio, le contestó:
- Esas porquerías no sirven para
nada, son incomibles; ni yo, que soy el mejor cocinero he logrado hacer algo
agradable con ellos.
El Gobernador le dijo:
-Tú serás testigo de algo muy
importante. Pero exijo que guardes reserva de lo que voy a confiarte.
–Cuente usted con una tumba, señor Gobernador.
-Mañana cuando rompa el alba, solos
tú y yo, nos adentraremos en el bosque e iremos cerca del río, guarida
predilecta de los canquenes, donde suelen dormir por las noches. ¿Conforme?
-Conforme, señor, mañana estaré
apenas rompa el alba.- Y haciendo una exagerada venia se retiró.
Al
día siguiente, tal como lo habían acordado, salieron silenciosamente destino al
río. Al llegar al lugar donde dormían los canquenes, el Gobernador le dio una instrucción
a Manuel. -¿Ves los canquenes? Fíjate
que duermen parados en una pata.
Jactancioso Manuel contestó:- ¡shh!
No soy ciego.
-En este instante vas a descubrir el
secreto mejor guardado. Te vas a acercar por el lado derecho y cuando yo esté
apuntando, tú emitirás ruido para el pájaro emprenda el vuelo. Dicho ésto,
Manuel comenzó a acercarse y al momento de levantar la escopeta el Gobernador,
Manuel lanzó un grito que asustó al ave y bajó la otra pata. Al momento, el
pájaro trató de emprender el vuelo, en ese instante se escuchó el fogonazo
cayendo inerte en tierra. Entre ambos lo tomaron y regresaron a las instalaciones.
En el camino, el Gobernador le dijo a Manuel que lo cocinara, para la cena de
la noche, indicándole que habría invitados especiales.
-Oiga caballero - dijo Manuel- usted
quiere que lo destituyan, ¡si estas porquerías son incomibles!
-Si tú sigues mis instrucciones,
sabrás el secreto mejor guardado.
Llegando a la cocina, Manuel, puso
manos a la obra. Efectivamente, el canquén quedó hermoso y delicioso. De la
cocina salía un aroma que estimulaba el apetito. Manuel se dijo a sí mismo- ¡Cómo antes no me di cuenta del tremendo
detalle¡
Cuando
empezaron a llegar los invitados, uno de los comensales venía acompañado por una
señorita muy agraciada. Ella tenía la misión de verificar la calidad de los alimentos
que consumía su patrón. Se dirigió a la cocina para inspeccionar. Obviamente,
Manuel se sintió ofendido por lo que consideró una afrenta a su alta fama de buen
cocinero, pero al observarla despertó la fiera escondida que estaba dentro de
él, e inmediatamente comenzó a galantearla. Ni corto, ni perezoso, le dijo:
-Mi reina pídame lo que usted
quiera, si puedo obtener sus favores.- Ella quedó bastante intimidada al
comienzo, pero luego de un instante, también sintió una fuerte atracción por Manuel.
Fue como amor a primera vista. Sin embargo, antes de acceder a lo solicitado,
le dijo:
-¿Qué me daría usted a cambio de mis
favores?
- Pídame lo que quiera- contestó
Manuel.
-Este canquén se ve muy bien
cocinado y creo que está exquisito. ¿Por qué no me da a probar un tuto?
-¡Puchas!, el Gobernador me puede
castigar por ello.
-Esa es mi condición- dijo ella con
decisión. Manuel finalmente accedió.
-Esta noche la espero después de la
cena. Sin embargo el hombre pensaba “Qué
hago ahora”.
Llegaron los invitados y el Gobernador, como
autoridad, fue el primero en ingresar al comedor. Hubo saludos protocolares y palabras
de bienvenida. Sin embargo, de pronto, la autoridad quedó petrificada.
-¡Quién le quitó una pata al canquén! ¡Que venga el
cocinero¡
Era tal el ambiente de tensión que
todos quedaron mudos.
-No soporto estas faltas, ¿Quién se
comió la pata del canquén?
Llegó Manuel, muy turbado,
delatándose de inmediato con su actitud.
El Gobernador ordenó:
-Sáquenlo de mi vista o lo ejecuto
de inmediato, que se presente mañana muy temprano.
Al día siguiente, el encargado y Manuel, se
presentaron ante la autoridad.
-Manuel ¿te das cuenta de la fechoría que has
cometido?
-Señor, pero si yo no hice nada - contestó.
-¡Cómo tienes cara de mentir! La
evidencia te acusa, que lo castiguen severamente
por mentiroso con cincuenta latigazos y yo lo voy a presenciar.
Le quitaron la camisa para proceder
al castigo, pero antes de iniciar el castigo, el Gobernador le preguntó:
-¿Tienes algo que decir en tu favor?
- Sí - dijo Manuel.
-Somos todo oídos.
Carraspeo un poco y dijo: -Con todo respeto su
señoría, este castigo es injusto.
-¡Cómo te atreves a desafiar mi
autoridad!- bufó el Gobernador.
-¿Recuerda usted, cuando me llevó al bosque, y llegamos
al río? Entonces me dijo que me fuera por el lado derecho. ¿No es verdad? ¿Y
que a su señal yo debía hacer un ruido para que el pájaro bajara su pata y
volara?
-¿Te estás burlando de mí?
-No me atrevería, su señoría. Cuando
usted y sus invitados comenzaron a degustar el canquén, lo pincharon con un
tenedor ¿no es verdad?
-¿Adónde quieres llegar?
-Ahí está mi respuesta, señor Gobernador-
yo no he cometido ninguna fechoría. Recuerde que me dijo antes que disparara. Yo
tenía que gritar para que el pájaro bajara su pata antes que usted disparara. -
¿Lo recuerda?– un simple grito hizo que el pájaro bajara la pata. Pero a usted
se le olvidó gritar antes que lo pincharan.
Ante tal astuta respuesta el cocinero fue liberado
del castigo.
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