La música como hecho cultural y
social
Como tantas otras artes y
medios de expresión, la música es un hecho cultural, y como tal, se traduce en
actividad social. Este arte no sólo es un canal donde emociones y pensamientos
confluyen para dar forma a esa expresión, también representa el aquí y ahora cultural
de una sociedad determinada, de un grupo, de una comunidad o incluso de un
simple individuo que vuelca su mensaje íntimo y privado desde una historia de
vida personal. Mediante este simple análisis podemos observar el porqué de tal
o cual expresión musical chicaneando los odiosos prejuicios que embarran todo
examen objetivo. Los bolsones de pobreza que azotan a algunas ciudades, por
ejemplo, reflejan no sólo inopia de índole económica; allí se vislumbra un
déficit cultural generalizado en donde la música ofrece un claro diagnóstico de
precariedad. Y por el contrario, en sectores culturalmente desarrollados, se
observa una actividad musical más evolucionada y selecta.
No haré hincapié en
géneros, ritmos, formas o estilos específicos, sino en el contenido de esa
música que se ha elegido para expresarse, contenido que tomará cuerpo con un
clima sonoro y una letra que lo represente. Si bien el envoltorio o formato nos
indica el posicionamiento cultural de un pueblo o de un individuo, más aún lo hace
su contenido. Aquel sector más devastado culturalmente refleja en su música la
realidad precaria por la que atraviesan, muchas veces nos cuentan historias delictivas,
oscuras, o simplemente chapotean contentos en el lodo de una marginalidad
social al ritmo de una música de pobres recursos que ensamblará perfecta con el
paisaje general de la propuesta. Allí no habrá en lo más mínimo un tratamiento
hedonista del arte, tampoco habrá una estética esmerada, tanto en lo musical
como en lo lírico. Una propuesta así, se tornará en algunos casos en una opción
casi imprescindible. Y los que consumen esta música, aquellos que no son
músicos pero que siguen de cerca a sus referentes, se identifican plenamente y
la difunden.
Esto es tan duro como
legítimo. Las clases mejor educadas e informadas, podrán tener más opciones, elegirán
temas filosóficamente tratados y exhibiendo un mejor vocabulario, hablarán
sobre mitos, sentimientos profundos, o bien sobre realidades cotidianas sin banalizar
demasiado. Como siempre hay una excepción a la regla, en algunos casos aparecerá
lo banal cuando se trate de productos lanzados al mercado independientemente de
la clase social a donde se apunte; cuanto más frívola sea la demanda, más
frívola será también la oferta mientras las productoras sigan alineadas a esa
política. Pero esa, es otra historia.
Cuando la culturización
es una resultante de una buena educación, los sectores mejor educados pueden
producir una música más estética, más rica o más variada en contenidos. El
público marginal, difícilmente pueda hacerlo. Este último queda restringido a
expresar un malestar social que lo sofoca. Así, la música se convierte en una
abanderada cultural de estos sectores.
Hace unos años, se
realizó en España un “experimento mediático” con el objeto de contrarrestar los
efectos nocivos que la televisión basura causa en el consumo masivo. La prueba
consistía, a grandes rasgos, en mejorar la calidad de los productos mediáticos,
y como consecuencia de ello la expectativa era mejorar el nivel cultural de los
consumidores. La música no podía estar ajena en todo ese andamiaje de
producción televisa. Las mediciones indicaban, antes del experimento, que el
buen gusto de la audiencia estaba siendo seriamente afectado. Después de
realizada la prueba, se arrojaron datos esperanzadores: se comprobó que en el
mediano y largo plazo – si las productoras se esmeran en cambiar la política de
lanzar fruslerías – la audiencia mejoraría su nivel cultural. El déficit ya no
sería sólo responsabilidad del sector que demanda, sino también del que oferta,
es decir, una responsabilidad compartida pero con especial gravitación sobre el
que produce y vende. La medida se hizo luego extensiva hacia las discográficas
y productoras musicales.
Cuando nuestros
antepasados decían que “tener la sartén por el mango” daba poder sobre el
resto, nos indicaban algo que es certero: la autoridad ofrece poder, y esa
autoridad se sustenta con el conocimiento. Desde allí el que produce conoce las
reglas de juego, y como tiene poder debe ejercer la sagrada tarea de educar a
quienes están esperando esa comida cultural que alimentará a sus mentes, las
cuales necesitan de un natural desarrollo y crecimiento en el tiempo, y que
estancarla es un irresponsable atentado contra su evolución.
2 comentarios:
Muy interesante Alejandro el artículo, y estoy de acuerdo.
GRacias beso Josefina
Muchas gracias por tu lectura Josefina. Un abrazo.
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