El viento me
robó…
Todos
la recuerdan. Empezó un domingo a la tarde. Cuentan los vecinos que vieron a lo
lejos la figura que, inclinada sobre un ramo de flores, se acercaba con paso
cansado mirando la nada. Ellos esperaban alguna pregunta, algún comentario,
pero ella pasó sin verlos. De sus manos brotaba el ramo de flores. Sus pies
cansados apenas si se levantaban del suelo barroso, llevaba pantalones doblados
en bocamanga que denunciaban hilachas impúdicas y algún que otro frunce
solapando agujeros. Alguien comentó que seguramente iba al cementerio pues
había tomado el camino obligado a ese destino.
Domingo
por medio, se repetía este ritual, hasta que dejó de aparecer y todos olvidaron
el episodio.
Es
hoy, otro atardecer de domingo. El día lluvioso, no invita a la tertulia
callejera. Algo se mueve en estático
silencio. Se oye distinto el tamborileo de la lluvia sobre el alero. Un rumor a
mensaje ronda entre los paraísos. El río corre suave, transportando moribundos
camalotes. Veo sus caricias mojadas deslizándose sobre matas pegajosas a las
que hunde en una extremaunción sin ritos.
Entonces
aparece. Una esquelética figura oculta detrás de una mata de flores y hojas
marchitándose. Camina lento, paso tras paso, ajena a la demanda de su cuerpo
mojado. Pétalos huérfanos remolinean al capricho del viento.
Mira sus manos vacías, sus largos, descarnados
dedos intentan preservar esas flores que se deshojan al compás de las ráfagas
frías. Indecisa detiene sus pasos, extiende la vista, observa como el viento
envuelve hojas y pétalos y se va con el crepúsculo. Sin sus flores, la asalta
el desamparo. Recluida dentro de sí misma, invadida de soledad y de miedos,
siente que le roban los recuerdos. Desorientada intenta escapar de su
laberinto. No encuentra la salida. Todas la regresan a sí misma.
El tranquilo espejo la subyuga. Se inclina.
Desconoce esa imagen que la observa, inocua, sin burla, sin simpatía, que la
empuja a un espacio inexistente donde
nunca podrá ser. Siempre será la otra. Condenada a momificarse en la perpetuidad de su extravío.
Círculos concéntricos diluyen la tranquilidad
de las aguas.
Una rosa
deshojada, hundiéndose, bebe el goce de su propio ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario