FANTASMAS
Llevados por una
insana curiosidad y desoyendo el consejo de los ancianos, los diez guerreros intrépidos
se aventuraron en el Bosque maravilloso para probar su valor.
El Bosque
maravilloso, también llamado La aldea de los torreones, era un lugar prohibido.
Distaba a tres días y medio de caminata. Se distinguía en la espesura con una
demarcación precisa. Allí la tierra cambiaba a piedra moldeada de caprichosos
contornos, como si los dioses hubieran convertido la roca en barro dándole
formas según su antojo.
Se divisaban filas
de altísimas torres de cavernas cuadrangulares cubiertas con plantas
trepadoras.
Al adentrarse
en las cuevas, los guerreros encontraron millares de esqueletos
humanos esparcidos por doquier. Sobre unos caminos con forma de cintas, alrededor de las atalayas, hallaron carros inverosímiles que se sucedían
interminablemente. Dentro de ellos, en
general, había una o varias osamentas.
¿Qué terrible
peste, o qué calamidad había arrasado a esa mágica civilización?
Dicen los viejos de
la tribu, que hubo un tiempo muy remoto en que los hombres vivían en esas
extrañas aldeas.
Dicen que los abominables fuegos del cielo
quemaron a esos hombres por pecados inconfesables sobre cuya naturaleza se
imponía el silencio del tabú.
Dicen que los
dioses sembraron de verde los campos destruidos y mandaron a los sobrevivientes
a obedecer las leyes del Tótem sagrado.
Dicen que todo
ocurrió en tiempos muy remotos, hace muchas generaciones.
En su recorrido,
Unaxé, el líder de los intrépidos, se topó con una cueva subterránea. Al entrar,
los hombres hallaron filas de asientos, en la mayoría de ellos había esqueletos
todavía sentados. Al frente se alzaba
una tarima y en la pared un rectángulo pulcro y blanco.
Recorrieron las diferentes celdas que rodeaban el sitio, en una de ellas
examinaron con desconfianza un aparato incomprensible.
Atolú, el hijo
mayor de Unaxé, tocó algo. Se escuchó un chasquido y un zumbar terrorífico que
dejó petrificados a los guerreros.
Y en la superficie
blanca, como un conjuro de Oxhú (dios guardián de la muerte) unos seres
aparecieron de pronto emitiendo extraños sonidos. El color de esos fantasmas
variaba en tonos de gris, su consistencia era etérea.
Hivitá, el más
aguerrido, los embistió con su lanza, los traspasó limpiamente sin hacerles
daño y fue a dar contra la pared.
Los fantasmas no
parecían notar la presencia de los valientes. Había una mujer de cabello claro
y hermosos ojos acompañada por un hombre
de mediana edad no muy corpulento, ambos con vestimentas que los cubrían hasta
el cuello. El varón usaba un raro casco que se sacaba y se ponía en la cabeza
mientras ejecutaban una extraña danza, girando y saltando al compás de una música rara y hermosa.
Aterrorizado, uno
de los hombres de un golpe tiró al suelo el aparato que había soltado los
espectros. Éstos desaparecieron…
La bomba de
neutrones destruye todo tejido vivo, sólo deja concentraciones de calcio:
huesos. Las estructuras permanecen indemnes, las construcciones no son dañadas
en lo más mínimo.
Fue un conflicto rápido
y definitivo. La acción se desarrolló en forma automática. Los misiles fueron
disparados desde satélites. Nadie tuvo tiempo de averiguar
quién había comenzado.
El bombardeo no
tuvo aviso previo. A los habitantes los encontró haciendo su vida normal.
No hubo
espectacularidad, ni grandes explosiones, ni tropas enfrentándose en campos de
batalla.
Aquel cine siguió
proyectando el viejo clásico de Fred Astaire porque no quedó nadie para apagar el proyector. Cuando terminó de
pasar completamente la cinta quedó todo dispuesto para que el proyector
volviera a funcionar oprimiendo el botón con la inscripción “play”
2 comentarios:
Marcos:
No hay duda: la ciencia ficción es tu fuerte y tu imaginación no encuentra el límite...
La historia: atrapante.
Y Fred Astaire como si nos comiéramos un terrón de azúcar en medio del bombardeo.
Felicitaciones amigo.
Hermano amigo,la necesidad de leer este cuento no una sino dos veces es en mi caso, delirante.Es la clara manifestación, que el autor me esta diciendo algo mas que debo disfrutar.
Miramar , la edad, el escribir...ha desarrollado un escritor que no solo maneja imágenes con mucho de realismo mágico,sino que me extasió la sorpresa del bailarín universal.
Abel Espil
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