La luna, el ángel y el piano
Las campanas de la iglesia de
San Isidro Labrador repicaban anunciando la última misa del domingo.
Con premura, los fieles se
dirigían a ella. Varios acortaban el camino cruzando el jardín lleno de malezas
de la vieja casona del barrio.
Sus grandes portones de hierro
favorecían la entrada y salida. Estaban ubicados en las esquinas, enfrentados
entre sí de norte a sur. Mostraban la acción del tiempo y el óxido impedía
cerrarlos.
La luna, que ya había
reemplazado al sol, bañaba con su luz plateada la fachada descascarada y sin
color de la misma. Sobre la puerta principal aún se podía ver “Villa Doña
Etelvina”.
En medio de esa antigua
construcción, el mirador, un gigante semi destruído, parecía hacer equilibrio.
El inmenso jardín donde otrora
podían verse hermosos rosales, margaritas y espléndidos jazmines, había sido
invadido por las malezas que se encargaron de eliminar su belleza.
Los ventanales mostraban sus
vidrios rajados y la falta de los mismos. Es que en ellas hacían mella las
piedras tiradas por los pícaros chicos del barrio. Pero esto no era impedimento
para que todas las noches, la luz de la luna se filtrara por sus agujeritos,
iluminando la figura sonriente de un ángel de yeso que se hallaba empotrado en
la pared, completando el adorno de la chimenea de mármol.
-“¿Otra vez me despiertas con tu
luz? ¡Hace años que lo haces! Siento cansancio por ello, por esta repetición de
recuerdos que, noche a noche, me haces relatar. Las historias de los que han
vivido en esta casa, creo habértelas contado. Sus alegrías, sus ilusiones, sus
dolores. No hagas que lo recuerde otra vez. Expande tu luz y alumbra el salón,
lo verás vacío, también sus habitaciones lo están. Es de esto que quiero
hablarte, porque ayer llegaron dos hombres, retiraron muebles, libros, cuadros
y objetos de valor, que fueron cargados en un inmenso camión, en ese momento no
pude entender el porqué de ese vaciamiento hasta que los sentí hablar del
testamento de doña Etelvina. Ya sabes, ella era la única sobreviviente de una
gran generación, que con su muerte se extinguió. No sé porqué estos últimos no
tuvieron hijos. Según ellos, en el legado figuraba la donación de este predio,
donde decía que el estado debería hacer una escuela para el barrio.
Uno de ellos comentó con tono
burlón:
-Si la vieja se entera que en
vez de una escuela van a levantar un centro comercial, se volvería a morir,
pero esta vez de rabia.
El otro lo miró y le dijo:
-¡Cerrá esa bocota y terminemos
de cargar el camión! Esta casa me da escalofríos, tengo la sensación de que
alguien nos observa. El compañero se puso en marcha.
Después, el más joven exclamó:
-¡No cierres nos olvidamos el
piano!
-¡Dejálo!-comentó el otro- El
camión está sobrecargado, no resistiría más peso, además el pobre está
estropeado, no tiene arreglo…
Y cerró la puerta de un golpazo
cuyo sonido estremeció el salón de punta a punta.
El piano y yo nos quedamos solos
en esta inmensa sala desmantelada de todo adorno, me quedé un largo rato
contemplándolo, lo vi muy viejo pero aún así se veían partes en donde la laca
no había llegado a descascararse.
Aunque mis alas estén pegadas a
la pared, sentí que ellas se estremecían. Me di cuenta que llegaba su final y,
por ende, el mío”
La luna se quedó mirándolo en
silencio. El ángel comenzó a tararear una vieja melodía francesa, la misma que
tocaba doña Etelvina antes de quedarse dormida para siempre sobre el piano.
El tarareo se hizo cada vez más
lento, casi un murmullo. El ángel se quedó dormido.
Poco a poco la luz de la luna
fue reemplazada por el dorado sol. Sus rayos se posaron sobre el ángel, sintió
su tibieza como una caricia “ya es de día”.
Una lágrima resbaló por su
rostro y presintió su destino. Un estrepitoso ruido lo puso en alerta. Las paredes de la casona
comenzaron a derrumbarse. Vio como grandes bloques de ladrillos, tejas y
hierros caían sobre el piano. El ángel quiso detener la caída pero no pudo, se
sintió arrancado de la pared. Sus alas de yeso no le respondieron y cayó
lentamente sabiendo que se estrellaría. No pudo evitar su final. El ángel quedó
esparcido por el suelo y aún así siguió sonriendo.
Mientras eso sucedía, percibió
la agonía del piano que, como último adiós, dejó en el aire la nota más aguda
del pentagrama.
Yo sueño
La noche sin ser invitada se presenta
ocultando los caminos del
olvido.
Mi
alma se libera.
Comienza a recorrer
el mágico sendero del bosque
ese
bosque enamorado
de
la luz de la luna.
Su sendero se pierde en la orilla del río…
donde los sauces mecen sus
largas cabelleras
dejando que sus hojas
acaricien sus aguas espejadas.
Veo asomarse el sol
manifestando
con orgullo
el
poder externo de su luz fueguina.
Por un instante mi alma se detiene
al borde de mi sueño
contemplando el amarillento
paisaje otoñal
cuyo ocaso agonizante
opaca el sutil brillo del bosque
envolviéndolo con una bruma
dorada.
Mi
alma
se
regocija
yo
sueño
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