EL MONSTRUO DE LA CALLE TEODORO GARCÍA
Sabía que desde hacía un tiempo vivía allí. Por
suerte es lejos de mi casa, porque antes no tenía más remedio que pasar cerca
de su puerta todos los días.
Había visto y temido a otros casi iguales en Lima al 2700, luego en
Beltrán al 2400 y también en el departamento de un vecino en Rioja al 2500,
donde se me presentó, aunque siempre distinto, por última vez. Ignoro cómo hizo
mi vecino para deshacerse de él y que apareciera en Teodoro García. Parece un
lío de calles pero es que necesito explicar que, cuando reaparece, me hace
sufrir demasiado, se apodera de mí, a pesar de la variación que muestre con el
fin de desorientarme.
Debo apelar a todas mis fuerzas y sobre todo a la astucia que estos casos requieren para hacer que, ante cualquier distracción, yo pueda zafar, correr, hasta sentirme a salvo.
En principio puedo afirmar que no es un
monstruo feo de aspecto, no, eso es lo peor. Figura ante los ojos desprevenidos
que es bello, que sus diferentes pelos son suaves... pero en cuanto puede se le
manifiesta la verdadera cara justo antes de atenazar sus patas sobre algún
infortunado y allí uno sabe que está perdido. Debe rendirse, pero si lo hace,
el monstruo sigue exigiendo, hasta convertir a los que lo rodean en esclavas o
esclavos, según sea el caso. Asunto no demasiado importante ya que no es un
problema de sexo, ni del monstruo ni de la ocasional víctima.
Yo por las dudas, no camino ni paso por Teodoro García al 2000. Lo que no puedo evitar es que el colectivo 59 frene casi en esa puerta y allí quede expuesta. La sudoración es fría, la inquietud me azoga, hasta que, finalmente, el transporte arranca y me siento más segura en relación a la distancia ganada.
Para cualquiera que pase por allí tal vez no
sea claro, lamentablemente somos pocos los que percibimos a través de las
paredes. Sé, por ejemplo, que ha derribado las internas, que el living ya
no es living ni los cuartos son tales. En cualquier momento el centro de la
casa se hundirá, pero seguro que no lo encontrará adentro. Le sobra habilidad
para escabullirse, para pasar como espuma de un lugar a otro, con tal rapidez
que semeje un acto de magia.
Tengo mucho miedo de volver a verlo, porque sé
que me va a reconocer y entonces hará todo lo que sabe para torturarme. Su
malicia es tan grande como su tamaño: el que se ve sumado a la estela dominante
que va dejando. Por eso no voy a tomar más es 59. Tengo terror. Soy consciente
de que, aunque aparentemente no sabe que yo paso por allí, a la larga o a la
corta, el olfato le dará el indicio. Me esperará todos los días hasta que
coincidan los tiempos.
Hace una semana que no voy por Teodoro García al 2000, pero el monstruo se me presentó en el dormitorio. El desgraciado sabe pactar con no sé quién, para hacerse real. Primero se mostró tomando la forma de una gata que tuve muchos años atrás, a pesar de lo cual la sentía extraña. Me desconcertaba el color: si bien era gris, la recubría una especie de tul negro por toda la pelambre, además de unas gotitas brillantes de tanto en tanto. Me inquietó cuando quedó fundida en sus propios destellos y dentro de ese marco, lo vi. Mis defensas estaban bajas y él lo sabía. La hembra me había llenado de nostalgia. Por las dudas el astuto agregó más gatos a mi alrededor con el fin de distraerme, creo que reconocí a dos, pero estaba pendiente de él, que ya venía.
Parecía más largo y enorme que la última vez
que lo había visto. Saltó hacia mí para tragarme el alma. Es tan perverso que
después me ronroneó y se hizo chiquitito entre mis brazos y yo, aunque no
hubiera querido, lo acariciaba y le dejaba mi mano en cada caricia que él
devolvía satisfecho, sin compasión. Por fin se quiso ir, pero al soltarlo, no
terminaba nunca de salir de mí.
Sé que se alargó para hacerme sufrir, para que sienta
esta culpa bestial que, como espuma, se escurre por todas partes, me controla,
me persigue y no deja que me escape de todos los gatos que, sin mí, no tendrían
a nadie en el mundo .
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