EPITAFIO
Se pintó la risa. Labios grandes
y bien rojos.
Rodeando los labios pasó
pintura blanca con forma de alegría.
Tapó sus cabellos con una tela
de goma para lograr el aspecto de una
pronunciada calvicie.
Acomodó unos mechones de pelo
enrulado rojo arriba de las orejas y
luego de vestirse como si fuera un payaso de verdad, se puso la nariz redonda y
roja como una cereza madura.
Sus pantalones abullonados a
rayas multicolores, los enormes zapatones y el saco rojo en forma de jacket,
completaron la figura. El era el payaso bruto de las carcajadas.
Salió del carromato y junto
con Pajarín (el payaso tímido y llorón) entraron a la carpa atestada de
gente.
Siempre que llegaban ellos
los aplausos y los gritos de los niños festejaban la irrupción.
Entre risotadas y golpes
comenzaban a actuar.
Epitafio pegaba con sus enormes
guantes verdes y reía a carcajadas
estruendosas.
Pajarín era menudo y recibía las bofetadas.
Tarde tras tarde, noche tras
noche, siempre igual…
-
¿Cómo te fue en la escuela, Pajarín? – preguntaba Epitafio
a los gritos.
-
Mal – contestaba Pajarín tímidamente.
-
¿Y porqué te fue mal?
-
Porque me olvidé de ir.
Y sonaba una bofetada en la
cara de Pajarín y una risa estruendosa salía de la enorme boca de Epitafio que
contrastaba con el llanto del otro.
- ¿Cuánto es uno
más uno Pajarín?
- Uno.
- ¿Cómo uno?
- Y… si. Uno te lo comiste…
Y sonaba un bofetón en la
cara del payaso tímido que lloraba sin consuelo.
Cenaban todas las noches al
terminar la función contándose sus vidas, que no eran muy alegres ciertamente.
Y así, poco a poco se fueron haciendo amigos entrañables.
Muchos años compartiendo las
funciones del circo…
Hasta que una mañana llegó la
noticia: Pajarín no había despertado.
Contrataron otro payaso para
suplantar al ausente.
Epitafio pidió hacer el rol
de Pajarín.
Nunca más podría largar una
risotada.
3 comentarios:
¡Marta! ¡Qué lindo! Besos
¡Marta, qué lindo! ¡Besos!
Amiga: el crecimiento literario te acompaña, tomados de la mano.
Abel Espil
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