GERANIOS
Fiel y alegre amigo, del jardín humilde conocido.
Puedes tolerar menosprecio y con docilidad
divina, también puedes gobernar tu fortaleza.
SIMÓN PEDRO.
La
arruinada vivienda semejaba el punto negro dentro de los vistosos y modernos
chalets del vecindario. Su descuido era manifiesto. Solamente destacaban en el
amplio antejardín unas hermosas matas de geranios que piadosamente regaban las
lluvias invernales. Por el verano, la sombra de un espigado palto y otros
árboles, le proporcionaban la humedad necesaria para poder sobrevivir a la
canícula de medio día. Sus moradores parecían no existir. A veces por las
tardes, casi de noche, se veía circular a Lavinia, una mujer mayor, delgada y
de pequeña estatura, cuya presencia daba algo de vida al lugar. Durante el día
no se escuchaba ruido alguno, movía a pensar que ella reposaba o trataba de
hacer sus quehaceres con el más absoluto sigilo. Sin embargo, Rita su vecina,
estaba consciente que esa casa había albergado a una familia tan normal como cualquier
otra de la vecindad.
Lavinia
era la menor de las hermanas, de aquella familia que por motivos naturales, fue
disminuyendo en corto tiempo. Sus nonagenarios padres fueron cuidados con
esmero por sus tres hijas solteras; sin embargo, a pesar de sus desvelos
debieron asumir que la vida de sus mayores escapaba a sus atenciones. En un invierno
frío y lluvioso, murió el padre y dos meses después su esposa. La primavera las
encontró con un luto tan riguroso que hasta en su diario vivir se notaba el
dolor que las embargaba.
Y
pasaron algunos años en que la naturaleza se renovó, floreciendo aquel amplio
antejardín de geranios, y el palto dando frutos que se perdían en el suelo,
picoteados por los hambrientos zorzales. Sin embargo, a las hermanas mayores,
de la noche a la mañana dejó de vérselas deambulando por el patio,o por las
mañanas barriendo la vereda. Como esta familia siempre fue poco comunicativa
con sus vecinos, poco o nada se supo de estas dos mujeres. Sólo Lavinia salía a
veces a recoger las hojas que el otoño desperdigaba en los senderos que
antecedían a la mampara de vidrio.
Los
vecinos inmediatos, una familia muy grande, donde se contabilizaba desde la
octogenaria abuela, hasta un encantador bisnieto, eran los más preocupados por
el bienestar de estas hermanas. Un día en que Lavinia llegaba con una bolsa que
se adivinaba del supermercado, fue abordada por la señora Rita. -Buenas tardes
vecina, tanto tiempo sin verla. ¿Cómo están sus hermanitas? Hace tiempo que no
las diviso.
-Oh,
Buenas tardes, señora Rita. ¡Bien gracias! Todas estamos bien. Sucede que mis
hermanas andan de viaje por Europa y lo más probable es que se radiquen por
esos lados. Tenemos unos parientes en Italia, en Génova precisamente, y al
parecer les han ofrecido que pueden quedarse a vivir en la casa familiar.
Cuentan de ella que es tan grande y hermosa como un castillo.- No obstante, la
mujer demostraba un semblante inquieto y sus ojos evadían encontrarse con la
mirada de Rita, sus manos manoseaban nerviosamente un manojo de llaves.
-¿Y
usted seguramente las seguirá? - No, creo que no. No cambio mi casa, ni mi país
por otro. Por último, igual sé de ellas. Todas las semanas, me llaman por
teléfono. Otras veces yo voy a llamarlas al centro. -¿No se siente solita en su
casa? -¡No!, por el contrario, tengo tantas cosas por terminar que
prácticamente los días se me van sin advertirlo; sobre todo, revisar y poner en
orden la documentación familiar. A veces paso toda la noche entretenida en eso
y en la mañana me vence el sueño y no hay forma de despertar. En fin, así es la
vida cuando nos quedamos solos. -En
todo caso, muchas gracias por su preocupación. Ahora debo afanarme con mi almuerzo.
Con su permiso y nuevamente gracias.
Y
así continuaron pasando los días y cada vez que Lavinia se encontraba con la
vecina Rita, se entablaba una suerte de diálogo amable, contando las aventuras
de sus hermanas, en la bella Génova. Ya recorriendo sus costas en un moderno barquito,
visitando museos o lugares turísticos interesantes. Estaba admirada de saber
que habían gozado paseando en una góndola, por toda Venecia. Y el Vaticano en
primavera, maravilloso, sumado a la alegría de recibir una bendición papal en la Plaza de San Pedro. Incluso
le enseñó la blusa que vestía, regalo de las ausentes. Se la habían enviado por
encomienda, junto a otras cosas hermosísimas. También conocieron Inglaterra y
la carroza de la reina, casualmente ese día pasó muy cerca de donde ellas
estaban, y así tuvieron la oportunidad de conocer a Isabel y Felipe, en vivo.
La última visita fue a Capri. En este lugar, sus parientes las obligaron a usar
trajes de baño. Pudiendo gozar de las delicias de aquellas aguas azules y
tibias del Mediterráneo. Y así, cada vez que se encontraban con Lavinia, ella
refería a Rita acerca de todas las bellezas y aventuras que gozaban sus hermanas,
en el Viejo Mundo. Mientras tanto, el aspecto de la mujer se notaba más
desmejorado, sólo se advertía vida en sus tristes y cansados ojos cuando
contaba acerca de sus hermanas, entonces su mirada se hacía luminosa y alegre.
Una
mañana de otoño, la divisaron desmayada entre las matas de geranios.
Seguramente había salido en busca de auxilio al sentirse mal. Tuvieron el temor
de que estuviera muerta, por ello llamaron rápidamente a Carabineros. Junto con
dos funcionarios de la institución, Rita y su marido, pudieron auxiliarla, y
buscar un lugar adecuado donde colocarla en espera de la ambulancia. Su aspecto
daba muestras claras de que su estado era gravísimo. Cuando llegaron al segundo
piso, grande fue su sorpresa al encontrar un dormitorio colmado de muebles y cosas,
que más parecía una bodega, dejando sólo el espacio para una cama pequeña donde
dormía Lavinia. El resto de las piezas con las cortinas corridas, también
estaban atestadas de cosas, en el más completo desorden; cajas a medio cerrar,
adornos aquí y allá, tanto que desconcertaba a cualquier persona que lo viera. Pronto
llegó la ambulancia. Rita, sabiéndola sola y sin saber a quién avisar, se mostró
dispuesta para acompañarla.
Había
pasado una hora o más, cuando apareció una enfermera en busca de los
acompañantes de Lavinia. Hizo pasar a Rita para conversar con el doctor. –Señora,
lamento decirle que la enferma ha fallecido. Traía una neumonía muy avanzada y
su cuerpo con escasas defensas, poco ayudó.- Hizo una pausa, para esperar que
la mujer asimilara la noticia.- Entiendo que ella era sola, por ello le informo
que sus restos quedarán en la morgue, hasta que lleguen sus familiares
directos. En caso contrario, el servicio público se encargara de la sepultación.
Un funcionario de Carabineros le ayudará en la búsqueda de sus antecedentes.
Y
así la bondadosa señora Rita y su esposo, debieron hacerse cargo de buscar
afanosamente entre cajas y cajas de papeles, algún indicio que les permitiera
dar con algún pariente de la fallecida. En ese trámite casi se les fue el día,
hasta que dieron con un baúl de madera cerrado con llave. Juntaron todos los manojos
que encontraron; felizmente una de las tantas llaves coincidió con la cerradura.
Se escuchó un suspiro de alivio cuando Rita, su esposo y el Carabinero, como
ministro de fe, encontraron toda la documentación familiar de Lavinia.
Sus
dos hermanas mayores, habían sido internadas en una institución de caridad, hacía
siete años; al evidenciar la pérdida de
sus facultades mentales y debido a los escasos medios de que disponían, les
impidió acceder a una institución con mejores cuidados. Sin embargo, Lavinia
las acompañó hasta el último momento en que una corta enfermedad las envió a
mejor vida; de ésto hacía tres años.
************
Nunca en su pasar, Lavinia, estuvo más acompañada que en
el día de su funeral. Su féretro estaba adornado con hermosas flores y hubo
sentidas palabras de despedida por parte de sus vecinos. Esa primavera los
geranios rindieron un último tributo a su dueña, convirtiendo
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