Amistad
Despierto, bueno en realidad no despierto del todo, estoy medio despierta o
medio dormida, como ustedes prefieran. Estiro la mano para encender la luz del
velador pero no encuentro el interruptor, posiblemente cuando limpié
(a veces lo hago) puse el cordón para el otro lado. Tanteo sobre la mesa y noto
que la superficie está fría y lisa como el mármol y no tibia y con
irregularidades como la madera de la mía ¿dónde estoy? Siento sábanas
almidonadas y con olor a lavanda. Entonces recuerdo. Estoy en la casa de mi
amiga escocesa, Enriqueta. y ... ¿por qué estoy aquí? ¡Ah! ya sé. La
inundación. Ayer por la tarde volvía en el auto a casa y todos los caminos
estaban bloqueados por el agua. Regresé hacia lo de mi amiga para comunicarme
con mi familia (en ese entonces celulares non abeba), afortunadamente todos
estaban muy bien ya que la zona era alta e improbable que el agua llegase hasta
allí, pero como de costumbre quedábamos rodeados por ella, lo que nos impedía
entrar o salir. Fue así como ella y su esposo, Colin, me invitaron a quedarme
con ellos hasta que el problema pasara. Mi amiga ¡qué tipa genial!, ella y su
esposo son dos soles. Allí está la foto de su casamiento (él vestido con el
kill de su clan y ella radiante con su traje de novia con una inmensa cola)
entremezclada con las fotografías de sus hijos y nietos. Son tan amigos que
ellos, que son protestantes, cuando nació mi nieta ochomesina y con un grave
problema en el hígado me pidieron permiso para hacer en su congregación el rito
de la imposición de manos, al que por supuesto accedí. Ahora la pequeña
tiene veinticinco años. Traigo a mi memoria esos meses de angustia, en los
que rezaba todos los días mis oraciones a la vírgen y en los
que los domingos por la tarde iba al templo de ellos ¡cuánto amor había en
ese lugar! ¡era una verdadera iglesia! lo sentía a flor de piel. Todos nos
saludábamos, nos abrazábamos, llorábamos o nos alegrábamos como si me
conocieran de toda la vida. Además, el pastor se acercaba a mí para preguntarme
por mi adorada enfermita. Nunca sentí hacia mí ningún rechazo de esa
comunidad aunque todos sabían que mi religión era distinta, pues Enriqueta
debió pedir permiso para que yo asistiera a ese rito. Y mis amigos firmes,
sosteniéndome, conteniéndome, tratando que no me ganara la angustia o la
depresión. Y también estaban esos pequeños gestos: un té con menta te va a
hacer bien - decía ella, tomalo calentito- agregaba él. Y así podría contarles
infinidad de grandes y pequeños detalles que hacen a su grandeza. Son seres incondicionales
y no crean que estamos pegoteados, no. Nos hablamos, a veces nos encontramos,
pero entre los tres existe un lazo de amistad que no necesita nada más. Ellos
saben que yo estoy y yo sé que ellos están. Releyendo esto me doy cuenta que si
los tres no hubiésemos sido educados para no hacer diferencias sociales,
de credos, de razas y de nacionalidad, lo que antecede no hubiera sido
posible.
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