Llueve, la tarde está quieta,
la lluvia asemeja una mampara gris que
establece entre mi mirada y el paisaje una cortina semi transparente,
desdibujando los contornos, unificando los matices.
Llueve, contemplo la armonía de las luces y
sombras surgidas de la anatomía natural de la densa atmósfera.
La humedad, el aire aún caliente de la
antesala a la tormenta sumerge a los ambientes en constantes y flexibles
despertares.
Desde temprano llueve.
He dejado de lado algunas cosas y salgo al
patio,
dejo correr el agua sobre mí como si fuese
agua bendita,
siento estremecer mi contextura, se
desplazan en mi espalda las sinuosas gotas
que son absorbidas levemente por la ropa.
Bendición del agua, sabe bien meterse,
imbuirse, contagiarse, participar
de la grandilocuencia perfectible de la
vida en total naturaleza.
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