“EFECTOS DE UNA TEATRALIDAD MANIFIESTA”
Entrar en el mundo de claves
del teatro de Revagliatti es acceder a una posibilidad que no se agota
en la lectura de estos textos multiplicados en su textualidad, donde
lo escénico se convierte en un desafío. ¿De dónde surgen esos seres
mitad espejismo mitad cotidianeidad que pueblan estas historias de
locura, furia, comicidad y muerte? Los territorios de lo imaginario
tienen su propia aceleración, su propio entramado desdoblándose en
juegos que no ceden su enclave ni su identidad. ¿Qué es entonces “Travesía”
sino una forma de farsa imposible? Mujer “servidora de escena” aclara
Revagliatti, como si pudiera ser otra cosa en la esclavitud de la palabra
dicha. O “Comida” donde el hombre es rey, indicaciones del autor que
remiten al verdadero argumento (porque la verdadera historia está
en la indicación y no en lo indicado). Mezcla de espectros que unen a
“monja”, “hijo”, “mozo” o “caballero español” (así sin el artículo para
que la precipitación sea mayor) en la extraña maquinaria que se titula
“Chiste Triste”. Denominaciones que no cesan: “sencilla”, “literata”,
“adolescente voluptuosa”, “vendedor de espirales”. De ahí, que el secreto
está a la vista (más exactamente en los bordes del afuera) y no vale
ninguna interpretación del texto, esto sería lo fácil, lo inútil, lo
previsible. Conviene buscar las raíces de lo imaginario en la corteza
misma para así poder sacar el diseño desde dentro del paisaje.
El “espectador-lector” no debe
caer en sus propias trampas que asolan los recorridos de la obra revagliatense.
Se suceden entonces, en este
libro de unidad minada, todas las escenas que el autor no desecha en
la estructura final.
¿Por qué decir que esto que Revagliatti
escribe es sólo teatro? ¿No sería más justo llamarlas “visualizaciones”
del lenguaje? ¿Entrejuegos? ¿Sueños? ¿Vacilaciones del alma? ¿Fábulas
perversas?
Especulaciones de este escrito
que “se pega” al libro como una falsa pista, último espasmo artificioso
de la mente. Palabras que quieren cerrar algo pero terminan por reiniciar
el texto. ¿Influencias? Las mejores: el síndrome beckettiano mina
las palabras de R.R. como una siembra imposible. Ahora sólo queda volver
a leer, o participar de la noche polar de la lectura de lo evanescente,
la pesadilla del más despierto, la última “finta” al borde del infierno.
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