Mis refugios
La tarde cae, suave y monótona, como
el deslizar del péndulo dentro de aquel viejo reloj. De derecha a izquierda,
siempre de derecha a izquierda, como si el tiempo fuera solamente un movimiento
pendular, propio de mi arbitrio y de mis necesidades. Su endiablada maquinaria escondida en aquella
hermosa caja de la más exquisita madera, cuya textura y suavidad fue conseguida
por el mejor artesano ebanista y como culto al buen gusto estético. Ese ha sido
mi refugio preferido, después traspasar los planos inconmensurables del
movimiento, la densidad y el espacio. Al
igual que mi viejo sillón de cuero negro envejecido. Ese que está cercano a la
ventana, en el que disfruté con deleite de los atardeceres, las puestas de sol
y la lluvia refrescando mi alma. Y aunque ambos muebles dan un aspecto de abolengo y prestancia al salón, el
resto del conjunto lo hace desmerecer.
Celosa
de mis pertenencias, pienso que yo debería estar sentada en ese asiento
esponjoso y acogedor y no mi sombra. Ella, con la rapidez de un gato cazando
una mosca ya está ocupando subrepticiamente ese lugar que siempre me
correspondió. Ciertamente no estoy muy segura o bien no quiero saberlo, cuál
sería mi sitio ahora, dentro de este ambiente que respira a recuerdos.
Cualquiera de las dos opciones, el reloj o el sillón, para el caso, da lo mismo.
De
pronto desde el fondo de la pieza aparece un hombre de difuminada silueta,
vestido con la elegancia propia de un diletante de comienzos del siglo pasado.
No contaba con su inesperada presencia que me deja abrumada. Le pregunto con el
lenguaje silente de mi condición, pero no obtengo respuesta. Finalmente decido
cambiar el tono de mi discurso. Trato de reproducir los sonidos del viento al
pasar por el intersticio de una ventana. Ya sé que es una absurda solución, ¡ya
lo sé! , pero no tengo otra alternativa. Felizmente logro con mi intento el
mensaje preciso. Dar la bienvenida a tan ilustre huésped. Creo saber de quién
se trata. Realmente en esta condición, ¿quién sería el huésped, él o yo? Para
el caso eso no es lo importante, sino que posiblemente ambos compartiremos el
mismo sillón o talvez nos sumergiremos dentro de la caja del gran reloj.
-Me
llamo Donata. Es un placer.- -Del mismo modo, soy Renán. Y ese fue nuestro primer encuentro.
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