Palabras
Siempre me dio por coleccionar palabras.
Otros juntan estampillas,
peinetones antiguos o corchos retocados. No es mi caso.
A mí me subyugan determinadas palabras.
A mí me subyugan determinadas palabras.
Me las voy encontrando por el
camino.
A veces en la reflexión.
Y también las tropiezo en el
mercado o en cualquiera de esas audiciones de radio donde el locutor las deja
caer, y ahí quedan abandonadas y sin destino.
Ya tengo varios frascos llenos que
ocupan toda la alacena del altillo.
Y creo que voy a tener que
habilitar otro lugar.
De vez en cuando, especialmente
los domingos por la mañana en que toda mi familia duerme, doy vuelta los
recipientes sobre una mesa y las reviso.
Las miro,
las huelo.
Las pongo a contraluz y las
comparo.
Y siempre me las llevo al oído
para escuchar sus cadencias cuando las agito.
Responden al tacto de bordonas
singulares.
Al sesgo único de cada alma.
Como “guaino”, que en realidad
expresa un son musical pero que, al principio ya sonaba cadenciosa, conforme me
dijo la señora que me la obsequió.
O como “abedul” que, por más que
no quieran, fue el germen de todas las abedulinas, o si fuéramos más
lejos, el abedular;
En todo caso por aquello que al
principio fue sólo el verbo.
A algunas las fui descartando por
frágiles, como “deleznable”, porque el sentido que me imprimió al comienzo, se
da de patadas con el diccionario.
A decir verdad, suelo disfrutar
con “tremolina”, que se las trae.
O “azafrán”, por su giro pajizo.
O con una difícil: “Cardamomo”.
También en un frasco tengo
“Viracocha”. ¡Qué hechizo que posee! Sabe a dulce maíz… y a cierta confusión de
los orígenes. De tal modo que, quizá algún día, todos los niños a quienes
bautizaron Rodrigo, vuelvan a llamarse Viracocha.
¡Vaya a saber!
“Humo” es pingorotuda. Hay
que mostrar eréctil los labios.
No es “ahumar” que ya
es fatuo.
Pero, desde hace algún tiempo
estoy obsesionado con una que me cargué y que, como a un endeblucho lechuguino,
me tiene achichonado: “pliegue”.
La boca, para poder mencionarla,
tiene que horizontalizarse hacia los lóbulos en una línea perdida.
Hay que gesticular una reidora
por las comisuras.
Hasta donde pude percibir,
pliegue es el grácil sesgo de una imagen en la que la luz permite mostrar
el claroscuro de sus formas.
Es ahí donde la vida puede
apreciarse en toda su contiguidad, porque torna, rola, reaparece.
Es el punto donde algo se ceña y
estría.
Resulta un acaecer para cualquier
mortal que desee volverse hacia sí, porque hubo una vez en que dudamos y fuimos
débiles.
Luego nos encontró la embriaguez
del almibarado bies de la falda de siempre en busca de la bocamanga
trashumante.
¡Qué objeto la palabra!
Las hay gracejas, taimadas,
aprobantes.
También menuditas y chuscadas.
Cual misterio de la creación.
El habla.
El amor.
El regreso…
Pliegue… pliegue… pliegue…
Ji… ji… ji…
3 comentarios:
Juan!!!! que creatividad para escribir que tenés, que juego de palabras, como me gustó, yo diría que es una prosa poética, no sé si me equivoco.
Está buenísima, la leo , la leo y la releo.
Beso Josefina
Juan. Como siempre tu verba es más rápida que cualquier mente. Más ligera, más atrapante que tantos versos de otros tantos poetas. Es un placer leerte., amigo y agudo poeta. AGUDO, NO FILOSO.
UN ABRAZO, BUEN 2013.
SONIA
Juan...además de inspiración para escribir, tienes ingenio, y ello hace que muchas veces una se quede prendida a tus textos pensando y repensando cómo se te ocurren tantas cosas!!!
Un agrado leerte. Saludos cordiales desde Chile.
Amanda Espejo
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