Cocodrilos
Voy por un camino
tortuoso, asciende y baja; lianas y ramas me envuelven y me arañan, haciendo mi
caminar lento, dificultoso.
Un
hombre, trata con un machete abrir paso en esa maraña. Voy detrás de él.
La atmósfera es densa; estoy
suspendida en una penumbra rojiza. No
reconozco si es noche o día.
Trato de ver el cielo a través de un hueco en la densa vegetación, no lo encuentro.
Se huele a agua y falta el aire.
¿Cómo es que estoy en
esta situación?, siguiendo a un hombre, que con esta opresión atmosférica, ni
recuerdo el nombre. Es bello, reconozco. ¿Será otra de mis citas descabelladas?
donde proyecto mis opresores internos.
Cavilando sobre todo esto, recuerdo que fui invitada a
un baile, a un baile con cocodrilos.
El hombre camina
delante de mí, se detiene y me espera, y dice: “ya llegamos”. Me toma por los
hombros, nos agachamos, y pasamos por un hueco que deja la vegetación.
Estamos en la cercanía
de un lago. Se siente el andar del agua llegando a la orilla.
Está oscuro, pero él
sabe por donde anda. Nos protegemos en una cueva, hendida en un montículo de
greda. La cueva es húmeda, el suelo lodoso. Mi acompañante dice: “hay que
esperar que salgan los cocodrilos, y los musiqueros.
La idea de los
cocodrilos no me produce nada placentero.
Esperamos un rato y
apareció uno, enormes fauces abiertas. Estuvo unos momentos meneándose y volvió
al agua, provocando un gran estrépito, dejando en el aire una fetidez salvaje.
Mi
respiración se hace imperceptible. Tengo miedo.
En la costa de
enfrente, un resplandor y una cumbia que suena inundando lo recóndito de la
selva.
El hombre me atrae
hacia él, esto me tranquiliza. Siento como la música le resuena en el cuerpo,
como a mí. Los pies quieren moverse, bailar, a punto estuvimos de hacerlo,
cuando descubrimos, en esa costa vecina, a los cocodrilos porosos bailando en
parejas, humanos y cocodrilos, con colas pegadas a los lomos, sonrientes y
graciosos.
Clive Owen, que así se
llama el bello, dice:” espera que ya vuelvo”
Trato de tomarlo de un
brazo y desesperada, digo: “no me dejes sola, en este lugar, él me asegura que
no hay nada que temer. Pega un salto, se eleva en el aire, y volando desaparece
en la otra ribera.
Entro en un torbellino
que me arrastra hacia el fondo de la nada..
Por la mañana,
despierto, tarde, como siempre, dolorida, con algunas contusiones y sucia de
tierra. Con un escalofrío, recuerdo. Me
higienizo; pienso que tengo sueños-realidades, cada vez más extraños. Bebo un café y prendo la máquina, abro mi correo electrónico,
encuentro con gusto un envío de Fernando Sorrentino. Es un cuento: “La albufera
de Cibelli”, donde relata como en esa albufera, los sábados por la noche se
reúnen los lugareños a bailar con los cocodrilos porosos.
Estupefacta,
rápidamente envié un correo a Fernando, haciéndolo saber que yo había sido
invitada a ese baile, o algún otro parecido.
Hay que creerlo, los
cocodrilos bailan los sábados por la noche.
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