Dejá de ser
mi sombra
Camina por la calle apesadumbrado, cabeza
gacha, los ojos tristes, vestido
de marrón.
Cada día emprende su ruta de igual manera. Como la marmota,
cumple con
lo establecido, trabaja, ingresa los datos en la máquina, y se retira pasadas
las ocho horas.
Nada cambia, todo está quieto como siempre.
No tiene amigos, no conoce mujer, no habla con sus compañeros.
Camina por la calle, siente la presencia de
alguien que lo sigue, se da vuelta, no hay nadie.
Llega a su computadora, ingresa mil datos en
la mañana y continúa por la tarde.
Regresando a su casa, algo o alguien lo toma
por detrás, lo empuja por los hombros, cae a la vereda despareja, se lastima la
cara y las manos. Se incorpora, se para trastabillando. Mira a su alrededor. No
hay ninguna persona en esa cuadra, ni en la de enfrente. Se dice: ¿Quién habrá
sido? Se responde: no hay nadie.
Al día siguiente, en el horario exacto sale
nuevamente, camina unos pasos, escucha otros, da vuelta su cuerpo de manera
otra vez abrupta. Lo único que logra ver, es una sombra en la pared. Es
extraña. La mira con miedo, trata de identificarla, no la reconoce.
Escucha un silbido, no sabe de donde
proviene. Ese sonido lo acompaña en todo el día y el siguiente también.
Durante un tiempo va a trabajar, en la
calle no hay nadie, ninguna persona, tampoco la sombra.
La ausencia de la misma la hace aún más
presente. Pasan las horas y cree que aparecerá en cualquier momento, como si lo
acechara. El silbido continúa en sus oídos, nadie que lo emane. Sabe que está
sólo en su cabeza.
Sale de trabajar, piensa que alguno de sus
compañeros puede seguirlo, que lo quiere asustar. Se dice a sí mismo: “Debe ser
Raúl que me mira raro desde que entré a la oficina. No porque la sombra es más
alta que él”. Se convence que no es.
Un nuevo día, sale de su casa, aún es de
noche, temprano más temprano que de costumbre, camina lento como para dar lugar
a que lo sigan. Escucha un silbido, está vez cree que es de un hombre, no se da
vuelta para que no se espante. Mira de soslayo hacia la derecha, sobre las
casas. Una sombra se le aparece por el rabillo del ojo, es de su estatura. Se
le parece. Camina firme, con paso seguro, no está soñando.
Es como si él la siguiera a ella. Ésta
camina diez pasos más, y lo espera hasta que la alcance.
Ella se da vuelta de golpe, lo cubre desde
los pies a la cabeza y le dice con voz muy gruesa: “Dejá de seguirme. Dejá de
ser mi sombra”.
Era la sombra de su propia sombra.
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