SALPICANDO
Corre.
Siempre corre por la orilla del mar. Y salpica con sus pequeños pies mientras
ríe con las carcajadas que solo lanzan los niños
Llora el
primer día que debe quedar en el jardín de infantes. La maestra lo consuela con
palabras cariñosas, pero no son como las de ella.
A la salida
lo está esperando y todo vuelve a estar bien en su corta vida.
Llega la
escuela primaria con el descubrir de letras y números.
Ella le explica.
Lo ayuda con la lectura…
En el
secundario, llegan el amor y el primer desengaño.
Ella lo
consuela y lo contiene.
Como cuando
el padre enferma y luego de varios meses parte.
Ella es su
enfermera. Su acompañante y la que cierra sus ojos al mismo tiempo que sostiene
en su hombro la cabeza vencida del
muchacho.
Ella. La
que siempre fue su guía un día parte a España tras un amor y allá se queda.
Él ya es un
hombre con los estudios terminados y un buen trabajo.
Sale del aeropuerto
cerca de medianoche.
Nervios,
emoción, angustia. Todo mezclado y enredado en el alma con los recuerdos. Trata
de dormir para acortar las horas.
Y sueña.
El sueño es
recurrente: corren los dos tomados de la mano salpicando el agua al pisar la
arena mojada.
Va con
ella. Es una joven y él va a su lado siendo
niño.
-Señor. Su
desayuno. ¿Café o té? dice la azafata.
El sol de
Madrid entra de lleno por las ventanillas.
Él sonríe. Está
sobrevolando la tierra de sus padres.
El
pasaporte de la
Comunidad Europea le abre paso rápidamente y le aminora su
condición de sudaca.
Las valijas
giran como en una ronda infantil.
-
Ahí
está. La de la cinta amarilla.
Retira el
automóvil alquilado y comienza el viaje por tierra.
Pisa
fuertemente el acelerador sin tener en cuenta los carteles de límite de
velocidad.
Tan sólo
escucha la voz femenina del GPS señalando el camino que debe seguir hasta
Santillana del Mar.
Luego de
una curva, la voz anuncia: - Llegada a destino.
La casa de
piedra de las fotos resalta contra el cielo gris, tormentoso. Golpea las manos.
Una silueta
se dibuja tras los encajes de bolillo al
trasluz de una lámpara.
Los ojos
nublados no lo dejan verla bien.
Se abre la
puerta y se funden en un abrazo con la hermana mayor que es como su madre.
Tiene el
pelo gris. Camina despacio. Ya es una anciana.
Un mes les espera
para contar historias y caminar por la orilla del mar Cantábrico, salpicando,
salpicando.
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